domingo, 31 de julio de 2022

Decires del poeta contra haceres del stablishment: A dónde mira el centinela

Miguel Ildefonso acaba de publicar su último poemario. Para el poeta más premiado en la historia de la poesía peruana, este hecho amerita una especial atención, pues de cumplirse lo que él mismo ha anunciado estaríamos ante el epílogo de una extensa producción literaria, con títulos resonantes como Canciones de un bar de la frontera, Las ciudades fantasmas, Dantes, Libro de exilio, El hombre elefante, El aura, Un poema para Emily Dickinson… por mencionar solo algunos y sin contar su producción en narrativa que también tiene libros importantes, como El Paso, por ejemplo. Veamos, entonces, qué es lo que Ildefonso ofrece en esta ocasión a nosotros, los lectores, tras haber publicado más de veinte libros de poesía y a quien desde esta tribuna ya hemos leído y reseñado anteriormente

A dónde mira el centinela (Apolo, marzo de 2022) está dividido en cuatro partes: “Alguien Voló sobre el Poema del Cuco”, “Odas Mentales”, “Canciones del EnXierro” y “Barbechar”. La primera recuerda a El hombre elefante, pues nuevamente aparecen seres grotescos que han sufrido el desprecio, mofa y ensañamiento de la sociedad, como el propio Hombre Elefante, el Hombre Manos de Tijera, Ana Frank, incluso el Marqués de Sade, entre otros. No obstante, en este último libro a la estética de lo horrible, al embellecimiento y a la apuesta de lo espantoso a través de la poesía, se suma el contraste con el flujo de los grandes capitales que dictaminan la vida de los seres humanos. Es decir, si en el primero la sociedad creaba monstruos, ahora los crea los monopolios, los banqueros, los inversionistas, los negociados a puertas cerradas. Citemos una estrofa del primer poema de esta parte inicial, “Frankenstein”: “Escribo escribo y escribo en esta ciudad/ de religiosos habitantes que esperan/ a que el colectivo vuelva a marchar/ con odio o con amor en un nivel denigrante/ de sentarse o pararse o echarse/ de bajarse en una iglesia que suda agua bendita/ del pervertido dios Gasolina/ aun cuando no hay momentos de rezo” (pág. 13). Como sabemos, la economía moderna fluctúa en función al precio del petróleo y su derivado la gasolina, lo que mueve al mundo entero. El costo de su encarecimiento lo estamos viviendo ahora mismo, en todas partes y por la pandemia del covid-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania (aunque no son los únicos factores), pero es quizá en lugares como el Perú donde aquello se siente o afecta más. Así, el poeta propone un escenario tal vez peor al de “dios ha muerto”. Dios, ahora, ha sido remplazado por el lucro y por la “Gasolina”, de ahí que esté escrito en mayúsculas, acusando su santificación. El agua bendita no está más en las iglesias, sino que es la gasolina líquida la que ahora recibe el culto de sus feligreses, o consumidores, de una ciudad tan adicta a la fe, o necesitada de creencias, como es Lima, a la que los versos de esa estrofa describen así: “Es una ciudad roída en roedores/ que van comiendo lo que escribo/ dejándome tan solo pedazos de mí mismo”. Resaltemos, también, el zigzag entre el yo poético y el propio personaje de Frankenstein: “Desde entonces ando extraviado en Londres/ soy el Tercer Mundo queriendo descubrir al asesino/ de Jack el Destripador” (pág. 14). Esta ubicuidad del personaje será una técnica sobre la que volverá Ildefonso más adelante.

