domingo, 11 de diciembre de 2016

"Train to Busan": mucho más que una película de zombies

No es de extrañar que el cine surcoreano haya dado una extraordinaria película como Train to Busan. Títulos como The Chaser (sobre el mundo sórdido de la prostitución en Corea del Sur) de Hong-jin Na y Dongju (sobre la ocupación japonesa en Corea durante los años cuarenta) de Joon-ik Lee solo confirman el buen momento que está viviendo aquel cine oriental. Ni qué decir de cintas mundialmente vistas como Samaritan Girl o Spring, Summer, Winter… and Spring del ya consagrado y talentoso director Kim Ki-duk. En esta ocasión la temática a desarrollar es archiconocida: la plaga rabiosa de los zombies. Pese a ser un tema tan mentado —con producciones archimillonarias que, sin embargo, muchas veces han terminado en fiascos—, el joven realizador Sang-ho Yeon ha logrado que su trabajo se diferencie notablemente de todas las cintas financiadas por Hollywood y por otras grandes industrias del cine, como el británico.
¿De qué trata la película? Un hombre de negocios y su pequeña hija, a pedido de esta última, un día viajan en tren a Busan, en Corea del Sur, para un rencuentro familiar. Pero durante el trayecto hechos insólitos suceden: un repentino incendio en la ciudad, un animal silvestre que revive inexplicablemente y finalmente una estación, adonde van los protagonistas, que es tomada por los zombies. La película, más allá de apelar a la acción y a los efectos especiales, explora la condición humana de las sociedades contemporáneas, y para esto se sirve de aquella plaga que azota al mundo entero. Así, esta es solo un pretexto para desnudar los flagelos del hombre actual y afilar una dura crítica contra la sociedad. De ahí que esta película sea diferente al clásico film de zombies. Estos, al menos los que la industria hollywoodense ha producido, son una ecuación aislada que los sobrevivientes al holocausto deben de resolver: cómo escapar de la epidemia y no perecer en el intento. Así, producciones que van desde Night of the Living Dead, de George Romero, hasta World War Z, de Marc Foster y protagonizada por Brad Pitt, ofrecen al espectador una situación extrema de sobrevivencia que, sin embargo, no tienen ninguna crítica al modelo actual socioeconómico, por ejemplo, ni al carácter esquivo y egoísta que este ha podido desarrollar en las personas. Son películas entretenidas y hasta interesantes, que en el mejor de los casos no aburren y ayudan a pasar las horas, pero que carecen de la profundidad que las grandes obras de arte pueden tener. Es así que en Train to Busan la epidemia de los zombies está al servicio de la intención del autor, la que es mostrar la soledad e indiferencia que reina en el mundo actual, por lo que tiene alcances mayores que el montón de otras cintas mencionadas no.
Por ejemplo, mucho antes de que los hechos violentos se desencadenen la película nos muestra escenas del hombre de negocios y su pequeña hija: cómo este está entregado a su trabajo, lo que ha deteriorado su matrimonio y, por consecuencia, afectado el desarrollo emocional de su hija en el hogar. Esta es una niña solitaria, triste, retraída, que a punta de sinsabores ha madurado rápidamente en la vida, haciendo a un lado los justos juegos pueriles que un infante de su edad necesita para desarrollarse a plenitud. De ahí que sea ella quien convence a su papá de viajar a Busan para rencontrarse con su mamá. En apariencia, en aquel cuadro de pérdida de valores y crisis emocional solo estarían ellos tres, la familia disfuncional. Pero conforme la película avanza vemos que aquello se repite en los demás personajes que componen la historia. El caso más repudiable, sin duda, es el del otro empresario coreano, mayor que el padre de la niña, quien está dispuesto a todo para sobrevivir; es decir, para salvarse a costa de los demás.
Por otro lado, todos los personajes son extáticos: los esposos, el empresario inescrupuloso, la pareja de jóvenes enamorados y la pareja de hermanas mayores. El único que sufre una transformación, producto del caos que le tocó vivir, es el padre de la niña. Escapando de la peste, es ayudado desinteresadamente por los grupos de personajes mencionados, incluso también por un vagabundo que se unió a ellos. Antes de eso, él solo pensaba en sobrevivir a solas con su hija y esta, advirtiendo lo que tramaba su padre, es quien lo confronta y, finalmente, le hace cambiar de parecer. Démonos cuenta de que los personajes más puros, más nobles, son los jóvenes, es decir, los que menos tiempo tienen viviendo en el mundo de hoy. De ahí que la niña sea la más sensible, seguido de la pareja de jóvenes enamorados.
En la literatura abundan las novelas que también se apoyan en catástrofes mundiales para desnudar al hombre contemporáneo. Dos obras maestras al respecto son Ensayo sobre la ceguera de José Saramago y La peste de Albert Camus. Aquellos escenarios caóticos fungen de pretexto ideal para analizar la conducta humana y crean interrogantes que confrontan a los lectores. Lo mismo ocurre en Train to Busan: la epidemia de los zombies pone de manifiesto la naturaleza de los seremos humanos y qué tipo de valores engendra la sociedad actualmente. Sentimientos como la soledad, la vacuidad por la vida y el extremo individualismo son reinventados en esta película bajo la mirada particular del joven director de cine coreano.

Para terminar solo queda resaltar la actuación de la joven actriz Soo-an Kim y estar pendiente de la próxima película de Sang-ho Yeon o de cualquier otro realizador coreano que siga en la misma dirección artística mencionada al comenzar estas líneas. Un gran ejemplo del uso de espacios cerrados (la mayoría de hechos ocurren en los vagones estrechos de los trenes) y abiertos (ya cuando toda la ciudad es tomada por los zombies) es Train to Busan, cuyo director ya había dado a luz cintas de animación. Estamos ante un trabajo que tanto en forma como en contenido resulta descollante.

domingo, 27 de noviembre de 2016

"El cerco de Lima", de Óscar Colchado Lucio

Borges decía que las buenas obras sobreviven a las malas traducciones. Quizá debió agregar que también a las malas ediciones. Pese a ello, El cerco de Lima de Óscar Colchado Lucio, publicada en el 2013, destaca por su temática y fluidez de estilo, así como por su estructura al hacer un notable uso de saltos en el tiempo y cambios de perspectiva narrativa, de primera a tercera persona en función al contexto y al impacto que busca generar en el lector. La violencia interna que sacudió al país por dos décadas y causó heridas imborrables en la sociedad peruana, ya ha producido novelas que han ganado importantes premios internacionales, y con el tiempo quizá se convierta en un género particular, similar a lo ocurrido con la producción sobre la guerra Civil Española, por ejemplo.
En esta obra, a diferencia de Rosa cuchillo, el autor desarrolla la lucha armada en la urbe. Un acierto es que nos ayuda a entender, en su totalidad, la visión del mundo de los otros, de las minorías, elemento fundamental que la buena literatura posee. De esta forma, Colchado Lucio no presenta a los terroristas como un montón de fanáticos oligofrénicos carentes de escrúpulos. Todo lo contrario: los hace humanos y, y lo más importante, comprensible su postura, en función a las desigualdades sociales inherentes a la sociedad peruana.
Así, exploramos los anhelos y frustraciones de Manuel Rojas Padilla, camarada Alcides, uno de los protagonistas de la historia, militante que hará un trabajo importante de bases y adoctrinamiento de los nuevos cuadros. La pregunta a “¿por qué brotó el terrorismo y tuvo tantos adeptos?”, se responde a través de este personaje. Lo material (factor esencial de la lucha) arrinconó a Manuel, lo que le impidió ascender socialmente y tener una vida digna, en notable oposición a lo que sí tendría cualquier persona de clase media o acomodada. Es así que trabaja como vendedor de frutas en un mercado, ganando un mísero sueldo que solo le permite sobrevivir. En la universidad, adonde ingresa gracias a que unos senderistas preparaban gratuitamente a los postulantes, sufre un terrible desengaño: advierte quiénes controlan los medios de producción, quiénes tienen acceso a los altos puestos, a quiénes protege realmente el Estado y sus fuerzas del orden. Ante ello, con una Izquierda Unida en el parlamento que discrepaba de sus posturas radicales y a quienes acusan de defensores del sistema, no le queda más camino que tomar las armas y luchar por el nuevo Estado.
Por otro lado, está el policía de servicio de inteligencia que narra el primer atentado terrorista con que se inicia la novela. La aparición de este personaje es de vital importancia. Si gracias a Alcides nos interiorizamos en los cogollos del accionar senderista, es por medio de este agente encubierto que conocemos el modus operandi de las fuerzas del orden: su trabajo de espías, su aparente entrega y desenfado por la causa revolucionaria, sus métodos brutales de tortura y represión, así como la espada de Damocles que amenazaba con caer sobre sus cabezas si eran descubiertos. Es notable el capítulo donde se cuenta el origen y desarrollo del grupo Colina, nombre de un miembro del servicio de inteligencia que llegó hasta las más altas cúpulas senderista y que murió en manos de sus propios colegas paramilitares.
Por otro lado, también tiene un rol importante un tercer personaje: el Predicador, quien viste túnicas y se parece a Jesucristo (barba y cabello largo), siendo portador de una fe religiosa basada no en un dios supremo ni en el amor a la humanidad, sino en la vida extraplanetaria, factor allende al orden estatal y a la revolución. Está convencido de que la raza humana fue creada por seres superiores tanto en organización política como en constitución biológica. Es más, cuenta haber volado en un ovni a aquel planeta y ser testigo de la superior vida de tales creadores. Incluso presenta evidencias que respaldan sus increíbles afirmaciones. Este personaje aglutina gente en las plazas, arrastra oyentes en los conos de la ciudad y es respetado por los senderistas, quienes lo ven como un posible foco de difusión de sus posturas.

