domingo, 11 de septiembre de 2016

"¡Absalón, Absalón!" de William Faulkner

Lo vital y crucial de este libro es su relectura. Recuerdo que cuando iba por la página noventa, como un golpe de abulia, pasó por mi cabeza poner el libro entre los pendientes, con lo que engrosaría aún más aquella lista. Pero superado esos primeros rigores me di cuenta de que tenía entre manos una de las obras más originales y tenebrosas que alguna vez haya leído.
¡Absalón, Absalón! narra la historia de Tomas Supten, ¿un indigente?, ¿un sobreviviente?, ¿un aventurero?, ¿un migrante de las montañas inhóspitas de Virgina? Digamos que es un personaje oscuro y ambiguo, quien un día arriba a las tierras ubicadas al norte de Jefferson, la ciudad ficticia creada por Faulkner en el peliagudo sur de Estados Unidos. Se casa con uno de los mejores partidos del condado y se hace de extensas hectáreas, donde ha de fundar el Ciento de Supten. Pero, como una fatal herencia, o como un castigo del destino, toda su descendencia nace maldita y el horror y el incesto acechan a los personajes.
En realidad, no se sabe mucho de Tomas Supten. Lo principal es que viajó de Virginia, buscando la tierra prometida (la alusión a la Biblia es notoria y fructífera) en una carreta con sus hermanas abordo. Durante el viaje, la familia iba incrementándose, pues el padre tenía sexo con sus hijas y nacían niños que, en la mayoría de los casos, no resistían los avatares del viaje. En las paradas, el padre se internaba en las cantinas, de donde tenían que sacarlo a rastras y en hombros, en calidad de bulto, totalmente ebrio y enajenado. Cuando finalmente llegan al punto donde primeramente han de establecerse, Tomas Supten, en su juventud, decide abandonar el país y viaja a Haití. Allí comenzará a amasar fortuna. Luego, como un personaje misterioso que despierta el recelo del pueblo, funda el Ciento y luego desposa a Elena Coldfield, con quien tiene a Enrique y a Judith. La historia de la decadencia se vuelve original, pues es narrada de una manera diferente por el lenguaje. Este tiene tal importancia en la historia que, muy acertadamente, Vargas Llosa, opinando sobre esta novela, dice que el uso de la palabra constituye un personaje más de la historia. Pues sí, el lenguaje, el modo esquivo de contar, de plantar datos que llevan a la intriga y al suspenso, tiene un peso vital en la novela. Aquí resaltan esas frases largas y brillantes por las que es conocida la prosa faulkeriana.
Al comienzo decía que una relectura me ayudó a entender mejor la historia. Y es que la novela, casi en su totalidad, está contada a través del diálogo de dos personajes, Quintín y Shrevlin, nietos de los amigos, o conocidos, que tuvo Tomas en vida. El comienzo del libro exige una lectura medio detectivesca, una que nos haga pensar y sospechar qué texto en realidad estamos enfrentando. Así, el diálogo de ambos revive a los personajes protagonistas de la historia, los echa en la cama y los sienta en las sillas de la mesa donde transcurre la conversación. Bien pudo el libro llamarse La conversación (tentativa de título que nos hace recodar, inevitablemente, a una de las novelas más celebras de la literatura peruana, como una forma de rastrear sus influencias), pero Faulker optó, en armonía con el aliento que tiene las páginas de la novela, por un título bíblico. Lo que más admiro y celebro de esta obra, es la capacidad, y el gran acierto, de mezclar planos temporales y espaciales en función a la conversación que se estaba desarrollando, como si esta tuviera el don supremo de traer a la vida personajes y de reconstruir locaciones en el breve espacio que puede tener un cuarto. Definitivamente, esta novela influenció mucho a Vargas Llosa, diría que es el esqueleto, o móvil inspirador, de Conversación en la Catedral. Solo que nuestro Nobel no mezcla con tanta violencia los planos y hace difícil la lectura, él prefiere separarlos y hacer más asimilable el relato. Del mismo modo, García Márquez no podría negar este libro en su formación literaria, pues el tema del incesto, y el brillo de la prosa, están muy presentes en toda su obra, en especial en Cien años de soledad.

Solo queda agregar que la Guerra de Secesión es usada para enriquecer e imputar más acciones a los personajes, a Supten, Enrique y Bon, el hijo negado que tuvo con una esclava negra. Sin duda, ¡Absalón, Absalón!, constituye una de las grandes novelas norteamericanas del siglo xx, como muchas otras que salieran de una misma pluma: Luz de agosto, El ruido y la furia o Sartoris.

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