Apuntemos, ahora, que en esta primera parte hay poemas que llevan de título “Guasón”, “Drácula”, “Zombi”, “Alien”, “Hannibal Lecter”, “Jason Voorhees”, “Pinhead”, “Darth Vader”, “La Mosca”, entre otros. La mayoría de ellos responden a películas de suspenso y de terror, y hasta de gore y de snuff, producidas por la industria hollywoodense, lo que también sucedía en El hombre elefante, con algunos de los poemas mencionados líneas arriba y con “Freddie” y “Noviembre”, donde en este último hay una invocación a la musa del siglo xxi: Scarlett Johansson (técnica muy bien asimilada de Charles Baudelaire, quien combina lo antiguo con lo moderno). En A dónde mira el centinela que aparezcan, en su gran mayoría, aquel tipo de personajes responde, nuevamente, al flujo del capital en los versos y qué más grande flujo que el producido por la enorme nación de los Estados Unidos de Norteamérica. Eso, sin mencionar su política intervencionista a lo largo de los años, la misma que todavía se ve en el conflicto rusoucraniano. Citemos, esta vez, “Drácula”: “Podríamos no ser tan avaros/ y dejar al hijo que se olvide del padre/ o moler los propios huesos para hallar un poco más de petróleo/ inventar la invención/ una especie de dios enfermo con problemas mentales/ de adicciones adecuadas a la demanda voluble y bursátil/ en grado sumo confiándole la prosperidad de morder/ el cuello del visitante/ y mutar en virus como dinero invisible en posesión tripartita/ guerra y misa en Wall Strett” (pág. 18). De esta forma, existe una correspondencia entre aquellas icónicas películas de terror y la industria capitalista que las produjo. Si tales films han sido exitosos, se debe a que entre producto artístico y sociedad media, más que un espejo, un prisma que refracta aquella simbiosis, como dos caras de una misma moneda, la moneda del valor del consumo. Con “prosperidad de morder el cuello del visitante y mutar en virus como el dinero” podemos confirmar aquello, pues al igual que Drácula se debe hundir los colmillos y succionar la sangre del otro, o del visitante, para existir, o consumir más. De ahí que Wall Street, el ícono y lugar del flujo del capital mundial, donde se determina el porvenir de otras naciones como el Perú, pueda concebir a la vez “guerra y misa” (lo que para ambos casos hay muerte, pues no es “guerra” y “paz”; en la guerra se mata y en la misa se pide por los muertos). Ante ese panorama queda la poesía, como se lee en el poema “Zombie”: “Cuando el polvo vaquero abraza al polvo quevedeano/ cuando nos incendiamos en papiros sin sangre/ de aquel ADN que se proyecta en nuestras películas/ de zombis así como la poesía se vuelve tendencia/ en El País/ corrupto de Nunca Jamás” (pág. 20). La poesía, como la novela, entonces, puede volverse tendencia en lugares donde haya corrupción y demás flagelos. En ese sentido, el país de Nunca Jamás resulta una utopía, un tótem platónico que, por lo mismo, no podrá cumplirse. Pero en el Perú cantar poesía, este tipo de poesía, puede volverse una tendencia. Para muestra un solo botón: gran parte de la producida durante los años cincuenta, conocida como “comprometida”. Finalmente, el adn de esas películas de monstruos está en nosotros, los espectadores que habitamos sociedades capitalistas del siglo xxi.

Por lo anterior, no podía faltar la aparición del comunismo. En “Alien” leemos: “Extrayendo del Nostromo/ las capitulaciones libertarias del comunismo/ de inicios de los 80/ y dejando la alienígena cría/ en el vientre masculino del feto androide” (pág. 35). El Nostromo, la nave espacial de Ellen Ripley y su tripulación, es en realidad nuestro mundo que viaja por el cosmos buscando su lugar que todavía no encuentra. En ese sentido, el comunismo falló en ser la opción a la voracidad del capitalismo. Y la voz lírica del poema lo sabe. De ahí que al final de la estrofa leamos: “Lo que es el mal en este xenomorfo poema”. Nuevamente, la poesía es el fruto, y hasta único remedio, a ese trajinar, razón por la cual los versos de la siguiente estrofa dicen: “Un poema no es que sea una nave/ aunque navegue más allá del Sistema Solar/ de una irrealizable utopía/ de dar lectura al futuro”. La inclusión del término “utopía”, así, es una lógica consecuencia de aquello que está mal con y entre nosotros, el poema es el resultado, y hasta único destino, de eso. Por lo mismo, leemos al final: “La belleza así como el concepto de dios/ son relativos/ lo que hace que el poeta sea el verdadero alien/ porque después de tanto acomodar/ las palabras/ finalmente él queda fuera de la nave” (pág. 36). Es decir, la nave del mundo habrá de encallar sin resolver sus flagelos, la vida del hombre podrá extinguirse, pero no el lenguaje y su don poético, que es lo que sobrevive más allá del tiempo y lo que, a la vez, se termina con el ser humano, pues viene de él. Finalmente, es importante resaltar que el poeta acaba convertido en un monstruo, lo que volverá a desarrollarse más adelante.