Esta corta, pero intensa, novela de Colchado Lucio retrata a los representantes de ambos bandos de las fuerzas en conflicto de una manera muy humana: no son brutos, salvajes, fundamentalistas que solo se oyen a sí mismos, son, ante todo, seres humanos sensibles que exhiben las profundas contradicciones concomitante a la existencia. Otras escenas logradas de la novela son la masacre de El Frontón contra reclusos senderistas, así como la aparición del personaje Mario Vargas Llosa en un mitin por la libertad, cuando el gobierno aprista, en un manotazo de ahogado, intentó nacionalizar la banca mientras el aparato estatal se ahogaba en un océano de corrupción. Por sus logros y sus visos de novela fantástica, El cerco de Lima es una obra que escapa de lo estrictamente realista, lo que ya puede diferenciar a Colchado de sus coetáneos. 

domingo, 20 de noviembre de 2016

La fauna humana en "La casa apartada", de Antonio Gálvez Ronceros

El profesor Ricardo González Vigil acierta rotundamente cuando en la presentación de La casa apartada, en la última Feria Internacional del Libro en Lima, dijo que el maestro Antonio Gálvez Ronceros es un autor en el sentido cabal del término. Es decir, su pluma encierra un universo rico, lleno de fantasía e imaginación que se inspira, en este caso y como hiciera en Monólogos desde las tinieblas, en lo rural, en los pueblos alejados de la metrópoli. Hoy quiero comentar directamente los cuentos, pues un autor consagrado como Gálvez Ronceros no necesita mayores presentaciones.
Para empezar, los animales, en estas historias, tiene un peso gravitante y muchos de ellos sufren una metamorfosis que los humaniza. Así pues, esto ocurre con el perro en el primer cuento, “¿Recuerdas?”. Los lectores nos adentramos en el monólogo de un personaje que va recordando lo que ocurría en su pueblo cuando era niño. Frente a su casa había un mendigo que, al tener que ir a comprar comida o resolver algún importante trámite, dejaba, en su lugar a su perro. Para esto disfrazaba muy bien al can, los vestía como él, le ponía una chalina, una gorra y una casaca, de modo que adquiría la fisonomía de un ser humano y la lata con que mendigaba no dejaba de percibir monedas. El cuento adquiere ribetes de gran jocosidad cuando una mujer ebria, para indignación de todo el pueblo, comienza a gritar “¡Pero si es un perro!” señalando con el dedo al perro disfrazado. Pero hay un giro de tuerca en la historia, porque el mendigo regresa y toma, nuevamente, su lugar, haciéndose pasar, además, como ciego. El uso del lenguaje es envolvente, con un ritmo que de por sí ya atrapa al lector y no lo suelta hasta terminar.
El segundo cuento, “Lecturas extravagantes”, también explota muy bien el humor. De esta manera, el sastre de un pueblo confunde las palabras al leer los titulares de los periódicos. Por aquella distorsionada interpretación personal, se sumerge en un estado de compulsiva paranoia. No es sino con la presencia de un aprendiz, quien es el que narra el cuento en primera persona, que el viejo sastre va retomando la cordura nuevamente cuando le leen lo que los titulares realmente decían. Si bien es cierto, en esta historia la presencia de un animal no es tan notoria, no obstante, en las divagaciones del sastre desfilan burras, perros, chanchos y demás animales que uno puede encontrar en los pueblos pequeños y alejados de Lima.
Pero en los tres cuentos siguientes aquel protagonismo animal vuelve a la carga. En “Un perro en la noche” un ladrón de gallinas, al ingresar desnudo a un corral para burlar la vigilancia canina, sufre la mutilación de sus verijas por un perro sabido que no se dejó asustar por su desnudez. El cuento, además de ser hilarante, tiene una flexibilidad real que quizá nos acerca un tanto a lo fantástico, pues el ladrón va a la búsqueda de sus verijas para que una vieja curandera se las pueda volver a poner con el apoyo de ciertas hierbas. El perro demuestra mayor inteligencia de lo que uno puede esperar de un animal y, al final de la historia, vuelve a burlarse del pobre hombre capado. En el siguiente cuento, “Jacinto y manfreda”, es más notorio el peso de los animales en el imaginario de Gálvez Ronceros. Jacinto, un hombre solitario, se enamora perdidamente de una burra llamada Manfreda. Así, la compra y la lleva a su casa, la pasea por su huerta y luego se encierra con ella en veladas interminables. Pero su caso no es excluyente: su vecino, Tomás Pacherres, al ver a la burra también queda enamorado, a tal punto que la rapta y huye con ella. A Jacinto no le queda más que salvar su honra, asesinar a su vecino y huir para siempre de la justicia. En un final abierto, un hombre llega a París y, en un cafetín, es acompañado por una mujer que la voz narradora describe de la siguiente manera: “El cuello es asombrosamente largo y grueso y está cubierto en su totalidad por un collar de muchas vueltas. Y bajo un gorro que impide verle el cráneo y las orejas, se advierte un rostro de grandes ojos laterales que a veces, bien mirado, produce la desconcertante impresión de ser el alargado rostro de una burra”.
En “La casa apartada”, el cuento que da título al libro, volvemos al estilo del monólogo. Así, la voz narradora lleva al lector ante una extraña posibilidad: qué pasaría si uno va a visitar a un amigo que lleva por nombre Juan y de pronto descubre que alguien lo llama “Juan, Juan, Juanjuán, Juan”, pero en su casa solo viven el amigo y su papá, quien se llama Gregorio, y ya frente a nosotros aquella exclamación continúa repitiéndose. Poco a poco descubrimos que quien llama de esa manera es el perro de la casa. Hay un juego con el sonido de las palabras, entre “Juan” y “guau”, como onomatopéyicamente podríamos reproducir el ladrido de un can. Y aunque parezca delirante, y haga pensar que quizá pueda romper lo verosímil, la construcción del relato, la geografía y la naturaleza de los personajes hace que aquello pueda ocurrir en una casa apartada de un pueblo al interior del Perú. Como en “¿Recuerdas?” y “Un perro en la noche”, nuevamente un perro tiene protagonismo relevante en la historia. Como habíamos señalado líneas arriba, su rol no es ordinario, sino que, respondiendo la idiosincrasia del lugar, los animales sufren una transformación que los humaniza y en muchas escenas desaparece esa distancia que hay entre seres humanos y animales, una distancia que los vuelve objetos o los subestima, muy afín a como son tenidos en cuenta en las ciudades. El último relato, “Madrugada triste”, es una excepción a esta poética, puesto que no aparecen animales y más bien estamos ante una historia policíaca que tampoco apela al humor. Así, guarda una identidad distinta a los otros cuentos, pues nos embarcamos hacia otra orilla: el homicidio de una familia entera y su fácil resolución para dar con el asesino. Otro elemento que difiere es que la voz narradora nos da lugares específicos, Oxapampa y Cerro de Pasco, por ejemplo. En cambio, en los otros relatos, al no revelarnos una ubicación exacta, el lector puede fantasear más y no saber en qué región del Perú ocurría ello, si en la costa, la sierra o la selva.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Una gran novela: "Las partículas elementales", de Michel Houellebecq

