Miguel
Ildefonso acaba de publicar su último poemario. Para el poeta más premiado en
la historia de la poesía peruana, este hecho amerita una especial atención,
pues de cumplirse lo que él mismo ha anunciado estaríamos ante el epílogo de
una extensa producción literaria, con títulos resonantes como Canciones de
un bar de la frontera, Las ciudades fantasmas, Dantes,
Libro de exilio, El hombre elefante, El aura, Un poema
para Emily Dickinson… por mencionar solo algunos y sin contar su producción
en narrativa que también tiene libros importantes, como El Paso, por
ejemplo. Veamos, entonces, qué es lo que Ildefonso ofrece en esta ocasión a
nosotros, los lectores, tras haber publicado más de veinte libros de poesía y a
quien desde esta tribuna ya hemos leído y reseñado anteriormente
A
dónde mira el centinela (Apolo, marzo de 2022) está dividido en
cuatro partes: “Alguien Voló sobre el Poema del Cuco”, “Odas Mentales”,
“Canciones del EnXierro” y “Barbechar”. La primera recuerda a El hombre
elefante, pues nuevamente aparecen seres grotescos que han sufrido el
desprecio, mofa y ensañamiento de la sociedad, como el propio Hombre Elefante, el
Hombre Manos de Tijera, Ana Frank, incluso el Marqués de Sade, entre otros. No
obstante, en este último libro a la estética de lo horrible, al embellecimiento
y a la apuesta de lo espantoso a través de la poesía, se suma el contraste con
el flujo de los grandes capitales que dictaminan la vida de los seres humanos.
Es decir, si en el primero la sociedad creaba monstruos, ahora los crea los
monopolios, los banqueros, los inversionistas, los negociados a puertas
cerradas. Citemos una estrofa del primer poema de esta parte inicial,
“Frankenstein”: “Escribo escribo y escribo en esta ciudad/ de religiosos
habitantes que esperan/ a que el colectivo vuelva a marchar/ con odio o con
amor en un nivel denigrante/ de sentarse o pararse o echarse/ de bajarse en una
iglesia que suda agua bendita/ del pervertido dios Gasolina/ aun cuando no hay
momentos de rezo” (pág. 13). Como sabemos, la economía moderna fluctúa en
función al precio del petróleo y su derivado la gasolina, lo que mueve al mundo
entero. El costo de su encarecimiento lo estamos viviendo ahora mismo, en todas
partes y por la pandemia del covid-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania (aunque
no son los únicos factores), pero es quizá en lugares como el Perú donde
aquello se siente o afecta más. Así, el poeta propone un escenario tal vez peor
al de “dios ha muerto”. Dios, ahora, ha sido remplazado por el lucro y por la
“Gasolina”, de ahí que esté escrito en mayúsculas, acusando su santificación.
El agua bendita no está más en las iglesias, sino que es la gasolina líquida la
que ahora recibe el culto de sus feligreses, o consumidores, de una ciudad tan
adicta a la fe, o necesitada de creencias, como es Lima, a la que los versos de
esa estrofa describen así: “Es una ciudad roída en roedores/ que van comiendo
lo que escribo/ dejándome tan solo pedazos de mí mismo”. Resaltemos, también,
el zigzag entre el yo poético y el propio personaje de Frankenstein: “Desde
entonces ando extraviado en Londres/ soy el Tercer Mundo queriendo descubrir al
asesino/ de Jack el Destripador” (pág. 14). Esta ubicuidad del personaje será
una técnica sobre la que volverá Ildefonso más adelante.
