Lo
vital y crucial de este libro es su relectura. Recuerdo que cuando iba por la página
noventa, como un golpe de abulia, pasó por mi cabeza poner el libro entre los
pendientes, con lo que engrosaría aún más aquella lista. Pero superado esos
primeros rigores me di cuenta de que tenía entre manos una de las obras más
originales y tenebrosas que alguna vez haya leído.
¡Absalón, Absalón! narra
la historia de Tomas Supten, ¿un indigente?, ¿un sobreviviente?, ¿un
aventurero?, ¿un migrante de las montañas inhóspitas de Virgina? Digamos que es
un personaje oscuro y ambiguo, quien un día arriba a las tierras ubicadas al
norte de Jefferson, la ciudad ficticia creada por Faulkner en el peliagudo sur
de Estados Unidos. Se casa con uno de los mejores partidos del condado y se
hace de extensas hectáreas, donde ha de fundar el Ciento de Supten. Pero, como
una fatal herencia, o como un castigo del destino, toda su descendencia nace
maldita y el horror y el incesto acechan a los personajes.
En
realidad, no se sabe mucho de Tomas Supten. Lo principal es que viajó de
Virginia, buscando la tierra prometida (la alusión a la Biblia es notoria y
fructífera) en una carreta con sus hermanas abordo. Durante el viaje, la
familia iba incrementándose, pues el padre tenía sexo con sus hijas y nacían
niños que, en la mayoría de los casos, no resistían los avatares del viaje. En
las paradas, el padre se internaba en las cantinas, de donde tenían que sacarlo
a rastras y en hombros, en calidad de bulto, totalmente ebrio y enajenado.
Cuando finalmente llegan al punto donde primeramente han de establecerse, Tomas
Supten, en su juventud, decide abandonar el país y viaja a Haití. Allí comenzará
a amasar fortuna. Luego, como un personaje misterioso que despierta el recelo
del pueblo, funda el Ciento y luego desposa a Elena Coldfield, con quien tiene
a Enrique y a Judith. La historia de la decadencia se vuelve original, pues es
narrada de una manera diferente por el lenguaje. Este tiene tal importancia en
la historia que, muy acertadamente, Vargas Llosa, opinando sobre esta novela,
dice que el uso de la palabra constituye un personaje más de la historia. Pues
sí, el lenguaje, el modo esquivo de contar, de plantar datos que llevan a la
intriga y al suspenso, tiene un peso vital en la novela. Aquí resaltan esas
frases largas y brillantes por las que es conocida la prosa faulkeriana.
Al
comienzo decía que una relectura me ayudó a entender mejor la historia. Y es
que la novela, casi en su totalidad, está contada a través del diálogo de dos
personajes, Quintín y Shrevlin, nietos de los amigos, o conocidos, que tuvo
Tomas en vida. El comienzo del libro exige una lectura medio detectivesca, una
que nos haga pensar y sospechar qué texto en realidad estamos enfrentando. Así,
el diálogo de ambos revive a los personajes protagonistas de la historia, los
echa en la cama y los sienta en las sillas de la mesa donde transcurre la
conversación. Bien pudo el libro llamarse La
conversación (tentativa de título que nos hace recodar, inevitablemente, a
una de las novelas más celebras de la literatura peruana, como una forma de
rastrear sus influencias), pero Faulker optó, en armonía con el aliento que
tiene las páginas de la novela, por un título bíblico. Lo que más admiro y
celebro de esta obra, es la capacidad, y el gran acierto, de mezclar planos
temporales y espaciales en función a la conversación que se estaba
desarrollando, como si esta tuviera el don supremo de traer a la vida
personajes y de reconstruir locaciones en el breve espacio que puede tener un
cuarto. Definitivamente, esta novela influenció mucho a Vargas Llosa, diría que
es el esqueleto, o móvil inspirador, de Conversación
en la Catedral. Solo que nuestro Nobel no mezcla con tanta violencia los
planos y hace difícil la lectura, él prefiere separarlos y hacer más asimilable
el relato. Del mismo modo, García Márquez no podría negar este libro en su
formación literaria, pues el tema del incesto, y el brillo de la prosa, están
muy presentes en toda su obra, en especial en Cien años de soledad.
Solo
queda agregar que la Guerra de Secesión es usada para enriquecer e imputar más
acciones a los personajes, a Supten, Enrique y Bon, el hijo negado que tuvo con
una esclava negra. Sin duda, ¡Absalón, Absalón!, constituye una de las grandes
novelas norteamericanas del siglo xx, como muchas otras que salieran de una
misma pluma: Luz de agosto, El ruido y la furia o Sartoris.
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