Como en Ampliación del campo de batalla, Houellebecq nos vuelve a presentar dos personajes antagonistas en entorno a quienes se irá deshilvanando la historia. Si aquella relación se dio entre el narrador sin nombre y Tysserand, ahora, en Las partículas elementales, aquello ocurre con Bruno y Michel. Ambos son hijos de Janine, una parisina que abrazó los postulados de la liberación sexual y de la vida sin frenesí que experimentó el mundo hacia finales de los cincuenta y los sesenta. Pese al parentesco consanguíneo ambos son muy diferentes: el primero, Bruno, es un profesor de literatura que está a la caza de los placeres sexuales, mientras que Michel, un descollante científico, se mantiene alejado de ello y constituye, en función a cómo termina el libro, un hombre que comienza a superarse, pues no depende tanto del sexo, del amor ni del miedo a la soledad. La novela es desgarradora, cruel y apasionante, y el lector contempla, atado de brazos, cómo los personajes desfilan por un infierno llamado sociedad, cómo se derrumban sus esperanzas y cómo es que su vida, por más que luchen contra ello, enfila hacia un sórdido fracaso que el más despiadado de los determinismos les tiene deparado.
Debo empezar resaltando lo que más llama la atención desde un inicio: el estilo ensayístico que la prosa adopta en muchos pasajes. Gracias a esto, uno tiene la sensación de que los personajes son depositados en un formicario, aquella jaula para hormigas que deja ver cómo estas excavan sus túneles bajo la tierra. Del mismo modo, los protagonistas tienen que recorrer, y sufrir, los vericuetos inherentes a la existencia humana. Además del estilo, la narración se mezcla con un vocabulario científico que complementa las escenas. Por ejemplo, cuando la voz narradora intenta explicar por qué Michel y Bruno tuvieron aquellas vidas se da un entrelazamiento con digresiones científicas sobre el adn, los átomos y hasta cómo es que crecen ciertos mamíferos sin el cuidado inicial de sus madres. Lo mismo ocurre al describir la maduración del cuerpo femenino: “A partir de los trece años, bajo la influencia de la progesterona y del estradiol que secretaban los ovarios, la muchacha empezó a acumular grasa en los senos y las nalgas. En el mejor de los casos, estos órganos adquieren un aspecto lleno, armonioso y redondeado; su contemplación despierta un violento deseo en el hombre”. Contrario a lo que podría pensarse, aquella construcción no se siente artificial a lo largo de la novela, ni mucho menos es una salida fácil que la vuelve enrevesada y compleja a la fuerza. Pocos libris han podido mezclar la prosa con datos científicos sin que esto se vuelva una impostura y termine aburriendo al lector.
Pero no daríamos en el meollo si no dijera que el contexto social es determinante. Así, es vital situarnos en una línea específica del tiempo. Y esta es los años setentas, la etapa posterior a las corrientes libertarias que recorrieron la tierra expresados en Mayo del 68 y en el movimiento Hippie, como sus puntos más álgidos. Este contexto es determinante para que la historia funcione, pues la liberación sexual es el gran tema que oprime a sus personajes. El mal, como una genealogía corrompida, viene de la madre, quien precisamente fuera una libertina, lo que marcaría para siempre a sus hijos. Como ambos venían de un hogar disfuncional, Bruno tuvo que crecer en un internando, donde era humillado terriblemente por sus contemporáneos —lo meaban en la cara, el metían un cepillo con restos fecales a la boca y hasta lo obligaban a practicarle felaciones a los más bravucones—. En un entorno así, Bruno no podría desarrollarse normalmente, por lo que, pese a no ser feo, no ser tonto y gozar de cierta posición económica, no era visto como un partido por las chicas. Entonces, su vida será una lucha por ser aceptado sexualmente por ellas. En la otra orilla está Michel (nótese que Houellebecq también se llama así), un hombre que no sabe amar, que no puede amar y que, pese a tener a la hermosa Annabelle a su lado, pues crecieron juntos, no puede consumar su amor. La escena en que la pierde para toda su juventud es majestuosamente cruel y tiene que darse en la raíz del mal: en un campamento hippie. Así, los hermanos y Annabelle viajan a aquel campamento para, supuestamente, pasar una increíble velada. ¿Pero qué sucede? De pronto aparece en escena David, el hijo de un líder hippie, atractivo y con ínfulas de grandeza, que quería ser un rock star. Pronto, Annabelle es seducida por él y pasan dos semanas enteras teniendo sexo en su tienda. Michel, sin nada más que hacer, abandona el campamento.
Pero la novela no solo se limita a narrar tales desencuentros. Al final adquiere tintes futuristas y hasta de ciencia ficción. Lo que trata de ser el texto, y lo logra con extrema maestría, es presentar una pesadilla real: cómo los seres humanos sucumben ante el deseo carnal y ante los sentimientos. Entonces Michel, quien había dedicado su vida a la investigación científica, antes de desaparecer de la tierra, deja un legado para la humanidad: la receta para crear unos clones que no tengan que sufrir por todo ello. Así, al final del libro, nos enteramos que la voz narradora es, en realidad, uno de esos clones que deja como testimonio la vida antes de la creación mejorada de los seres humanos. De ahí que esas digresiones científicas hayan sido necesarias para entender racionalmente por qué el hombre sufría en la tierra. Cuando todo termina, nos enteramos que los seres humanos clonados, despojados del deseo y de los sentimientos, constituyen una mejor especie: viven en armonía, son más sensatos, cuerdos, y han podido convivir pacíficamente con los animales y la naturaleza.

De esta manera, ambos hermanos constituyen dos ejemplares que demuestran por qué el mundo es malo y por qué hubo de encontrarse una solución a ello. Las mujeres que se relacionan con ellos, o que estuvieron cerca, también sufren espantosamente. Me parece que la novela, explora, con la agudeza de un escalpelo, la sociedad contemporánea: sus anhelos, sus aspiraciones, sus temores y pusilanimidad. La propuesta final de Houellebecq es que todas esas promesas de liberación y reivindicación, todas esas modas que se originaron en Estados Unidos, por ejemplo, y llegaron a Europa, en el fondo no eran más que falsas posturas que llevaron a la bancarrota existencial a masas enteras de generaciones. Las referencias a Aldus Huxley con Un mundo feliz, al Marqués de Sade y a la movida hippie tienen un peso gravitante. Los seres humanos, sin saberlo, son esclavos de los edictos de la sociedad, una sociedad, con la acentuación del capitalismo, dominada por el sexo, el consumo y una vacuidad de valores. El único lúcido, y que por ello sufre menos, es Michel, quien crea la receta de los clones para eliminar la humanidad de siempre y, con ello, legar mejores seres a la naturaleza. 

domingo, 30 de octubre de 2016

"Un beso del infierno" de José de Piérola

José de Piérola (1961), escritor peruano residente en Estados Unidos desde comienzos de los noventas, ha publicado tres novelas —El camino de retorno, Pishtaco Slayer y Un beso del infierno— y varios cuentos —recopilados en Norte y Sur— sobre la violencia interna que azotara al país, según el conteo oficial, durante veinte años: de 1980 al 2000. De esta manera, su suma a títulos como Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa, La hora azul de Alonso Cueto, Rosa Cuchillo de Óscar Colchado Lucio y Abril rojo de Santiago Roncagliolo, por nombrar los libros más representativos sobre el tema.
La novela en mención —cuya versión preliminar, Un beso del invierno ganó el premio Novela Corta Julio Ramón Ribeyro 2000— cuenta la vida de un grupo de amigos que un día, tras mucho meditarlo, decide salir de Lima rumbo a la sierra, a la búsqueda de una feliz estadía entre la naturaleza que una altura de 4000 msnm puede ofrecer. Pero un desenlace fatal convierte aquel viaje esperado en una horrenda pesadilla: al amanecer, inexplicablemente y con las manos atadas a la espalda, encuentran muerto al promotor del viaje, Catulo. Así, De Piérola se apoya en parte de la estructura con que Mario Vargas Llosa cuenta sus novelas. El texto está dividido en dos tiempos: el primero, sobre el que se monta la historia, cuenta la acción real; y el segundo se construye a base de flashbacks, los que nos irán mostrando, e iluminando, las demás facetas de los personajes. De manera inmediata me viene a la memoria La ciudad y los perros, pues la estructura es similar: a la vez que se cuenta el robo del examen de química, el castigo a los culpables y la muerte del Esclavo, esta línea de tiempo es rellenada con escenas de los cadetes antes de entrar al Leoncio Prado. Entonces, en Un beso del infierno la línea de tiempo principal constituye la muerte de Catulo y cómo es que los supervivientes se enfrentan al asesino, lo que es reforzado con la exploración de su vida, la de sus amigos y el proceso de conocerse todos, hecho que los llevaría, finalmente, a la sierra del país, escenario principal de las masacres durante el conflicto armado. Esta forma de narración es muy lograda, pues permite al autor mostrar la vida de los personajes antes del viaje, explorar en ellos, y cómo es que estos, en menor o mayor medida, estuvieron envueltos en el conflicto: desapariciones de los paramilitares, militancia en las fuerzas subversivas, resistencia de la izquierda contraria al terrorismo y, lo más importante, las secuelas en una sociedad tan desigual como la limeña.
Por otro lado, contrario a lo que podría pensarse, la novela no desarrolla de lleno los hechos violentos en sus puntos más álgidos. Más bien, se centra en un periodo posterior, cuando la democracia había regresado al Perú en el 2000. Así, el viaje de los amigos se da justo en el momento en que el país comenzaba a dejar atrás ambos escarnios (la de la dictadura y la del terrorismo). Pero he ahí que el fantasma de la guerra resucita del pasado y trae la muerte a ellos. En los flashbacks, o segunda línea de tiempo, los lectores nos enteramos de un soldado al que llamaban Charapa, el que, tras un enfrentamiento contra Vanguardia Revolucionaria (en realidad Sendero Luminoso) enloquece y se interna en las punas más duras e inhóspitas de la sierra. Justo donde aquel grupo de amigos llegó a acampar. En su locura, cree que ellos son vanguardistas y que la guerra interna continúa.
La novela también tiene ríos subterráneos o hilos conductores que tienden símiles entre los personajes. Por ejemplo, Catulo fue expulsado del seminario por no someterse a la doctrina eclesiástica, lo mismo que María, expulsada de Vanguardia Revolucionaria cuando aún era una joven entusiasta. Es decir, ambos eran seres libres que no se dejaron doblegar por las reglas rígidas de las respectivas organizaciones. Entonces, vemos que el autor sugiere, pese a que son completamente distintos, que tanto la iglesia como el grupo subversivo exigen, a sus militantes, una fe ciega que no admite cuestionamientos, despojándolos de su capacidad de dudar, de su propia convicción, es decir, volviéndolos autómatas. Alguien que sí acatara por completo este pedido sería el Charapa, pues jamás puso pero alguno a las órdenes que sus superiores le exigían y abrazó hasta el final las consignas castrenses, lo que lo llevaría a ese estado de demencia y embrutecimiento.