Apuntemos,
ahora, que en esta primera parte hay poemas que llevan de título “Guasón”,
“Drácula”, “Zombi”, “Alien”, “Hannibal Lecter”, “Jason Voorhees”, “Pinhead”,
“Darth Vader”, “La Mosca”, entre otros. La mayoría de ellos responden a
películas de suspenso y de terror, y hasta de gore y de snuff, producidas por
la industria hollywoodense, lo que también sucedía en El hombre elefante,
con algunos de los poemas mencionados líneas arriba y con “Freddie” y
“Noviembre”, donde en este último hay una invocación a la musa del siglo xxi: Scarlett Johansson (técnica muy bien
asimilada de Charles Baudelaire, quien combina lo antiguo con lo moderno). En A
dónde mira el centinela que aparezcan, en su gran mayoría, aquel tipo de
personajes responde, nuevamente, al flujo del capital en los versos y qué más
grande flujo que el producido por la enorme nación de los Estados Unidos de
Norteamérica. Eso, sin mencionar su política intervencionista a lo largo de los
años, la misma que todavía se ve en el conflicto rusoucraniano. Citemos, esta
vez, “Drácula”: “Podríamos no ser tan avaros/ y dejar al hijo que se olvide del
padre/ o moler los propios huesos para hallar un poco más de petróleo/ inventar
la invención/ una especie de dios enfermo con problemas mentales/ de adicciones
adecuadas a la demanda voluble y bursátil/ en grado sumo confiándole la
prosperidad de morder/ el cuello del visitante/ y mutar en virus como dinero
invisible en posesión tripartita/ guerra y misa en Wall Strett” (pág. 18). De
esta forma, existe una correspondencia entre aquellas icónicas películas de
terror y la industria capitalista que las produjo. Si tales films han sido
exitosos, se debe a que entre producto artístico y sociedad media, más que un
espejo, un prisma que refracta aquella simbiosis, como dos caras de una misma
moneda, la moneda del valor del consumo. Con “prosperidad de morder el cuello
del visitante y mutar en virus como el dinero” podemos confirmar aquello, pues
al igual que Drácula se debe hundir los colmillos y succionar la sangre del
otro, o del visitante, para existir, o consumir más. De ahí que Wall Street, el
ícono y lugar del flujo del capital mundial, donde se determina el porvenir de
otras naciones como el Perú, pueda concebir a la vez “guerra y misa” (lo que
para ambos casos hay muerte, pues no es “guerra” y “paz”; en la guerra se mata
y en la misa se pide por los muertos). Ante ese panorama queda la poesía, como
se lee en el poema “Zombie”: “Cuando el polvo vaquero abraza al polvo
quevedeano/ cuando nos incendiamos en papiros sin sangre/ de aquel ADN que se
proyecta en nuestras películas/ de zombis así como la poesía se vuelve
tendencia/ en El País/ corrupto de Nunca Jamás” (pág. 20). La poesía, como la
novela, entonces, puede volverse tendencia en lugares donde haya corrupción y
demás flagelos. En ese sentido, el país de Nunca Jamás resulta una utopía, un
tótem platónico que, por lo mismo, no podrá cumplirse. Pero en el Perú cantar
poesía, este tipo de poesía, puede volverse una tendencia. Para muestra un solo
botón: gran parte de la producida durante los años cincuenta, conocida como
“comprometida”. Finalmente, el adn
de esas películas de monstruos está en nosotros, los espectadores que habitamos
sociedades capitalistas del siglo xxi.
Por
lo anterior, no podía faltar la aparición del comunismo. En “Alien” leemos:
“Extrayendo del Nostromo/ las capitulaciones libertarias del comunismo/ de
inicios de los 80/ y dejando la alienígena cría/ en el vientre masculino del
feto androide” (pág. 35). El Nostromo, la nave espacial de Ellen Ripley y su
tripulación, es en realidad nuestro mundo que viaja por el cosmos buscando su
lugar que todavía no encuentra. En ese sentido, el comunismo falló en ser la
opción a la voracidad del capitalismo. Y la voz lírica del poema lo sabe. De
ahí que al final de la estrofa leamos: “Lo que es el mal en este xenomorfo
poema”. Nuevamente, la poesía es el fruto, y hasta único remedio, a ese
trajinar, razón por la cual los versos de la siguiente estrofa dicen: “Un poema
no es que sea una nave/ aunque navegue más allá del Sistema Solar/ de una
irrealizable utopía/ de dar lectura al futuro”. La inclusión del término
“utopía”, así, es una lógica consecuencia de aquello que está mal con y entre
nosotros, el poema es el resultado, y hasta único destino, de eso. Por lo
mismo, leemos al final: “La belleza así como el concepto de dios/ son
relativos/ lo que hace que el poeta sea el verdadero alien/ porque
después de tanto acomodar/ las palabras/ finalmente él queda fuera de la nave”
(pág. 36). Es decir, la nave del mundo habrá de encallar sin resolver sus
flagelos, la vida del hombre podrá extinguirse, pero no el lenguaje y su don
poético, que es lo que sobrevive más allá del tiempo y lo que, a la vez, se termina
con el ser humano, pues viene de él. Finalmente, es importante resaltar que el
poeta acaba convertido en un monstruo, lo que volverá a desarrollarse más
adelante.