En poemas como “Hannibal Lecter”, “Jason Voorhees”, “Pinhead” y “La Mosca”, debido a la explotación del hombre por el hombre, postulado marxista al analizar el capitalismo, los seres humanos consumen a otros seres humanos apelando al canibalismo, a un machete, a agujas en el rostro y a ataques de ácido, es decir, apelando al modo de asesinar que tiene cada uno de esos personajes, respectivamente: “Comámonos como hermanos/ comámonos como hermanas/ comámonos como hermanxs/ comámonos todo y no dejemos nada/ porque es mala educación” (pág. 40); “buscando el equilibrio de la desproporción en las ganancias/ distribuyendo antigravitacionalmente la sangre proletaria/ que emana del machete   en el cuello y los brazos/ de un púber que aún no entiende/ la metáfora del capital” (pág. 41); “al vender su casa/ y su perro por ese aire que era gratis/ hasta que los del banco le dijeron que tenía que irse/ con otro hincón más en la cara haciendo de la costumbre/ de su mimetizado caminar/ la racionalidad del puercoespín”; “me hice de dulces pensamientos comiéndome/ a mí mismo/ y dándole a los intestinos lo que el avaro presupone/ del que declarose en quiebra/ y por eso soy lo que más abunda en las pesadillas/ de los banqueros embalsamados” (pág. 47). En otras palabras, los monstruos no vienen del infierno o de otra dimensión, sino que están en la tierra y son creados por la voracidad del capitalismo. En vez de señalar, simplemente, el canibalismo o la explotación que tiene el capital, Ildefonso crea poemas de terror y suspenso, pues apela a tales figuras icónicas de la cultura popular para desarrollar su poética. Los poemas —lo que marca, una vez más, una diferencia con El hombre elefante— no versan sobre tales personajes únicamente, sino que, como una gran metáfora, utiliza sus cualidades más terroríficas para hermanarlo con el capitalismo: son cabezas de un mismo cuerpo. Y este es el peor espanto: saber que somos parte de él.

En la tercera sección, “Canciones del EnXierro”, nos ubicamos en la pandemia del covid-19. Son xxvii poemas solo numerados, sin títulos, que cantan sobre la enfermedad, los estragos del virus, los síntomas, los tratamientos y los hospitales abarrotados, con sirenas de ambulancias surcando la ciudad. De este corpus, resalto la operación que continúa cumpliéndose en las mejores páginas del poemario: covid-19, flujo de capitales y enajenación, entonces, poesía. Es como si ante ese panorama sombrío muy bien retratado en la primera parte, ahora se le sumara los estragos de la pandemia. Y ante ello, lo único que perdura es la poesía. El poema xii es uno de los que mejor condensan aquello. Citemos: “Un homo sapiens más homo que sapiens/ y el destino de las hormigas es la fila que te lleva/ al crematorio/ sin que hayas caído heroicamente en alguna batalla/ solo privatizado como un paquete de FedEx” (pág. 87). La siguiente estrofa es una reacción a esto último, tan necesitada y fulgurante que parece pertenecer a otro poema. La voz lírica se encuentra esta vez con Marilyn Monroe, pues avanzando en los versos nos enteramos de que se están rencontrando luego de despedirse en Hollywood. Y cuando el poeta tiene al lado a su musa, aquel apocalipsis de la modernidad desaparece. Finalmente, todo se resuelve con poesía: “La veo soñar/ su sueño será de un mundo que no es este/ entonces prendo la computadora Lenovo/ la tarde se oscurece y empiezo a escribir/ escribir no es de este mundo tampoco” (pág. 88).

La escritura como fármaco es un tema hondamente desarrollado por Jacques Derrida en La farmacia de Platón. Allí, el filósofo francés nos remite a Fedro de Platón, donde hay una musa que se llama Farmacea, de la que Sócrates queda prendado de una forma especial. Ahí se revela que las palabras no solo tienen la función de hacernos recordar o de informarnos de mandamientos y de leyes que se dictan, sino que también puede poner a soñar a quienes las consumen. Recurrir a ellas, entonces, tiene la lógica de un fármaco, de una medicina que hay que consumir con regularidad para vivir en bienestar o, al menos, mejor. Por ejemplo, en el poema xiv el yo poético atraviesa una pulsión de muerte: “Si cada organismo vivo en la tierra existe por algo/ porque hacen algo/ porque tienen una función pues algo falló/ yo no cumplo esa ley” (pág. 90). Flagelo que se resuelve con el fármaco del lenguaje. Esta vez la musa que le regresa la dicha es Edith Piaf, con quien convive en el París de los años 30. “Si eso no era la felicidad entonces qué podría haber sido” (pág. 91), concluye el poema.