Finalmente, como hiciera Manuel Scorza (a quien de Piérola le dedicara su tesis doctoral) en su pentalogía llamada “La guerra silenciosa”, cinco novelas sobre la resistencia de los campesinos en la sierra central en la década de los cincuenta (entre ellas Redoble por Rancas y La tumba del relámpago), los capítulos cortos que componen el libro enganchan al lector a la historia y no lo sueltan sino hasta terminar el libro. Quizá podríamos decir que hay un tiempo muerto, aquel paso necesario que no avanza en la historia pero que sin embargo está ahí por su función de bisagra y porque explica un hecho que de estar ausente desmontaría la trama entera. Aquí sucede en cómo el narrador protagonista y María, acorralados por el Charapa, encuentran mejor cobijo entre otros cerros. Es por ello que este pasaje trata de ser lo más breve posible y, al final, pasa ligero gracias a la extensión de los capítulos. Al terminar la lectura y cerrar el libro, y esto gracias a la construcción sólida de los personajes, uno tiene la certeza de que la novela no ha terminado y que la vida de los personajes continúa más allá de nuestra lectura: dentro de nosotros mismos, acompañándonos al ir al trabajo, al estudiar o al leer otro libro. Sobre todo, nuestra imaginación se abisma a aquella otra vida que no es contada y que solo aparece sugerida. Sin duda, Un beso del infierno está entre las mejores novelas sobre la guerra interna hasta el momento publicadas.

domingo, 23 de octubre de 2016

"El fuego de las multitudes", segundo libro de Alexis Iparraguirre

Alexis Iparraguirre (Lima, 1974) luego de El inventario de las Naves (Premio Nacional de Narrativa Pontificia Universidad Católica del Perú 2005, concurso actualmente desaparecido) ha publicado su segundo libro: El fuego de las multitudes (2016). El entusiasmo que ha despertado en los lectores se deja sentir en las reseñas y palabras de elogio que en las redes sociales se comparten una y otra vez. Y es aún más al saber que el libro es fruto de la maestría de escritura creativa que el escritor peruano cursó por dos años en la Universidad de Nueva York (NYU). Así, El fuego… se compone de tres cuentos y un relato largo que tienen como escenarios el mundo contemporáneo actual, en especial el último de estos.
El primer cuento, “Albedo”, relata la vida del capitán Musso y su extraño amor por una mujer con desórdenes mentales con la que, a pesar de ello, se casó y tuvo una familia. El cuento, demostrando que el escritor está comprometido con su oficio, se empapa de palabras técnicas sobre la Antártida y los trabajos de exploración que allí se realizan. A todas luces esta historia acusa una investigación —todo el libro, en realidad—, pues nada más el título “Albedo” es un término específico y relativo al ambiente científico de la historia. No obstante lo señalado, el cuento se torna un tanto previsible. Es decir, el lector, desde un inicio, ya sabe que el capitán Musso irá a desaparecer en las profundidades blancas de la Antártida. Y esto se anuncia cuando se entrega ciegamente a las labores de exploración tras la muerte de su esposa, por lo que toda la construcción de un ambiente tan particular como es el polo y la base de exploración pierden cierta conexión: ya se sabe qué pasará y solo se espera el preanunciado desenlace. A este respecto valen recordar las palabras del maestro Gabriel García Márquez cuando escribió Crónica de una muerte anunciada. En una entrevista —la que se puede encontrar en Youtube— confiesa que, a mitad del libro, se dio cuenta que la muerte de su personaje era inminente y lo que habría hecho sería adelantarse hasta el final para comprobar aquello. ¿Qué hizo?: anunció su muerte desde la primera línea de la historia, con lo que el interés se trasladó a otra orilla, en saber cómo moriría Santiago Nassar. Así pues —lo que hasta cierto punto hace recordar a La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares—, el capitán Musso va tras un espejismo que él mismo, en conjunción con un fenómeno atmosférico del polo y una fotografía, ha proyectado de su esposa. Creo que el cuento hubiera podido ganar más si se exploraba por qué un hombre tan ecuánime como el capitán pudo enamorarse de una mujer con tales trastornos.
Aquello previsible también ocurre en el segundo cuento, “No es fábula”, la historia de un profesor de literatura que se enfrenta a la Víbora, personaje que lo quiere fuera de la comunidad universitaria. Y esto sucede, efectivamente, al final del cuento, aunque bajo una justificación poco convincente: la de que todos sus alumnos, coincidentemente, fueron suicidándose luego de llevar su clase. Es decir, se sugiere que la poesía, el contacto con ella, enloquece y vuelve orates a sus protagonistas, a los que se internan en el ojo del huracán de los versos. Esto se refuerza cuando el segundo alumno, leyendo Trilce de César Vallejo, le clava un cuchillo en la cara a su novia. Más allá de que los personajes tengan o hayan nacido con una herida, y esto sea el móvil que los lleve a acercarse a la literatura, es caer en un lugar común —como el nombre Víbora para alguien que es mujer y, a la vez, el villano de la historia— el sugerir que los poetas están locos o son incomprendidos.
El tercer cuento, “Demonio Atómico”, aborda la vida de un científico con una aparente enfermedad terminal que lo hace entregarse por completo a los placeres mundanos, ya en las postrimerías de su vida. Esto se expresa en bailar con la compañía de una mujer hermosa. Por momentos, el estilo hace recordar al más duro Cortázar, aquel que rezuma una prosa hermética. Lo mismo, Iparraguirre construye una historia densa, donde a todas luces su intención fue hacer el texto difícil de leer. Pese a que está contado en tercera persona, es decir, contrario a lo que sería una primera, la voz narrativa se aproxima fielmente a los pensamientos del científico, a tal punto que —y precisamente por ello— se vuelve hermético. Lo mismo ocurre en El perseguidor, por ejemplo. Cuando el saxofonista siente la música, el relato cobra dimensiones extraordinarias al tratar de explicar en palabras aquello. No obstante, había vasos comunicantes que nos hacían aterrizar en la historia, lo que la hacía más asimilable. Y son, aunque quizá a gusto de cada lector, esas conexiones las que faltarían en “Demonio Atómico” para que este no se vuelva un reto de lectura. Pero a diferencia de las dos primeras historias, aquí el personaje sufre una liberación inesperada que supera aquella previsibilidad señalada al comienzo.

Mención aparte merece el último cuento o relato largo Punto ciego. El mérito de la historia es desmenuzar y develar los grupos de poder que dictan el destino de naciones y hasta de continentes enteros. Es elogiable aquello, pues da una interpretación de los hilos invisibles que mueven al mundo. El paso del tiempo demostrará si una propuesta así fue acertada, y precisamente por ello, por el riesgo, es digna de aplaudir. Así, Punto ciego tiene rasgos futuristas, algo muy poco trabajado en la literatura peruana. Por ejemplo, partiendo del hecho de que un expresidente del Congo no fue un héroe, sino que por el contrario siempre supo de las matanzas y atrocidades que se cometían en su país, pero prefirió callar y pasar a la historia como un farsante en secreto, el relato se proyecta hacia una globalidad escalofriante. Aparecen grupos secretos que controlan los fármacos, los armamentos e, incluso, el clima mundial ante un fuego de multitudes —de ahí el título del libro— que deja sugerido un escenario de enfrentamiento y de cambios teñidos de sangre.