En
poemas como “Hannibal Lecter”, “Jason Voorhees”, “Pinhead” y “La Mosca”, debido
a la explotación del hombre por el hombre, postulado marxista al analizar el
capitalismo, los seres humanos consumen a otros seres humanos apelando al
canibalismo, a un machete, a agujas en el rostro y a ataques de ácido, es
decir, apelando al modo de asesinar que tiene cada uno de esos personajes,
respectivamente: “Comámonos como hermanos/ comámonos como hermanas/ comámonos
como hermanxs/ comámonos todo y no dejemos nada/ porque es mala educación”
(pág. 40); “buscando el equilibrio de la desproporción en las ganancias/
distribuyendo antigravitacionalmente la sangre proletaria/ que emana del
machete en el cuello y los brazos/ de
un púber que aún no entiende/ la metáfora del capital” (pág. 41); “al vender su
casa/ y su perro por ese aire que era gratis/ hasta que los del banco le
dijeron que tenía que irse/ con otro hincón más en la cara haciendo de la
costumbre/ de su mimetizado caminar/ la racionalidad del puercoespín”; “me hice
de dulces pensamientos comiéndome/ a mí mismo/ y dándole a los intestinos lo
que el avaro presupone/ del que declarose en quiebra/ y por eso soy lo que más
abunda en las pesadillas/ de los banqueros embalsamados” (pág. 47). En otras
palabras, los monstruos no vienen del infierno o de otra dimensión, sino que
están en la tierra y son creados por la voracidad del capitalismo. En vez de
señalar, simplemente, el canibalismo o la explotación que tiene el capital,
Ildefonso crea poemas de terror y suspenso, pues apela a tales figuras icónicas
de la cultura popular para desarrollar su poética. Los poemas —lo que marca,
una vez más, una diferencia con El hombre elefante— no versan sobre
tales personajes únicamente, sino que, como una gran metáfora, utiliza sus
cualidades más terroríficas para hermanarlo con el capitalismo: son cabezas de
un mismo cuerpo. Y este es el peor espanto: saber que somos parte de él.
En
la tercera sección, “Canciones del EnXierro”, nos ubicamos en la pandemia del
covid-19. Son xxvii poemas solo
numerados, sin títulos, que cantan sobre la enfermedad, los estragos del virus,
los síntomas, los tratamientos y los hospitales abarrotados, con sirenas de
ambulancias surcando la ciudad. De este corpus, resalto la operación que
continúa cumpliéndose en las mejores páginas del poemario: covid-19, flujo de
capitales y enajenación, entonces, poesía. Es como si ante ese panorama sombrío
muy bien retratado en la primera parte, ahora se le sumara los estragos de la
pandemia. Y ante ello, lo único que perdura es la poesía. El poema xii es uno de los que mejor condensan
aquello. Citemos: “Un homo sapiens más homo que sapiens/ y el destino de las
hormigas es la fila que te lleva/ al crematorio/ sin que hayas caído
heroicamente en alguna batalla/ solo privatizado como un paquete de FedEx”
(pág. 87). La siguiente estrofa es una reacción a esto último, tan necesitada y
fulgurante que parece pertenecer a otro poema. La voz lírica se encuentra esta
vez con Marilyn Monroe, pues avanzando en los versos nos enteramos de que se
están rencontrando luego de despedirse en Hollywood. Y cuando el poeta tiene al
lado a su musa, aquel apocalipsis de la modernidad desaparece. Finalmente, todo
se resuelve con poesía: “La veo soñar/ su sueño será de un mundo que no es
este/ entonces prendo la computadora Lenovo/ la tarde se oscurece y empiezo a
escribir/ escribir no es de este mundo tampoco” (pág. 88).