“Barbechar” es la cuarta parte que cierra el libro y es, también, el que más acusa la influencia de César Vallejo en Trilce, desde la temática hasta el estilo —es más, el libro termina recordando los cien años de su publicación, por lo que puede ser también un homenaje—. Los lectores, dejando a tras el covid-19 y las musas, nos adentramos en canciones de hogar, con una familia compuesta por siete hermanos y una mamá y un papá. Tanto el autor de Los heraldos negros como Ildefonso son los últimos de muchos hermanos de las parejas matrimoniales, de ahí que ambos recuerden con nostalgia el tiempo en que sus casas había una multitud de parientes. Lo cual, evidentemente, es el sueño de todo niño menor, a quien cuidan y miman. La sierra central, Cerro de Pasco y Rancas, más específicamente, aparece en esta última parte que es un buen epílogo para el libro, pues el tema de la migración, de cómo la familia tuvo que trasladarse a Lima es, también, el punto final de una era, tiempo que, decíamos, se recuerda con bastante nostalgia. El capital, como era de esperarse también aparece aquí y lo sufre, especialmente, el padre.

En síntesis, Miguel Ildefonso vuelve a reinventarse con la publicación de A dónde mira el centinela, pues su forma y contenido es amplificado al poetizar las decisiones de las grandes corporaciones que, decíamos en un comienzo, crean monstruos que habitan en cada uno de nosotros, pues nadie puede salirse del capitalismo. Tal vez la segunda sección, “Odas Mentales” se aleja del hilo conductor del libro, dado que cambia su temática. No obstante, la cultura popular es otro rasgo en su estilo, estilo que, esperamos, siga produciendo más libros. En el cuadro El centinela del pintor Carel Fabritius, portada del libro, aparece un guardián durmiendo en lo aparentemente es su hora de turno. Mencionamos apariencia, pues no es posible dictaminar un único sentido al lienzo. Con la descripción de la sociedad contemporánea, el centinela de Ildefonso observa ahora el movimiento del capital y la vez, por la inclusión de un poema llamado “Calle nn”, es el cerro Centinela que mira hacia el domicilio del autor del libro.

domingo, 24 de julio de 2022

"La irrealidad y sus escombros" o la destrucción del hogar

Rocío Uchofen acaba de publicar el cuentario La irrealidad y sus escombros (2021) con el sello editorial Maquinaciones, su sexto libro entre poesía y narrativa. Es decir, estamos ante una escritora que ya tiene miles de palabas sumadas, unas tras otras, en el oficio y a lo largo de los años, por lo que este solo hecho amerita prestarle atención a su trabajo. Esto sin mencionar los premios y menciones honrosas que ha conseguido en diversos certámenes literarios, además de las antologías en Lima y en New York (ciudad donde radica actualmente) en las que han aparecido otros cuentos y poemas suyos.

La literatura producida por mujeres en Sudamérica probablemente tenga su mayor parangón en Clarice Lispector, aquella escritora brasilera de origen ucraniano que produjo grandes obras como Lazos de familia, La pasión según G. H., La hora de la estrella. Es precisamente con el primer libro mencionado donde podemos encontrar ciertas coincidencias en cuanto a temática. Así, los catorce cuentos que componen el libro tienen como materia de análisis la descomposición del hogar y de la familia, de modo que desfilan personajes desposeídos no de bienes materiales, sino de afecto y empatía. Apuntemos, también, que en el Perú todavía no existe la figura institucionalizada de una narradora, a diferencia de la poesía, donde nombres como el de Blanca Varela, Magda Portal y Yolanda Westphalen brillan por propios méritos. No obstante, en las últimas décadas la narrativa escrita por mujeres ha aumentado considerablemente, con antologías en importantes editoriales y en el circuito contracorriente de la literatura peruana, lo cual celebramos desde esta humilde tribuna. Creemos, de esta forma, que en los próximos años aparecerá una narradora, o narradoras, que finalmente se consagren y se sumen a las figuras todavía solitarias de Laura Riesco o Pilar Dughi, por ejemplo, de modo que esa clasificación artificial de literatura escrita por mujeres y literatura escrita por hombres sea superada y podamos hablar, simplemente, de literatura peruana.