domingo, 16 de octubre de 2016

Jean Pierre ovacionado, cuento

Tuve un amigo que pudo llegar muy lejos con la pelota. Se llamaba Jean Pierre y en el barrio todos se peleaban por tenerlo en su equipo. Era alucinante verlo jugar, dribleaba a cualquiera que se le pusiera por delante, como una máquina del baile a lo Maradona y Garrincha juntos, solo que sabía soltar la pelota justo antes de que alguien le espetara «amarrabola». Para él no era un problema jugar en la calle, en el parque o en alguna losa cuando nuestras propinas podían pagar el alquiler de una. No obstante, donde mejor le iba era en la pista: ya se había acostumbradoa la pausa obligada de los carros, a las viejas amargadas que amenazaban con soltar a sus perros y a algún transeúnte que pudiera obstaculizar la fluidez del juego, sin mencionar los huecos de las veredas que a veces daban pases en contra. Pero así como todos lo querían en su equipo, nadie lo llevaba a las fiestas ni le presentaban a las chicas que por entonces afanábamos. Y es que fuera de las canchas en vez de sumar restaba puntos: era un zambito menudo de brazos cortos y bemba colorada, con unos ojos tan saltones que parecían salirse de su cara llena de acné. Los sábados en la noche se aparecía bien perfumado en la esquina del barrio donde solíamos hacer los previos antes de enrumbar a algún tono, con las mismas zapatillas blancas que usaba para jugar, un pantalón sucio y lleno de huecos, y una camisa sin mangas para que sus bracitos no se vean tan diminutos. Lo que más llamaba la atención –mejor dicho, hacía reír–, era el talco que se ponía en los cachetes. Llegaba y de pronto todos enmudecíamos, ni una palabra sobre el quino de Carmela el próximo fin de semana, ni un comentario sobre la fiesta a la que iríamos esa noche, nada que decir de las chicas a las que les habíamos puesto la puntería. Jean Pierre lucía el mismo entusiasmo con el que jugaba a la pelota y hasta compraba la primera cerveza de la noche, pero nadie ponía la segunda y poco a poco el grupo comenzaba a disolverse. Mala suerte de aquel que no pudiera escapar a tiempo y se quedara con él. Una vez me pasó a mí; aunque fue más por compasión que por falta de ingenio que quedé último. El negro me siguió como un perro a todos lados. Al final, nos sentamos a conversar un rato y, estoy seguro, fui el primero en saber la noticia: Me admitieron en el equipo B de Alianza Lima, Fernando; el lunes empiezo con los entrenamientos después del cole. Qué bien, hermano, me alegro mucho, le dije sin creerle y palmeándole la espalda. Para ese momento eran ya como las doce de la noche y las tripas se me retorcían de impotencia al imaginar que Vanesa podría estar bailando con Omar o con Roberto. Así que le dije: Negro, tú y yo nunca nos hemos agarrado a botellazos; anda, cómprate una chela para celebrar tu debut en el equipo. Pobre Jean Pierre, sus ojos resplandecieron y todo su cuerpo comenzó a rezumar un optimismo que le hacía dar saltitos en su sitio mientras esperaba a que yo sacara los únicos pesos que tenía en los bolsillos. Apenas el negro dobló la esquina, salí corriendo al tono, no me import llegar sin plata y no poder comprar la chatita de ron que me daría valor para caerle a Vanesa. Pero al otro día, el domingo en la tarde, el negro estaba ahí, en la calle, listo para jugar. Así de noble era, como si nada hubiera pasado sonreía y dominaba la pelota sin que cayera al suelo: primero con el pie izquierdo, luego con el derecho y también con la cabeza, y hasta usaba el poto que sí tenía grande. Nuevamente nos sacábamos los ojos por tenerlo en nuestro equipo, y creo que eso, más que el partido, era lo que realmente le gustaba.Un día se desapareció de repente y no lo volvimos a ver en las pichangas del barrio. Ya habíamos salido del cole y era un marzo glorioso donde al fin terminaba la pesadilla de los cuadernos, los exámenes y el uniforme; me tomaría de descanso un año entero, poco tiempo para los once de tortura que me tocó vivir. La mañana de un domingo, sufriendo la resaca de una juerga, prendí el televisor. Se disputaba el clásico en el Estadio Nacional cuando en eso veo que un negrito quimboso se lleva a cinco en el area y mete un golazo al ángulo que dejó como un poste al arquero Chávez-Rivas. Por la puta madre, exclamé lleno de emoción, se parece a los goles que hacía Jean Pierre en el barrio. Y, carajo, casi me caigo de la cama cuando me di cuenta de que era él. Al toque me levanté y fui a buscar a la gente. En la noche el negro se apareció bien vestido y con un carro último modelo, rojo intense y lunas polarizadas como siempre habíamos soñado tener. De inmediato, el gordo Aldo puso su jato para una chupeta y llamó a todas las chicas que nunca le presentamos. Pero no fue necesario: de copiloto tenía a una bataclana, de esas que salían bailando en la tele. Tuve que cerrarme la boca con la mano y limpiarme la baba ante tremenda hembra, luego de recibirlos en la casa del gordo. Ese es mi pata, rugió Roberto, pasándole el brazo por el hombro. Siempre te tuve fe, hermano, aseguró el loco Renzo, acercándose. Sabíamos que llegarías lejos, dijo Omar mientras lo cargaba y por poco le besa esa bemba colorada de la que tanto se mofó. Seguía siendo el mismo, Jean Pierre no se había olvidado de su gente del barrio y estaba feliz de mandar a comprar cerveza y comida para todos. Nos contó que el próximo fin de semana arrancaría como titular de visita en Pucallpa, que la Federación Peruana de Fútbol lo había convocado para los próximos encuentros por las eliminatorias y que el representante de un club europeo venía a ver sus partidos en Matute. Por fin el negro era querido fuera de las canchas, aunque después del accidente del fokker nadie lo recuerde y nadie haya ido a dejarle flores al mar de Ventanilla desde aquel 8 de diciembre de 1987.

domingo, 2 de octubre de 2016

"Un cuy entre alemanes" de Wálter Lingán

Wálter Lingán, médico y escritor peruano, reside en Alemania desde hace más de treinta años. Tal parece que a buena hora le llegó una beca para estudiar en el viejo continente, pues en Lima se había involucrado a fondo con la izquierda peruana —creció en Collique, Comas, y tuvo un rol muy activo como joven intelectual— y el terrorismo comenzaba a brotar con fuerza en el país. Así, partió a Alemania, donde, además de estudiar medicina, comenzó su carrera de escritor y a la fecha ha publicado alrededor de quince títulos. Un cuy entre alemanes es su última novela, la que he podido leer gracias a mi abuelo Genaro Ledesma, quien aparece mencionado en las primeras páginas. Cuando paseaba en la feria del libro Lingán tuvo el gesto de saludarlo y obsequiarle su novela.
Quizá, con lo último mencionado, pueda pensarse que leí el libro bajo cierto nervio sentimental. En realidad sí, pero que me haya parecido una buena novela no depende de eso, sino de los propios méritos del texto. Creo poder afirmar, pese a que no presenta aquel sello hasta cierto punto repetitivo, pues Lingán cuenta su historia de una manera distinta al hacerlo a través de la figura del cuy, que la novela se ubica entre las autobiográficas. Desde las primeras páginas somos testigos de la partida del protagonista a tierras alemanas y de su posterior adaptación al medio. El libro se mueve como un sueño, como un viaje de escenas, pues su ritmo de desarrollo es fugaz y en ciento cincuenta páginas, no obstante, ruedan treinta años de una vida nada sosegada, sino todo lo contrario, llena de sobresaltos al adaptarse a Europa, aprender un idioma tan difícil como el alemán y estar pendiente de las nuevas desde Perú. Otro factor que le da aquel carácter peregrino es que la Alemania donde se desenvuelve el cuy no está retratada con una fría objetividad, lo que daría al lector una imagen realista, como una descripción del escenario. No obstante, hay un registro que nos indica que, efectivamente, estamos allí. Esto se debe a las constantes frases y oraciones en alemán que nos vamos encontrando conforme avanzamos con la lectura, además de datos y formas de vida típicas del país europeo. Uno interesante es que el alemán que se aprende en las academias es artificial, creado para que todas las regiones de Alemania hablen un solo idioma, por lo que es posible que alguien que viaje allí, tras haber obtenido su diploma en el Goethe Instituto, por ejemplo, no entienda absolutamente nada al toparse con el alemán hablado en cada región. A ello, hay que sumarle que el joven estudiante peruano de medicina encontró a otros latinos que radicaban en el viejo continente y esos recuerdos están fuertemente vinculados a las lecturas que iba leyendo en cada momento de su vida.
Pero nada haría diferente a Un cuy entre los alemanes si no mencionara la metamorfosis que el personaje principal sufre. Sin que se explique por qué, y paulatinamente, aquel tiene ataques que derivan en transformaciones a un conejillo de indias, diminuto y lleno de pelos. A mi entender, por el carácter retórico de la novela, la transición a cuy es una metáfora, un paso hacia la conversión a escritor. Sintomático es que, a medida que va desarrollando sus habilidades para la “escribidera”, como en la novela se califica al acto de escribir, vayan aumentando esos episodios que lo transforman en cuy. A su vez, esto provoca en el protagonista un voraz apetito sexual que, en casi todos los casos, es correspondido. Desde la distancia, el hombre cuy recuerda los principales acontecimientos que marcaron irremediablemente el destino del país, desde la década de los ochentas hasta el 2014, momento en que fue publicada la novela. Es decir, pese al desarraigo y a la distancia, el país natal estuvo siempre presente.

