domingo, 10 de septiembre de 2017

El cine de Takashi Miike II

Potro otro lado, Miike posee una larga lista de films donde no desarrolla la temática de yakuzas. Resaltan títulos como Izo (2004), histórico experimental, The happiness of Katakuris (2001), musical y con stop motions, Visitor Q (2001), erótico bizarro, algo así como Teorema de Pasolini, Gozu (2003), de terror, y Audition, film este último de gran versatilidad gracias a la confluencia de varios géneros en él. Aquí ssistimos a la historia de Aoyama, un empresario que tras la muerte de su esposa se dedica con renovados fríos a sus negocios, haciéndose de fortuna. La soledad, no obstante, comienza a atormentarlo. Aconsejado por su hijo, quien ya creció y tiene enamorada, decide volver a casarse. Solo que no sabe con quién. A su ayuda acude un amigo suyo productor de cine. Le propone llevar a cabo un casting, una audición para una película que nunca existirá, gracias a lo cual, no obstante, podrá tener ante él una amplia gama de mujeres en edad de contraer nupcias. Aoyama se fija en la persona menos indicada: una psicópata. Hasta este momento, la película parece un drama común y corriente, con tintes románticos cuando finalmente Azumi, la mujer, responde a los cortejos del empresario. Pero he aquí que el manejo y dirección de Miike sorprende al espectador. Luego de su único encuentro carnal, Azumi desaparece, tras lo cual Aoyama emprende su infatigable búsqueda. En el camino irá enterándose de ciertos hechos espeluznantes, con lo cual, sin que uno lo advierta, el film va volviéndose de terror. Antes de la escena final, donde la película ahora es gore, los espectadores nos zambullimos a un intermedio surrealista muy logrado, al nivel del trabajo del director español Luis Buñuel. El personaje Azumi, por sus maltratos y traumas sufridos durante su infancia —un morboso profesor de ballet le quemó la pierna izquierda con un punzón ardiente, por mencionar solo un hecho— es una especie de vengadora o justiciera. Lo escalofriante del film es que el empresario es cruelmente castigado sin tener culpa aparente, pues sus deseos por contraer nupcias son sinceros. No obstante, el pasaje surrealista devela —o lo torna más ambiguo: el espectador decidirá—, ciertos hechos. Como en Ichi the killer, el final de la película goza de finales distintos.
Otro film a resaltar es Izo, trabajo experimental cargado de simbolismos que nos recuerda al director chileno Alejandro Jodorowsky, especialmente en El topo. Un Cristo japonés es crucificado, azotado y herido en el costado con una lanza. Al liberarse de su tortura, vaga por los confines del tiempo convertido en un diestro espadachín y buscando, aparentemente, venganza. Takeshi Kitano actúa en la película, como miembro de una cúpula de dioses, así también Bob Sapp, representando a un guardián que vela la entrada a un templo. En el film aparecen imágenes de Stalin y Hitler, además de infantería, tanques y aviones bombarderos de la segunda guerra mundial; así mismo, el ejército japonés y la bomba nuclear en Hiroshima. A simple vista, el film presenta un conglomerado de imágenes caóticas. Una mirada más atenta nos develará los hilos conductores que dirigen la película, los simbolismos presentes. Cada espectador le asigna el valor que interprete.
The happiness of Katakuris tampoco deja de ser, en parte, experimental. Una familia japonesa abre un hospedaje para viajeros, dado que su casa está en las afueras de la ciudad. Pero tienen mala suerte con sus huéspedes: todos llegan a morir. La película se inicia con un stop motion en plastilina, lo cual se repetirá más adelante, en escenas de acción. Así mismo, hay coreografías y musicales que involucra a todo el reparto, exigiendo la presencia de muchos actores extras.
