El
toé, como la ayahuasca, es una planta sagrada que crece en lo recóndito de la
selva peruana y es conocida por ser muy utilizada por los chamanes en sus
curaciones y mareaciones. La persona que la consume entra en un profundo trance
que le permite saber con exactitud el futuro, siempre con la asistencia de un
especialista en el tema, es decir, con un chamán. Quizá una de las escenas de
la literatura peruana en donde se representa mejor este viaje sea en la novela
del muy querido y recordado poeta César Calvo, Las tres mitades de Ino Moxo. En ella, una niña, al consumir un
brebaje a base de toé, duerme siete días en los que tiene diversas visiones. En
una de ellas —además de saber quién había robado en su casa, motivo del consumo
de la planta—, ve a una mujer adulta, una madre de familia, rodeada de sus
hijos y en compañía de su esposo. Solo mucho tiempo después, al vivirlo en
carne propia, supo que esa niña era ella en una escena de hogar.
Me
parece que toda antología, u olfato editorial, debe tener esta visión a futuro,
esa intuición que permita ofrecer al público la obra de un escritor de manera
acertada. Por ello, es idónea, calza como anillo al dedo, la última muestra de poesía
realizada por la nueva editorial Toé. En ella se introduce al ámbito de las
letras peruanas la obra del poeta chileno Javier Bello, hasta este momento no
muy conocida. El libro viene, además, con un prólogo de Luis Chueca, en el que
ubica en la línea del tiempo al poeta.
Nacido
en Concepción en 1972 y considerado como uno de los mejores de su generación, Javier
Bello a la fecha ha publicado una decena de libros de poesía, entre los que destacan
Los grandes relatos (2015), Estación noche (2012), Espejismo (2010) y Letrero de albergue, premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez
2006. También ha ganado el Premio Pablo Neruda 2007 por la totalidad de su obra,
la misma que lo ha hecho aparecer en distintas antologías. De esta manera, el
presente libro, No es traducible el hueso,
nos ofrece a los lectores una selección de poemas de los libros El fulgor del vacío, Los pobladores del entresueño, Letrero de albergue, Estación noche y Los grandes relatos. Y aunque han sido escritos en diferentes años
y etapas del poeta, los cinco comparten esa altura de versos tan difícil de
lograr sin caer en lo ridículo o impostado, lo que nos hace recordar por
momentos a Saint-John Perse y al Pablo Neruda de Residencia en la tierra. De esta manera, Bello compone versos con una
sonoridad que envuelve al lector y pasa por lugares comunes que, bajo el
influjo de su pluma, se convierten en lugares inéditos. Palabras como “noche”, “paloma”,
“huesos”, “viento” o “vacío” sufren una variación, o reinvención, como si por
primera vez se los usara para la poesía escrita en español. Hoy comparto tres
poemas que aparecen en la presente muestra.
De
Fulgor de vacío
IV
De
dónde viene la risa
de
la cabeza del hombre sometida a la muerte
de
la cabeza del hombre en cuyos casilleros se encuentra como una lengua azul el
ahorcado, el ataúd, la culpa, los menesteres del día de todos los muertos
del
gran banquete, de la gran comilona, las putas que parlamentan con el rey, el
resplandor de los bellos caballeros en armas
definitivamente
sale de la cabeza y sus partes, de su esqueleto más humano que el hueso del pie,
la extremaunción, los candelabros del último desvío
viene
el fuego que provoca el ejercicio del labio y el tendón, desequilibra al
cerebro, sopla con el perro del viento si es tarde y cunde en las zarzas con
fruto donde está agazapada la muerte
con
qué suspicacia digna de aquéllas que abandona un demonio en el aire se cierne
sobre los comensales, los niños dormidos, los viejos locos, y ataca.
De
dónde viene entonces la risa sino es de la cabeza de alguien que quiere comprar
resurrección con su llanto, de dónde sino del tibio palacio de la complacencia
Qué
es la risa más que uno mismo convertido en un órgano.