Así, la eclosión del cuy, su estado definitivo, es una metáfora: la representación del escritor en tierras alemanas que siempre será visto como un ser distinto, por provenir de un país tan alejado y, hasta cierto punto, extraño como el Perú. De ahí que, en Alemania, el elemento más representativo del Perú sea aquel conejillo de indias. Con la lectura de esta novela podemos recordar, o quizá reafirmar, que cada texto tiene un dato escondido: la conclusión o respuesta final que queda en boca de cada lector.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Los cuentos de Anton Chéjov

Mi primer contacto con la obra de Anton Chéjov fue a través de Julio Ramón Ribeyro, cuando estaba en el colegio. Cuentos como “Tristes querellas en una vieja quinta”, “Dirección equivocada”, “Los eucaliptos”, “El marqués y los gavilanes” o “Página de un diario”, por nombrar algunos que me vienen a la memoria, rezuman lo aprendido del grandioso cuentista ruso. Lo esencial de las historias citadas son la nostalgia y el aburrimiento, sentimientos que toman por asalto a sus personajes y los consume un lento incendio. Fue en los primeros años de universidad que me toparía con la obra chejoviana, a la que siempre he regresado, pues el paso de los años y la edad adulta que uno va alcanzando permiten saborear y entender mejor sus cuentos, desentrañarlos y advertir absorto que, como sucede con la buena literatura, son la piel de un lago que refleja nuestra propia imagen.
Por qué ciento cincuenta años después Chéjov sigue siendo leído, por qué a pesar del inexorable cambio de las sociedades es considerado un maestro del relato corto. Es porque da en el meollo de la existencia humana al develar con su pluma los fastidios cotidianos que acosan a los hombres. El tedio, las frustradas ansias por vivir y el sentimiento de enajenación han sido el móvil invisible de decisiones y desenlaces que nos han dejado perplejos, boquiabiertos al no poder entender por qué tal persona, en apariencia ecuánime y circunspecta, bajo determinadas circunstancias llevó a cabo un inaudito acto. Aquellos son los motivos que, como un parásito alojado en el pecho de sus huéspedes, los va contaminando, debilitando y, al fin y al cabo, termina por corromperlos irremediablemente.
A diferencia de sus contemporáneos, tales como Dostoievski, Tolstoi o Gorki, los personajes de Chéjov no son gloriosos héroes ni el aliento de sus páginas exuda un fervor épico. Todo lo contrario. Sus personajes son seres sombríos, tímidos, extraviados, sacados de una cotidianidad escalofriante, puede ser un profesor, un abogado, una esposa, un amante o un lacayo que no tienen, por ejemplo, la altura de un Rodión Románovich Rascólnikov de Crimen y castigo; tampoco la alcurnia y espíritu de Andrés, el príncipe protagonista de La guerra y la paz. No obstante, la pluma de Chéjov sabe iluminarlos y resaltarles facetas que conectan con lo más concomitante de la existencia humana, de tal modo que dejan de ser sombríos, tristes y apagados. Su prosa es el brillo de un reflector sobre ese llano opaco, pero ese fulgor es tal que esos seres inadvertidos adquieren la altura de los grandes personajes épicos de la literatura universal. Y es que qué de grandioso puede tener un lacayo pueblerino que un día enferma y, al no poder seguir trabajando, de Moscú regresa a su pueblo natal, en el cuento “Muzhiks (Campesinos)”. La clave del relato, lo que lo vuelve grandioso, no es la miseria en la que la familia de Nikolái se encuentra inmersa, sino el tedio, el hecho horroroso de tener que convivir en una isba inmunda sin cuartos con toda su familia. La monótona rutina, tanto de los pobres como de los ricos, asfixia a los personajes y los saca de sus casillas. Lo mismo podemos decir del magistral relato “Pabellón 6”, donde un médico psiquiatra de corazón sensible y espíritu dado al arte y a la contemplación de la belleza, se siente perdido y enajenado al rodearse del común de las personas. De esta manera, al no poderle manifestar a nadie sus inquietudes, recurre a la lectura y al consumo de alcohol como vitales medios de escape. Pero un buen día, entre los locos de su sanatorio conoce a uno que, cuando estaba sano, había ido a la universidad y tenía lecturas sobre la naturaleza humana. De pronto el doctor se siente atraído por su persona, por su intelecto y por las citas a filósofos que en medio de sus vespertinas conversaciones compartía con él. Quizá la cima del cuento se da cuando el doctor acepta viajar con un antiguo empleado de correos, una persona que lo visitaba una vez al día tan solo quince minutos. Pero pronto la compañía de este amigo se vuelve insoportable y entonces el médico extraña su soledad, sus libros y las conversaciones con el loco. Creyendo sus colegas que había perdido el juicio, el doctor termina internado en el pabellón de enfermos mentales. Lo mismo podemos decir de “La dama del perrito”, cuento presente en casi todas las antologías que sobre la obra de Chéjov se realizan. En este caso, el hartazgo y la desazón por la vida encuentran refugio en el repentino amor que Dmitri y Anna se profesan, ella la joven esposa sin perspectivas de un empleado y él un hombre maduro cansado de su familia y de su mala suerte con las mujeres. Se sabe que este cuento fue escrito en respuesta a Anna Karenina, como una forma de mostrar otro camino, y destino, mejor para el personaje femenino que se rebela contra los tapujos de la sociedad. De ahí que el cuento termine con los dos amantes unidos más que nunca y a punto de tomar una determinante decisión al respecto.
La exploración en las secuelas de un devenir así también se puede leer en “Vecinos”, donde la hija menor de una familia escapa con el vecino, un tipo que casi le doblaba la edad. Ante ello, como era de esperarse, la madre sufre peor que si se hubiera muerto y nombrarla en casa se vuelve una prohibición. Ante tal cuadro, el hermano monta el cólera y va a encarar a su vecino, con quien antes tenía una muy buena relación. Pero qué sucede cuando finalmente se aparece en la propiedad colindante a exigir cuentas. De pronto esa cólera y rabia que tenía se ve enervada por su falta de decisión y por una mixtura de sentimientos encontrados que eclosionan al verse cara a cara con el vecino y, finalmente, con su hermana. Al final del día, el hermano regresa a casa enfrentado consigo mismo, pues sin quererlo había conciliado con la pareja. Así, el cuento da un giro de tuerca y, de pronto, el protagonista de la historia ya no es el rapto, o la fuga idílica, sino el hermano, un ser sacado de la espléndida fauna chejoviana: un tipo sombrío, cariacontecido, del montón y sin distinguirse dentro de la sociedad. Pero, como decía, en manos de Chéjov un personaje así adquiere el relieve y profundidad de las mejores novelas alguna vez escritas.
Otro cuento de imprescindible lectura es “El beso”, la historia de un tímido joven militar cuya guarnición una tarde es invitada a la casa de un hacendado a cenar. En medio del agasajo y del clima festivo, este joven militar, no obstante, se siente extraviado en los salones. Como era tímido no sabía bailar y como tampoco tenía tema de conversación pronto se aburría con los caballeros. De repente, cruzando un corredor oscuro, en medio de las sombras, una mujer lo abraza y le da un beso. A raíz de aquel gentil accidente, el joven sufre una metamorfosis que lo saca, por un lapso, de aquel estado sombrío que lo mantenía en un cruel anonimato. Aquí queda muy bien plasmada esas ansias por vivir de algunos personajes chejovianos, ese deseo por romper la envoltura del tedio en la que se encuentran atrapados para siempre. Tampoco podría dejar de comentar la novela corta Relato de un desconocido, donde un espía se hace pasar de lacayo para poder entrar a la casa de un tal Orlov, un funcionario público de alcurnia y con cierta holgura económica. Pero pronto la historia sufre un giro: de presentarse como una trama policial pasa a ser un drama cargado de aquellos sentimientos de hastío señalados, pues de pronto a la casa de Orlov llega a vivir su amante, quien había abandonado a su marido para ello. Así, el testimonio oficial que debía entregar el espía sucumbe ante la frialdad del funcionario público. Y es que este es un hombre práctico que sabe que los sentimientos en los hombres solo significan dolor y angustia. Por ello lleva una vida metódica, donde todo se reduce a ir al trabajo, leer, dormir, reunirse con un pequeño grupo de amigos y de vez en cuando salir por unas copas de vodka. Es de esperarse que una mujer, quien representa, como otros personajes de Chéjov mas allá de su género, los sentimientos y las ansias por vivir no encaje en ese cuadro. Por lo que la frustración y el sufrimiento asaltan la historia. Como comentario final, agregaría que el maestro no solo conoce su temática, sino lo más variado del oficio de escritor. Todos hemos leído relatos fallidos donde de pronto un personaje, en primera persona, emite un discurso que no corresponde a su estatus; es decir, de repente personajes jóvenes o sin mayor formación intelectual tienen hondas meditaciones sobre la naturaleza humana. En este caso, el maestro Chéjov sabía muy bien ello, por eso era consciente que hubiera sido mortal para la historia que un vulgar lacayo tenga la altura que tuvo el suyo. De ahí la necesidad de disfrazar al personaje, de decir que fue un espía, pues la intención era acercarse a ese drama entre Orlov y su amante. Enorme detalle que no podía pasar desapercibido en las manos de un maestro.