La irrealidad y sus escombros se inicia con una cita al prolífico Guy de Maupassant. Reparar en este hecho nos va arrojando primeras luces sobre la obra de Uchofen, pues el escritor francés no está allí solo porque es uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos. Su presencia apunta hacia la temática. Como ya anunciamos líneas arriba, por las páginas de este cuentario emergen desencuentros, sinsabores, escenas de hogares fragmentados y de personajes solitarios que ansían otra suerte, otra realidad. De esta manera, podemos afirmar que, como Maupassant y también Antón Chéjov (otro referente imprescindible del relato corto), los personajes de Uchofen no son condeses, reyes, presidentes, grandes artistas o seres aureolados por el poder u otro elemento que los vuelva importantes. Más bien, conocemos los sueños y anhelos de niños convalecientes, oficinistas aburridos, hombres y mujeres de diversos oficios que —rasgo que los une como hilo conductor— no se sienten plenos con el destino que les tocó vivir. Sintomático es que en cuatro cuentos (“Las intrusas”, “Bajo la luna”, “El beso en Poblenou” y “Encuentro en Times Square”) los lectores nos enfrentemos a presencias que se desvanecen repentinamente, dejando, de nuevo, en la orfandad a los personajes que se relacionaron con ellas.

“Diana cazadora” es uno de los primeros relatos con que se inicia el relato y en él se manifiesta claramente aquella temática del aburrimiento y la desazón, de tal forma que esto parece ser la respuesta a por qué una mujer soltera, joven y bonita, accede a ser la amante de un hombre casado y de edad madura. Y pese a que el personaje protagonista ha aceptado, consciente de lo emocionante que puede resultar vivir tal aventura, continúa sintiéndose en soledad y aburrimiento. El cuento acumula varias líneas donde aquella vaga sola por las calles y monumentos de Ciudad de México, con monólogos donde reniega su poca fortuna en la vida. Citemos: “Tiempo después, me di con que era una solitaria, una mujer en espera en una ciudad inmensa que me absorbía” (pág. 31). El desenlace de la historia, sorpresivo, pero afín a tales circunstancias, parece confirmar su monotonía. Entonces, esta dama termina aferrándose no tanto al hombre, sino a lo que él tiene y cree que puede compartir con ella: una familia. Lo mismo aparece también en el siguiente cuento, “El reflejo”, que desarrolla lo distópico o lo futurista. En una país y tiempo desconocidos es posible revivir, o prolongar, la existencia de los seres queridos, de modo que estos permanezcan indefinidamente entre nosotros. Lo que se busca, y el relato experimenta muy bien con aquella posibilidad, es mantener unidas la familia, de modo que estas no se desintegren con la natural desaparición de los suyos. Citemos: “Si esto falla, me responde, tendremos que vivir en la soledad de nuestros cuerpos, como cualquier hijo de vecino lo hace al morírsele el ser más querido de la tierra” (pág. 37). Es también interesante la técnica con la que está construida esta historia: a base de datos escondidos o silencios. El narrador no explica el funcionamiento de aquel dispositivo, simplemente continúa como si el lector ya lo supiera. El efecto causado es de intriga y suspenso, lo que acelera la lectura para enterarnos qué está ocurriendo.

“El peso de la capa” es otro cuento que apunta hacia aquella imposibilidad de construir un hogar. Esta vez, estamos ante el amor de dos mujeres. La historia no se centra tanto en lo peculiar o diferente que pueda tener una relación lésbica, sino en el peso del pasado de una de las protagonistas (de ahí que el cuento apele a “peso” y “capa”, como una carga que se arrastra). Es decir, justo cuando no hay ningún impedimento que permita formar un hogar, aquella posibilidad se destruye. El cuento acusa marcados rasgos sicológicos, además, lo que se adhiere al efecto o desenlace último. En “Soy la morsa” y “Bajo la luna” (donde, además, hay una escena de hechicería con rezos, cánticos y animales) el protagonista de la historia es la enfermedad que aqueja a sus personajes principales, niños que ven interrumpidos sus dóciles días de aquella primera juventud. Ambos cuentos tienen saltos en el tiempo, temporalidades borrosas, imágenes disímiles como apariciones producto de aquellos males. Y estos son los que abren grietas en la familia y modifican, para siempre, la forma de relacionarse de los niños con la realidad, de modo que no vuelven a ser los mismos en el colegio y comienzan a crecer una pasión-consuelo por la música, es decir, por el arte.