Visitador Q y Gozu, constituyen películas perturbadoras, un espectador con una alta sensibilidad no debería verlas. En el primero de ellos, se desarrolla el drama de una familia. El padre es un fracasado vendedor, el hijo tiene que aguantar la humillación de sus compañeros en el colegio, su hermana se prostituye y la madre es golpeada brutalmente por su hijo varón, como una forma de desahogar su mala suerte. Por sus escenas explícitas, este trabajo nos hace recordar al del director italiano Pier Paolo Pasolini, especialmente en Saló, dado que se presentan escenas de sexo, necrofilia y marcada violencia. A la casa de la familia llega, de pronto, un visitador, figura muy parecida a lo que ocurre en Teorema. Luego de interactuar con cada miembro, el visitador desaparece, instaurando la paz en el hogar. Parece que esta película se preguntara por los límites éticos de la humanidad. En Gozu volvemos al tema de los yakuza. Un guardaespaldas conduce un carro rumbo a una ciudad, llevando a su jefe, Sho Aikawa. Pero son interceptados en el camino. Afortunadamente, logran burlar a los agresores, luego de lo cual, en una parada de la carretera, el jefe desaparece. El guardaespaldas, desesperado, lo busca por todos lados, hasta que cae en un pequeño pueblo, donde vivirá las más raras experiencias imaginables —una anciana que quiere tener sexo con él y una minotauro que aparece en su habitación de pronto, son algunas escenas bizarras—. Finalmente logra dar con su jefe, solo que ya no es jefe, sino jefa. Por ello, es cortejada por diversos hombres. Justo cuando el guardaespaldas pensaba seguir su camino y presentarse con aquella mujer, su superior aparece en una escena muy lograda y perturbadora.
No podemos dejar de mencionar el film 13 assassins (2010), trabajo donde Miike aborda un tópico a perpetuidad en la industria del cine japonés: los samuráis. Este film cuenta la historia de un cruel shogun en el ocaso del feudalismo japonés. Una banda de samuráis, retirados de su oficio por la ausencia de motivos para luchar, ven en el ascenso de este cruel shogun —quien había cercenado todos los miembros y lengua de la hija de un campesino que lideraba una protesta— el perfecto motivo para empuñar los sables nuevamente y morir en el combate. Tan solo 13 samuráis se enfrentan a un ejército de 400 hombres de aquel cruel shogun, trabajo que es un tributo a Akira Kurosawa.
Estos son algunos títulos recomendables para todo aquel que quiera aproximarse al trabajo de este talentoso director japonés y se sienta abrumado por su extensa filmografía. Pese a que una película de Miike puede encerrar géneros distintos, sus trabajos no se distorsionan ni pierden veracidad, todo lo que ocurre en Iche the killer, en Audition, en Gozu y en 13 Assassins es perfectamente desprendible de los hechos, personajes y locaciones que la película presenta al espectador, creando mundos distintos cada una de ellas. Muchas películas de acción, precisamente por buscar impresionar, exageran o presentan sucesos que no guardan relación con lo que le precede, es decir, un hecho no lleva al siguiente. Aquello sucede hasta en directores consagrados como Quentin Tarantino, quien se inspirara en Ichi the killer para rodar Kill bill. En muchas de sus películas la violencia supera el marco de verosimilitud, de lo esperable. Nada más recordemos el final de su última entrega, Django unchained, donde los logros iniciales se ven opacados por el baño de sangre final y exagerado. En el trabajo de Miike esto no sucede, sus protagonistas nunca gozan de un desenlace feliz; además, la mayoría de ellos perece amargamente.