La
escritura como fármaco es un tema hondamente desarrollado por Jacques Derrida
en La farmacia de Platón. Allí, el filósofo francés nos remite a Fedro
de Platón, donde hay una musa que se llama Farmacea, de la que Sócrates queda
prendado de una forma especial. Ahí se revela que las palabras no solo tienen
la función de hacernos recordar o de informarnos de mandamientos y de leyes que
se dictan, sino que también puede poner a soñar a quienes las consumen.
Recurrir a ellas, entonces, tiene la lógica de un fármaco, de una medicina que
hay que consumir con regularidad para vivir en bienestar o, al menos, mejor. Por
ejemplo, en el poema xiv el yo poético
atraviesa una pulsión de muerte: “Si cada organismo vivo en la tierra existe
por algo/ porque hacen algo/ porque tienen una función pues algo falló/ yo no
cumplo esa ley” (pág. 90). Flagelo que se resuelve con el fármaco del lenguaje.
Esta vez la musa que le regresa la dicha es Edith Piaf, con quien convive en el
París de los años 30. “Si eso no era la felicidad entonces qué podría haber
sido” (pág. 91), concluye el poema.
“Barbechar”
es la cuarta parte que cierra el libro y es, también, el que más acusa la
influencia de César Vallejo en Trilce, desde la temática hasta el estilo
—es más, el libro termina recordando los cien años de su publicación, por lo
que puede ser también un homenaje—. Los lectores, dejando a tras el covid-19 y
las musas, nos adentramos en canciones de hogar, con una familia compuesta por
siete hermanos y una mamá y un papá. Tanto el autor de Los heraldos negros
como Ildefonso son los últimos de muchos hermanos de las parejas matrimoniales,
de ahí que ambos recuerden con nostalgia el tiempo en que sus casas había una
multitud de parientes. Lo cual, evidentemente, es el sueño de todo niño menor,
a quien cuidan y miman. La sierra central, Cerro de Pasco y Rancas, más
específicamente, aparece en esta última parte que es un buen epílogo para el
libro, pues el tema de la migración, de cómo la familia tuvo que trasladarse a
Lima es, también, el punto final de una era, tiempo que, decíamos, se recuerda
con bastante nostalgia. El capital, como era de esperarse también aparece aquí y
lo sufre, especialmente, el padre.
En síntesis, Miguel
Ildefonso vuelve a reinventarse con la publicación de A dónde mira el
centinela, pues su forma y contenido es amplificado al poetizar las
decisiones de las grandes corporaciones que, decíamos en un comienzo, crean
monstruos que habitan en cada uno de nosotros, pues nadie puede salirse del
capitalismo. Tal vez la segunda sección, “Odas Mentales” se aleja del hilo
conductor del libro, dado que cambia su temática. No obstante, la cultura
popular es otro rasgo en su estilo, estilo que, esperamos, siga produciendo más
libros. En el cuadro El centinela del pintor Carel Fabritius, portada
del libro, aparece un guardián durmiendo en lo aparentemente es su hora de
turno. Mencionamos apariencia, pues no es posible dictaminar un único sentido al
lienzo. Con la descripción de la sociedad contemporánea, el centinela de
Ildefonso observa ahora el movimiento del capital y la vez, por la inclusión de
un poema llamado “Calle nn”, es el
cerro Centinela que mira hacia el domicilio del autor del libro.