“Un beso en Poblenou” y “Encuentro en Times Square” son los cuentos en los que el tema de la soledad y el hastío por la vida aparecen con más notoriedad. En ambos, unas mujeres jóvenes y que pueden valerse por sí mismas, es decir, con trabajos y cómodas posiciones económicas, se citan con unos hombres, pero estas citas no llegan a concretarse de una manera plena. Y esto sucede no por falta de empatía, sino por el repentino desvanecimiento de sus presencias, especialmente en el primero. En el segundo, relato que cierra el libro, desde la primera línea sabemos que Jaime está muerto y, no obstante, la protagonista de la historia decide partir con él, precisamente hacia un lugar más allá de la vida donde ya no sienta aquel hastío por su suerte ni por la soledad. Sintomático es que ambos relatos tengan escenarios de viajes, pues ambos transcurren entre Europa y Estados Unidos.

Finalmente, no puedo terminar esta reseña sin comentar “Noches de hormiga”, pues aquí estamos ante un diferente tratamiento de la técnica narrativa de los vasos comunicantes. En esta, dos escenarios diferentes se juntan o son puestos en uno solo, de tal forma que de su unión surge un tercero. Escritores de la talla de Gustave Flaubert en Madame Bovary y William Faulkner en Las palmeras salvajes, por mencionar, tal vez, los casos más emblemáticos, la han empleado en sus trabajos. En el caso de Uchofen, y en el cuento en mención, el cuartel militar y el ejército de hormigas devorando a un insecto no se entrecruzan, sino que habitan un mismo escenario, como si la realidad pudiera devenir de humano a insecto y viceversa. Este modo de emplear los vasos comunicantes ya había sido llevado a cabo por Manuel Scorza en su último libro antes de su trágica, y repentina, desaparición, La danza inmóvil, solo que, por tratarse de una novela, con mayor espacio y desarrollo. Uchofen lo lleva al relato corto, por lo que su efecto es diferente: más intenso y sorpresivo.

En síntesis, La irrealidad y sus escombros desarrolla el tema de la soledad y el hastío por la vida en personajes oficinistas, pequeños burgueses o clasemedieros. Incluso, el cuento que se desarrolla en medio de la pandemia del covid-19, “Esos días perdidos” (y escrito en segunda persona), tiene como protagonista a una mujer solitaria que vive en New York, cuyo único vínculo con sus seres queridos, en medio de la desesperación por el virus, es la comunicación telefónica hasta Perú. Los cuentos, por otro lado, no ofrecen una descripción de los escenarios o límites geográficos, de modo que solo sabemos que estamos en Ciudad de México o Nueva York por la mención al lugar. En tal sentido, podemos cambiar el nombre de la ciudad a otra como Lima, por ejemplo, y el resultado del cuento no se habrá alterado. Más que una debilidad, creemos que esto responde al oxímoron del título, donde lo real ha trocado por lo irreal, por ende, la geografía no importa tanto como la temática y el particular tratamiento que Uchofen le da en sus cuentos.

domingo, 17 de julio de 2022

La otra vida de John Lennon

Toda novela tiene su propio tiempo y espacio. Incluso las que podemos calificar de “realistas”, poseen un único tiempo y espacio. Por ende, toda novela es dueña de sus acontecimientos, los que pueden ser muy diferentes del mundo que habitamos. Aquello se cumple en Karma instantáneo para John Lennon (editorial Mesa Redonda, 2012) de Arturo Delgado Galimberti. En esta historia distópica —género literario que tiene a sus más celebrados representantes en Philip K. Dick, Margaret Atwood y en algunos libros de José Saramago—, el autor de “Starting Over” no ha sido asesinado por un fan a la salida de su apartamento en el edificio Dakota, frente al Central Park en New York, sino que está por cumplir setenta años durante la administración de Barack Obama. Más bien, quien sufre aquella fatalidad es Paul McCartney, ultimado por un fanático japonés tras presentarse en un concierto en Japón. Estos acontecimientos habrán de cambiar la línea de tiempo que nosotros, los lectores, conocemos, de tal forma que la realidad presentada por Delgado Galimberti es una viva posibilidad del devenir de un futuro diferente.