Es difícil agregar algo sobre la obra de un escritor tan leído y comentado a lo largo del mundo entero como Chéjov. No obstante, cada lector siempre tendrá una forma particular de acercarse y sacar sus propias conclusiones. Es lo que he intentado hacer. Podríamos seguir comentando más y más cuentos del genial narrador ruso, como "Gente difícil" o "La desgracia", pero superaría el propósito de estas líneas en tanto he tratado de rescatar la esencia presente en el universo chejoviano: el hartazgo, el tedio cotidiano, el aburrimiento por la vida y a la vez las ganas fallidas de vivir y romper esa monotonía en el que se ahogan sus personajes. Siempre recordaremos las grandes novelas épicas donde los protagonistas no son seres del común, sino todo lo contrario: príncipes, condes, generales y líderes diversos. Pero creo que recordaremos más aquellos ordinarios en tanto nos podemos identificar más con ellos y en tanto son iluminados con la maestría de una pluma como la del maestro Chéjov.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Muestra de poesía "No es traducible el hueso"

El toé, como la ayahuasca, es una planta sagrada que crece en lo recóndito de la selva peruana y es conocida por ser muy utilizada por los chamanes en sus curaciones y mareaciones. La persona que la consume entra en un profundo trance que le permite saber con exactitud el futuro, siempre con la asistencia de un especialista en el tema, es decir, con un chamán. Quizá una de las escenas de la literatura peruana en donde se representa mejor este viaje sea en la novela del muy querido y recordado poeta César Calvo, Las tres mitades de Ino Moxo. En ella, una niña, al consumir un brebaje a base de toé, duerme siete días en los que tiene diversas visiones. En una de ellas —además de saber quién había robado en su casa, motivo del consumo de la planta—, ve a una mujer adulta, una madre de familia, rodeada de sus hijos y en compañía de su esposo. Solo mucho tiempo después, al vivirlo en carne propia, supo que esa niña era ella en una escena de hogar.
Me parece que toda antología, u olfato editorial, debe tener esta visión a futuro, esa intuición que permita ofrecer al público la obra de un escritor de manera acertada. Por ello, es idónea, calza como anillo al dedo, la última muestra de poesía realizada por la nueva editorial Toé. En ella se introduce al ámbito de las letras peruanas la obra del poeta chileno Javier Bello, hasta este momento no muy conocida. El libro viene, además, con un prólogo de Luis Chueca, en el que ubica en la línea del tiempo al poeta.
Nacido en Concepción en 1972 y considerado como uno de los mejores de su generación, Javier Bello a la fecha ha publicado una decena de libros de poesía, entre los que destacan Los grandes relatos (2015), Estación noche (2012), Espejismo (2010) y Letrero de albergue, premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2006. También ha ganado el Premio Pablo Neruda 2007 por la totalidad de su obra, la misma que lo ha hecho aparecer en distintas antologías. De esta manera, el presente libro, No es traducible el hueso, nos ofrece a los lectores una selección de poemas de los libros El fulgor del vacío, Los pobladores del entresueño, Letrero de albergue, Estación noche y Los grandes relatos. Y aunque han sido escritos en diferentes años y etapas del poeta, los cinco comparten esa altura de versos tan difícil de lograr sin caer en lo ridículo o impostado, lo que nos hace recordar por momentos a Saint-John Perse y al Pablo Neruda de Residencia en la tierra. De esta manera, Bello compone versos con una sonoridad que envuelve al lector y pasa por lugares comunes que, bajo el influjo de su pluma, se convierten en lugares inéditos. Palabras como “noche”, “paloma”, “huesos”, “viento” o “vacío” sufren una variación, o reinvención, como si por primera vez se los usara para la poesía escrita en español. Hoy comparto tres poemas que aparecen en la presente muestra.

De Fulgor de vacío

IV
De dónde viene la risa

de la cabeza del hombre sometida a la muerte

de la cabeza del hombre en cuyos casilleros se encuentra como una lengua azul el ahorcado, el ataúd, la culpa, los menesteres del día de todos los muertos

del gran banquete, de la gran comilona, las putas que parlamentan con el rey, el resplandor de los bellos caballeros en armas

definitivamente sale de la cabeza y sus partes, de su esqueleto más humano que el hueso del pie, la extremaunción, los candelabros del último desvío

viene el fuego que provoca el ejercicio del labio y el tendón, desequilibra al cerebro, sopla con el perro del viento si es tarde y cunde en las zarzas con fruto donde está agazapada la muerte

con qué suspicacia digna de aquéllas que abandona un demonio en el aire se cierne sobre los comensales, los niños dormidos, los viejos locos, y ataca.

De dónde viene entonces la risa sino es de la cabeza de alguien que quiere comprar resurrección con su llanto, de dónde sino del tibio palacio de la complacencia

Qué es la risa más que uno mismo convertido en un órgano.

La risa viene, aunque la partición de la cabeza reduce sus posibilidades de acierto, la risa viene como un ramo de bendiciones ahogadas.

La risa viene de un pozo que puede ser comparado con la triste cabeza del hombre, cuya melancolía, sin embargo, produce una luz que no cesa.

La risa viene de un pozo cuyo sentido último es la oscuridad que se expresa sin miedo en la fiebre, en los sueños malos y en las discusiones biliosas.

La risa viene de un pozo, ese pozo es de sangre.

Ese pozo se llama cabeza.


De Letrero de albergue

***
Detrás del pensamiento hay un palo quebrado. Un palo que arrastró la corriente hasta los pies de la cama. Los vidrios son retratos donde los muertos preguntan por sus manos. Detrás de los espejos hay otra plantación erizada. Hilos de fuego que pulsan las muchachas en coma. Un túnel lleno de semanas. Un túnel quiere decir túnel. Lo que quiere decir cáncer. Invernadero y sed. Bolsa marsupial. Leche de oído. El hígado habla en las esquinas. Un vino lleno de números. Un saco de hojas secas detrás de la mirada. Una bolsa de té. Un ataúd repleto de ramas. Debajo de la edad están los años muertos. Debajo de la luz los prismas resucitados. Un niño carga un puente que carga a otro niño que no carga nada. El vacío es una enfermedad a la sangre. Decanta como el óxido en las redes de pesca. En todos los armarios hay espectros. En los cajones manos desconsoladas. Las paredes las ha rayado nadie. El otoño tiene muchos nombres. Detrás del pensamiento yo sé quien es nadie.


Escalerita al cielo
Esta tarde llueve como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.
César Vallejo

Esa tarde llovía como nunca. No era precisamente un invertebrado
pero una vez que aprendió a caminar igual que una salamandra
no dejó de hacerlo jamás. Así entró el pequeño extranjero
al hueso favorito. No ves que estoy cambiando de piel, me dijo,
de época, estoy cambiando de casta. Por mi parte
le di la bienvenida al vestidor insaciable del cráneo, al ajuar de agujeros.
Ése fue mi error, confundir espejismo y gardenia,
el rizo alto de la turbulencia con la glándula que come preguntas.
Una vez que aprendió a deslizarse como un delfín y resplandecer contra el vidrio
fue difícil sacar la lengua de la cajita de tierra. Había esquirla y la ingle
no estaba preparada. Había objetos en desuso, dispuestos sin razón.
El arpón es prolijo, pero cuesta la mitad de una vida afilar una lanza con los pies.
A esas alturas de poco servían las sonrisas, el escenario
estaba por derretirse, los reflectores se convirtieron en grasa.
Se parecía a la lluvia, a la gota de liquen en la punta de las mañanas,
como una enfermedad tropical le pasaba la lengua a cada uno
de los tentáculos de Dios, el tendón del absurdo me mimaba.
Tomé nota en cuanto pude de cuanto fue posible, los papeles se disolvían en el aire.
No quiero traicionar ahora la belleza de sus zapatos verdes, pero debo decir
que tenía la clara intención de deshacerme de mí mismo, la clara intención
que me salvara. Entonces amarré su cintura al primer monzón
la segunda quincena de junio en Kerala, me tapé la vista con la almohada
y escondí las plumas del rastro de los cazadores de ángeles.
Sin ganas de vivir, lo vi alejarse, boqueando desde la puerta del baño.
Del humo de mi cigarrillo subía una escalerita hasta el cielo
por la que se despeñaba mi cabeza y la de mis antepasados.
Esa tarde llovía como nunca, sin la menor sospecha
el fiscal se había retirado temprano.