La
risa viene, aunque la partición de la cabeza reduce sus posibilidades de
acierto, la risa viene como un ramo de bendiciones ahogadas.
La
risa viene de un pozo que puede ser comparado con la triste cabeza del hombre,
cuya melancolía, sin embargo, produce una luz que no cesa.
La
risa viene de un pozo cuyo sentido último es la oscuridad que se expresa sin
miedo en la fiebre, en los sueños malos y en las discusiones biliosas.
La
risa viene de un pozo, ese pozo es de sangre.
Ese
pozo se llama cabeza.
De
Letrero de albergue
***
Detrás
del pensamiento hay un palo quebrado. Un palo que arrastró la corriente hasta
los pies de la cama. Los vidrios son retratos donde los muertos preguntan por
sus manos. Detrás de los espejos hay otra plantación erizada. Hilos de fuego
que pulsan las muchachas en coma. Un túnel lleno de semanas. Un túnel quiere
decir túnel. Lo que quiere decir cáncer. Invernadero y sed. Bolsa marsupial.
Leche de oído. El hígado habla en las esquinas. Un vino lleno de números. Un
saco de hojas secas detrás de la mirada. Una bolsa de té. Un ataúd repleto de
ramas. Debajo de la edad están los años muertos. Debajo de la luz los prismas
resucitados. Un niño carga un puente que carga a otro niño que no carga nada.
El vacío es una enfermedad a la sangre. Decanta como el óxido en las redes de
pesca. En todos los armarios hay espectros. En los cajones manos desconsoladas.
Las paredes las ha rayado nadie. El otoño tiene muchos nombres. Detrás del
pensamiento yo sé quien es nadie.
Escalerita al
cielo
Esta tarde llueve
como nunca; y no
tengo ganas de
vivir, corazón.
César
Vallejo
Esa
tarde llovía como nunca. No era precisamente un invertebrado
pero
una vez que aprendió a caminar igual que una salamandra
no
dejó de hacerlo jamás. Así entró el pequeño extranjero
al
hueso favorito. No ves que estoy cambiando de piel, me dijo,
de
época, estoy cambiando de casta. Por mi parte
le
di la bienvenida al vestidor insaciable del cráneo, al ajuar de agujeros.
Ése
fue mi error, confundir espejismo y gardenia,
el
rizo alto de la turbulencia con la glándula que come preguntas.
Una
vez que aprendió a deslizarse como un delfín y resplandecer contra el vidrio
fue
difícil sacar la lengua de la cajita de tierra. Había esquirla y la ingle
no
estaba preparada. Había objetos en desuso, dispuestos sin razón.
El
arpón es prolijo, pero cuesta la mitad de una vida afilar una lanza con los
pies.
A
esas alturas de poco servían las sonrisas, el escenario
estaba
por derretirse, los reflectores se convirtieron en grasa.
Se
parecía a la lluvia, a la gota de liquen en la punta de las mañanas,
como
una enfermedad tropical le pasaba la lengua a cada uno
de
los tentáculos de Dios, el tendón del absurdo me mimaba.
Tomé
nota en cuanto pude de cuanto fue posible, los papeles se disolvían en el aire.
No
quiero traicionar ahora la belleza de sus zapatos verdes, pero debo decir
que
tenía la clara intención de deshacerme de mí mismo, la clara intención
que
me salvara. Entonces amarré su cintura al primer monzón
la
segunda quincena de junio en Kerala, me tapé la vista con la almohada
y
escondí las plumas del rastro de los cazadores de ángeles.
Sin
ganas de vivir, lo vi alejarse, boqueando desde la puerta del baño.
Del
humo de mi cigarrillo subía una escalerita hasta el cielo
por
la que se despeñaba mi cabeza y la de mis antepasados.
Esa
tarde llovía como nunca, sin la menor sospecha
el
fiscal se había retirado temprano.
Ya
no fabrican escamas como antes.
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