Tras la separación de los Beatles en 1970, Lennon y McCartney, los líderes de la banda, tomaron rumbos opuestos. Por ejemplo, el primero se volvió más contestatario, con letras que, tras el fárrago de la protesta, se volvían tristes, melancólicas y hasta depresivas. Y viceversa. Para muestra un botón: el contraste de canciones como “God” e “Imagine”. Por su parte, el segundo se volvió más comercial y muchas de sus canciones parecen coexistir en un mundo perfecto y feliz, contrario, como decíamos, a Lennon, quien protestó constantemente contra la Guerra de Vietnam, por ejemplo. Pero en Karma instantáneo para John Lennon aquel dualismo está roto y el autor más bien nos presenta a un atormentado Lennon que, absorbido por el activismo político, no ha podido seguir reinventándose musicalmente y es consciente de que en lo artístico ha sido superado por el desaparecido McCartney. Es este quien es venerado y elevado al nivel de leyenda tras su temprana desaparición, lo que suele suceder en el rock y en casos como Jimi Hendrix, Jim Morrison o Kurt Cobain.

Pero el libro no se queda en la anécdota de “qué pasaría si…”. Al constituir una novela, se desarrollan espacios narrativos que son una construcción particular. Por ejemplo, se explora en el móvil del asesinato de McCartney, qué había detrás, e interiormente, de su verdugo, qué hizo que un fan, alguien que ama con todas sus moléculas a su artista favorito e inspirado por ello termina elaborando una hagiografía, pueda trocar su completa admiración y amor hacia un odio visceral que culmine en un homicidio, opacando para siempre el firmamento de la humanidad al faltarle, de ahora en adelante, una estrella. Por otro lado, también resulta muy interesante el empleo de la figura de William Campbell. Desde finales de los sesenta cundió una de las más resonantes teorías conspirativas en la que el compositor de “Yesterday” había muerto en un accidente automovilístico en noviembre de 1966. En adelante, fue remplazado por un doble o impostor, dado que la banda estaba en su mejor momento y anunciar la muerte de uno de sus más importantes integrantes habría significado su final. Y con ello la producción de millones de dólares para los músicos y, especialmente, para sus productores y representantes. Delgado Galimberti fabula con ello y lo incorpora a la ficción.

La posibilidad de una realidad paralela y alternativa, es decir, de que científicamente sí existan otros mundos se deja sentir en el personaje Alexis Mardas, quien una tarde se encuentra con John Lennon, cuando este reflexionaba sobre el cosmos y los astros tendido de espaldas en el gras del Central Park, es decir, en el centro del planeta. La física cuántica ya ha probado que eso es posible, en palabras de Mardas, y que el tiempo no es lineal, sino que sus infinitas ramificaciones crean infinitas realidades. Así, podemos decir que la novela tiene, también, cierto toque futurista o de ciencia ficción, pues el debate sobre los agujeros negros y otras dimensiones continúa vigente en la actualidad. De esta forma, en una de esas líneas de tiempo el exbeatle está vivo y su activismo político lo meterá, a la larga, en serios problemas, dado que se lo vincula a cierta actividad terrorista.

Finalmente, la palabra “karma” en el título tiene una doble connotación. Apela a la canción “Instant Karma” de Lennon y al karma de la religión hinduista, donde una acción o causa cometida en libre albedrío tiene una natural consecuencia. En función a ello, los seres humanos, más allá de la muerte, pueden rencarnarse en otro tipo de vida, como animal o vegetal, o, incluso, pueden recibir premios o castigos en la presenta existencia. Por cómo termina la novela, parece ser que John Lennon siempre será John Lennon en la justa medida de sus actos, pues eternamente ha de ser el soñador de un mundo mejor desde el amor y la música. Y esa consecuencia será su fatalidad, en esta notable novela que está cumpliendo diez años de haber sido publicada y que goza de una pulcra edición, pese a que algunos nos quedamos con las ganas de leer más sobre la relación del exbeatle con otros exmiembros como George Harrison y Ringo Starr e, incluso, con Yoko Ono, de quien el autor de “Julia” se aleja, para satisfacción de muchos fans, seguramente.