Así, estamos ante un prolífico director de cine, joven aún, que tiene mucho por dar y sorprender. Podríamos mencionar un film más para cerrar: Sukiyaki western Django (2007), dedicado al mercado norteamericano y donde aparece Quentin Tarantino como actor. No obstante, la película no es muy lograda. El argumento es simple: dos bandos, el rojo y el blanco, disputan el dominio del viejo oeste, haciéndose de un jugoso botín. La película es cruzada por la historia de amor de un hombre rojo con una mujer blanca. Lo que sería llamativo del film es ver a samuráis disfrazados de vaqueros, hablando en inglés e imitando los estereotipos del súper héroe de las películas de serie B norteamericana: un japonés vaquero que acribilla a todos con una ametralladora gigantesca nos recuerda a John Rambo o Chuck Norris en cualquiera de sus entregas.

domingo, 3 de septiembre de 2017

El cine de Takashi Miike I

De los directores japoneses cuyas filmografías he visto de principio a fin, el de Takashi Miike me resulta más perturbador, por encima incluso de Takeshi Kitano y aún del propio Akira Kurosawa. Conocido por su amplia filmografía (a la fecha ronda los cien largometrajes), su cine ha explorado casi todos los géneros. Rebelde con causa como Truffaut, antes de director de cine quiso ser motociclista, pero los zigzagueos de su vida lo hicieron estudiar cine a los dieciocho años, en Yokohama, escuela fundada por Shohei Imamura, quien a la larga sería su maestro en la dirección. Una compañía de televisión buscaba asistentes que trabajaran sin sueldo. Entonces la escuela pensó en el «raro» de Miike, quien casi no asistía a clases. Pasaron varios años para que el director de Audition pudiera, finalmente, dirigir su propia película. Lo hizo gracias a la empresa V-Cinema, la que buscaba directores jóvenes que pudieran trabajar con bajo presupuesto. Sus films, usualmente, muestran escenas explícitas de violencia y tabú, además de desarrollar varios géneros tan opuestos como gore, policial, suspenso y romántico en una sola película.
En un inicio, a Miike se lo identificó exclusivamente con la temática de las mafias de los yakuzas. No obstante, esto solo sucedería en sus primeras entregas, en la trilogía Black society (1995-1997-1999) por ejemplo, donde se desmenuza los pormenores de las mafias chinas dentro de territorio japonés y viceversa, el modus operandi y contacto delictivo entre ambos países asiáticos. Así también ocurre en Blues Harp (1998), donde los yakuza controlan a un bartender que vendía pastillas de éxtasis y a quien niegan la salida del hampa luego de que tuviera éxito en la música como ejecutante de harmónica. Pero la imaginación de Miike es sumamente prolífica, superando y reinventando las películas sobre yakuzas. Quizá esta predisposición a quebrar las reglas venga de su rebeldía innata. Fruto de esto, aparecería la primera parte de su segunda trilogía, Dead or Alive (1999-2000-2002), y antes Full metal yakuza (1997), donde se percibe la influencia de directores como Paul Verhoeven y James Cameron. No obstante, es con Ichi the killer (2001), adaptación de un manga con el mismo nombre, que Miike ganaría fama en occidente, considerándoselo un autor de culto, influenciando a directores como Quentin Tarantino y Eli Roth.
Es Full metal yakuza uno de los primeros films de yakuzas diferente que dirigió Miike. El personaje principal es un don nadie, un bisoño matón que sueña con ocupar algún cargo alto en la mafia. Pero transcurren los años y continúa en la esfera más baja, donde ni siquiera se ha ganado un nombre. Demostrando su flaqueza de temple, tiene un tatuaje diminuto y sin color en su espalda. Los yakuzas, por medio de grandes tatuajes, miden el coraje y la resistencia al dolor de las personas que integran su bando. En una emboscada, su jefe cae abatido y, como no podía ser de otra manera, él también. Entonces es reconstruido, tras lo cual aflora en él un conflicto de identidad entre máquina y ser humano, como en Robocop y como en Terminator tiene una apariencia de humano, aunque debajo de su piel se encuentre un armatoste de cables, circuitos y piezas de metal. El film, de bajo presupuesto, tiene momentos logrados, como la escena del laboratorio donde es ensamblando, además de pasajes con tintes cómicos, lo que las demás películas citadas casi no tienen, por ejemplo.
En Dead or Alive, al igual que en Black society, se desarrolla la convivencia entre mafias chinas y japonesas. En esta trilogía, su recurrente actor Sho Aikawa encarna a un policía que va tras los pasos de un mafioso de descendencia china, interpretado por Riki Takeuchi, otro actor con el Miike suele trabajar. El film, policial, de suspenso e intriga, es decir realista, tiene un desenlace fantástico, pues el duelo que ambos libran (algo así como Al Pacino vs. Robert de Niro en Heat) destruye al mundo entero. En Dead or Alive 2 se repiten los personajes en otro momento del tiempo y bajo otras circunstancias. Ahora, ambos trabajan para mafias distintas. Sus caminos se cruzan cuando tienen que asesinar al mismo hombre. Al encontrarse se reconocen y recuerdan los días de la infancia, donde creció en ellos una prolífica amistad. Conmovidos, van a buscar a otro amigo del pasado, con quien pasan una bonita temporada, alejados de sus trabajos de sicarios. Al retornar a Tokio, son abaleados por la policía. Pero no mueren. Luego de la matanza, con la ropa ajada y ensangrentados, abordan un tren que los llevaría a otro mundo. Finalmente, en Dead or Alive 3, enemigos nuevamente, se revela el misterio de lo fantástico: son robots que viajan en el tiempo, creaciones de un gran hacedor. La vida, simplemente, les asigna papeles, roles que deben interpretar sin que su voluntad tenga la más mínima significancia.

En el 2001 aparece Ichi the killer, película, junto con Audition (1999), que le ganaría fama mundial. El film, como ya se dijera, es sobre yakuzas, pero, lo que caracteriza toda la obra de Miike, enfocado de una manera muy personal y distinta. No se trata, simplemente, de asesinatos y traiciones al interior de la mafia. Acá Yiyi, el mastermind maligno, controla a un karateca que padece de trastornos mentales, quien ha sufrido la muerte de sus padres y ha presenciado escenas grotescas de violaciones. Su nombre es Ichi, interpretado por un talentoso Nao Ohmori. Ichi se encarga de asesinar y desparecer, literalmente, a cuanto yakuza se interponga en el camino delictivo y ascendente de Yiyi. Y asesina de una forma original: se disfraza de un personaje del video juego Teken y calza botas cuyos talones tienen hojas de metal que resplandecen de filo. Así, asesina a patadas, cercenando miembros y destripando a sus víctimas; las escenas de violencia terminan en un baño de sangre total, con pedazos de rostro e intestinos pegados a los techos y paredes de las estancias. El acmé de la película se da cuando a Ichi le encargan asesinar a Kakihara, un yakuza sanguinario y masoquista. Son famosas, y brutales, las escenas de tortura que este personaje lleva a cabo. El film tiene un final abierto, donde son posibles más de una interpretación o desenlace.