Ya no fabrican escamas como antes.

domingo, 11 de septiembre de 2016

"¡Absalón, Absalón!" de William Faulkner

Lo vital y crucial de este libro es su relectura. Recuerdo que cuando iba por la página noventa, como un golpe de abulia, pasó por mi cabeza poner el libro entre los pendientes, con lo que engrosaría aún más aquella lista. Pero superado esos primeros rigores me di cuenta de que tenía entre manos una de las obras más originales y tenebrosas que alguna vez haya leído.
¡Absalón, Absalón! narra la historia de Tomas Supten, ¿un indigente?, ¿un sobreviviente?, ¿un aventurero?, ¿un migrante de las montañas inhóspitas de Virgina? Digamos que es un personaje oscuro y ambiguo, quien un día arriba a las tierras ubicadas al norte de Jefferson, la ciudad ficticia creada por Faulkner en el peliagudo sur de Estados Unidos. Se casa con uno de los mejores partidos del condado y se hace de extensas hectáreas, donde ha de fundar el Ciento de Supten. Pero, como una fatal herencia, o como un castigo del destino, toda su descendencia nace maldita y el horror y el incesto acechan a los personajes.
En realidad, no se sabe mucho de Tomas Supten. Lo principal es que viajó de Virginia, buscando la tierra prometida (la alusión a la Biblia es notoria y fructífera) en una carreta con sus hermanas abordo. Durante el viaje, la familia iba incrementándose, pues el padre tenía sexo con sus hijas y nacían niños que, en la mayoría de los casos, no resistían los avatares del viaje. En las paradas, el padre se internaba en las cantinas, de donde tenían que sacarlo a rastras y en hombros, en calidad de bulto, totalmente ebrio y enajenado. Cuando finalmente llegan al punto donde primeramente han de establecerse, Tomas Supten, en su juventud, decide abandonar el país y viaja a Haití. Allí comenzará a amasar fortuna. Luego, como un personaje misterioso que despierta el recelo del pueblo, funda el Ciento y luego desposa a Elena Coldfield, con quien tiene a Enrique y a Judith. La historia de la decadencia se vuelve original, pues es narrada de una manera diferente por el lenguaje. Este tiene tal importancia en la historia que, muy acertadamente, Vargas Llosa, opinando sobre esta novela, dice que el uso de la palabra constituye un personaje más de la historia. Pues sí, el lenguaje, el modo esquivo de contar, de plantar datos que llevan a la intriga y al suspenso, tiene un peso vital en la novela. Aquí resaltan esas frases largas y brillantes por las que es conocida la prosa faulkeriana.
Al comienzo decía que una relectura me ayudó a entender mejor la historia. Y es que la novela, casi en su totalidad, está contada a través del diálogo de dos personajes, Quintín y Shrevlin, nietos de los amigos, o conocidos, que tuvo Tomas en vida. El comienzo del libro exige una lectura medio detectivesca, una que nos haga pensar y sospechar qué texto en realidad estamos enfrentando. Así, el diálogo de ambos revive a los personajes protagonistas de la historia, los echa en la cama y los sienta en las sillas de la mesa donde transcurre la conversación. Bien pudo el libro llamarse La conversación (tentativa de título que nos hace recodar, inevitablemente, a una de las novelas más celebras de la literatura peruana, como una forma de rastrear sus influencias), pero Faulker optó, en armonía con el aliento que tiene las páginas de la novela, por un título bíblico. Lo que más admiro y celebro de esta obra, es la capacidad, y el gran acierto, de mezclar planos temporales y espaciales en función a la conversación que se estaba desarrollando, como si esta tuviera el don supremo de traer a la vida personajes y de reconstruir locaciones en el breve espacio que puede tener un cuarto. Definitivamente, esta novela influenció mucho a Vargas Llosa, diría que es el esqueleto, o móvil inspirador, de Conversación en la Catedral. Solo que nuestro Nobel no mezcla con tanta violencia los planos y hace difícil la lectura, él prefiere separarlos y hacer más asimilable el relato. Del mismo modo, García Márquez no podría negar este libro en su formación literaria, pues el tema del incesto, y el brillo de la prosa, están muy presentes en toda su obra, en especial en Cien años de soledad.

Solo queda agregar que la Guerra de Secesión es usada para enriquecer e imputar más acciones a los personajes, a Supten, Enrique y Bon, el hijo negado que tuvo con una esclava negra. Sin duda, ¡Absalón, Absalón!, constituye una de las grandes novelas norteamericanas del siglo xx, como muchas otras que salieran de una misma pluma: Luz de agosto, El ruido y la furia o Sartoris.

domingo, 4 de septiembre de 2016

"Ampliación del campo de batalla" de Michelle Houellebecq

Michel Houellebecq, con esta primera novela al menos, se declara heredero del existencialismo, aquella corriente filosófica que se difundiera en Europa, sobre todo en Francia, tras la Segunda Guerra Mundial y que interrogara sobre el devenir del hombre en base a un elemento supremo: la libertad. El narrador sin nombre de esta historia tiene treinta años y es ingeniero de sistemas. Trabaja para una gran corporación que, en armonía con la época, moderniza los servicios que brinda el Estado y algunas empresas particulares. En apariencia le va bien, tiene un holgado sueldo, expectativas de ascenso, es joven y podría ser un buen partido para las mujeres. No obstante, está poseído por un sentimiento extremo de vacuidad que poco a poco lo va deshumanizando. Así, habla de las mujeres como seres que abren sus órganos para una reparadora cópula, además de percibir en todas las personas un interés material. Hasta en su colega Tisserand, un pobre diablo que nunca ha tenido sexo y que en apariencia es un ser inocuo, el antihéroe de este relato siente cierta conveniencia. Y la desmenuza de la siguiente manera: como el mismo no hace gala de su vida sexual (en realidad, no la tiene) ni es muy atractivo físicamente, Tisserand se siente bien a su lado; es decir, no es una amenaza social para su colega, por lo que “goza” de su compañía.
De esta forma, el narrador sin nombre de esta historia bien podría ser un Antoine Roquentin o un Mersault contemporáneo, nacido a comienzos de los años setenta, cuando el mundo comenzó a ser dominado por la publicidad, el capitalismo y trastornos mentales como la doble personalidad o la depresión fueron diagnosticadas con sistemática frecuencia. Si en La náusea o El extranjero el mundo quedó al garete tras la Segunda Guerra Mundial, en Ampliación del campo de batalla la sociedad se muestra enferma tras el asentamiento del capitalismo y su lógica de consumo voraz, donde el sexo tiene un gravitante peso. Así, este antihéroe, como los artistas, está un paso más allá de sus coetáneos y puede percibir el falaz ambiente de bonanza que reina entre las personas. Y se muestra, de esta manera, como un ser que vive por inercia y ha perdido el rumbo para siempre. Pienso que los elementos modernos, que muy bien la diferencian de las novelas citadas, son las clínicas psiquiatras y la intromisión de la publicidad en la vida de las personas. Esto último tiene una importancia mayor, pues recordemos que él es un ingeniero informático, por lo que se encarga de hacer llegar aquella publicidad a más personas; es decir, se inscribe en los intestinos del monstruo. Lo que es más, los seres humanos han perdido identidad, pues todos tienen los mismos gustos, los mismos temores y anhelos, como si hubieran sido cortados por una única tijera. La lucidez, el poder de darse cuenta, es lo que asalta de aquel sentimiento de vacuidad al protagonista, como si viviera atrapado en un laberinto de autómatas.
Por lo señalado líneas arriba, las relaciones humanas también están vacías y esto alcanza al amor. El protagonista también sufre a raíz de la ruptura que tuvo en su última relación. Y denuncia al psicoanálisis. La interpretación que se le podría dar a tal pasaje de la novela es que las personas de ahora, para no caer y hundirse en una ciénaga de sentimientos, se vuelven más individualistas y pierden sensibilidad por el otro. Es por ello que su exnovia, Véronique, de un momento a otro, termina con él y lo bota de la casa, como un sálvese quien pueda que no admite ruegos ni segundas oportunidades.
Quería detenerme un poco más en el personaje de Tisserand. Este se presenta como una víctima del sistema que aún no ha bajado los brazos, alguien que sufre la construcción del actual modelo de belleza, pues por ser gordo, calvo y tener un rostro como el de un sapo (así lo califica la voz narradora) no encaje en él. Quizá porque no lo sabe, quizá porque tiene una fe ciega en sí mismo, no se cansa de buscar una mujer. Hay varios episodios en la novela donde esta búsqueda se exhibe con extrema maestría. La última de ellas es notable, pues el antihéroe narrador atiza el sentimiento de impotencia y resentimiento que habita en su colega a tal punto que persiguen a una pareja con el fin de matarlos, mejor dicho, que Tisserand los mate. Y es él en quien se ve con mayor amplitud la resistencia y el afán por aferrarse a la vida. Lo común entre él y el narrador es que ambos no se adaptan al ritmo del sistema, el segundo porque se ha dado cuenta que la vida es una farsa, el primero porque no encaja en los requisitos que se le piden a las personas para ser “felices” en él.

Ampliación del campo de batalla constituye una crónica de nuestra época, donde el sentimiento de enajenación que había en las novelas existencialistas mencionadas ha sido actualizado, es decir, completado con lo que la modernidad ofrece: la publicidad, el marketing, el consumo voraz y el sexo como una jerarquía. Sintomático es que tanto el narrador como Tisserand no tengan vida sexual, un signo más de ese estar afuera de la sociedad. Así, estamos ante una novela muy recomendable que, además, ofrece una historia dentro de otra historia: el protagonista tiene como pasatiempo componer fábulas de animales, lo que le ayuda a Houellebecq a verter directamente sus ideas o puntos de vista sobre el comportamiento de las personas en general.