domingo, 25 de septiembre de 2016

Los cuentos de Anton Chéjov

Mi primer contacto con la obra de Anton Chéjov fue a través de Julio Ramón Ribeyro, cuando estaba en el colegio. Cuentos como “Tristes querellas en una vieja quinta”, “Dirección equivocada”, “Los eucaliptos”, “El marqués y los gavilanes” o “Página de un diario”, por nombrar algunos que me vienen a la memoria, rezuman lo aprendido del grandioso cuentista ruso. Lo esencial de las historias citadas son la nostalgia y el aburrimiento, sentimientos que toman por asalto a sus personajes y los consume un lento incendio. Fue en los primeros años de universidad que me toparía con la obra chejoviana, a la que siempre he regresado, pues el paso de los años y la edad adulta que uno va alcanzando permiten saborear y entender mejor sus cuentos, desentrañarlos y advertir absorto que, como sucede con la buena literatura, son la piel de un lago que refleja nuestra propia imagen.
Por qué ciento cincuenta años después Chéjov sigue siendo leído, por qué a pesar del inexorable cambio de las sociedades es considerado un maestro del relato corto. Es porque da en el meollo de la existencia humana al develar con su pluma los fastidios cotidianos que acosan a los hombres. El tedio, las frustradas ansias por vivir y el sentimiento de enajenación han sido el móvil invisible de decisiones y desenlaces que nos han dejado perplejos, boquiabiertos al no poder entender por qué tal persona, en apariencia ecuánime y circunspecta, bajo determinadas circunstancias llevó a cabo un inaudito acto. Aquellos son los motivos que, como un parásito alojado en el pecho de sus huéspedes, los va contaminando, debilitando y, al fin y al cabo, termina por corromperlos irremediablemente.
A diferencia de sus contemporáneos, tales como Dostoievski, Tolstoi o Gorki, los personajes de Chéjov no son gloriosos héroes ni el aliento de sus páginas exuda un fervor épico. Todo lo contrario. Sus personajes son seres sombríos, tímidos, extraviados, sacados de una cotidianidad escalofriante, puede ser un profesor, un abogado, una esposa, un amante o un lacayo que no tienen, por ejemplo, la altura de un Rodión Románovich Rascólnikov de Crimen y castigo; tampoco la alcurnia y espíritu de Andrés, el príncipe protagonista de La guerra y la paz. No obstante, la pluma de Chéjov sabe iluminarlos y resaltarles facetas que conectan con lo más concomitante de la existencia humana, de tal modo que dejan de ser sombríos, tristes y apagados. Su prosa es el brillo de un reflector sobre ese llano opaco, pero ese fulgor es tal que esos seres inadvertidos adquieren la altura de los grandes personajes épicos de la literatura universal. Y es que qué de grandioso puede tener un lacayo pueblerino que un día enferma y, al no poder seguir trabajando, de Moscú regresa a su pueblo natal, en el cuento “Muzhiks (Campesinos)”. La clave del relato, lo que lo vuelve grandioso, no es la miseria en la que la familia de Nikolái se encuentra inmersa, sino el tedio, el hecho horroroso de tener que convivir en una isba inmunda sin cuartos con toda su familia. La monótona rutina, tanto de los pobres como de los ricos, asfixia a los personajes y los saca de sus casillas. Lo mismo podemos decir del magistral relato “Pabellón 6”, donde un médico psiquiatra de corazón sensible y espíritu dado al arte y a la contemplación de la belleza, se siente perdido y enajenado al rodearse del común de las personas. De esta manera, al no poderle manifestar a nadie sus inquietudes, recurre a la lectura y al consumo de alcohol como vitales medios de escape. Pero un buen día, entre los locos de su sanatorio conoce a uno que, cuando estaba sano, había ido a la universidad y tenía lecturas sobre la naturaleza humana. De pronto el doctor se siente atraído por su persona, por su intelecto y por las citas a filósofos que en medio de sus vespertinas conversaciones compartía con él. Quizá la cima del cuento se da cuando el doctor acepta viajar con un antiguo empleado de correos, una persona que lo visitaba una vez al día tan solo quince minutos. Pero pronto la compañía de este amigo se vuelve insoportable y entonces el médico extraña su soledad, sus libros y las conversaciones con el loco. Creyendo sus colegas que había perdido el juicio, el doctor termina internado en el pabellón de enfermos mentales. Lo mismo podemos decir de “La dama del perrito”, cuento presente en casi todas las antologías que sobre la obra de Chéjov se realizan. En este caso, el hartazgo y la desazón por la vida encuentran refugio en el repentino amor que Dmitri y Anna se profesan, ella la joven esposa sin perspectivas de un empleado y él un hombre maduro cansado de su familia y de su mala suerte con las mujeres. Se sabe que este cuento fue escrito en respuesta a Anna Karenina, como una forma de mostrar otro camino, y destino, mejor para el personaje femenino que se rebela contra los tapujos de la sociedad. De ahí que el cuento termine con los dos amantes unidos más que nunca y a punto de tomar una determinante decisión al respecto.
La exploración en las secuelas de un devenir así también se puede leer en “Vecinos”, donde la hija menor de una familia escapa con el vecino, un tipo que casi le doblaba la edad. Ante ello, como era de esperarse, la madre sufre peor que si se hubiera muerto y nombrarla en casa se vuelve una prohibición. Ante tal cuadro, el hermano monta el cólera y va a encarar a su vecino, con quien antes tenía una muy buena relación. Pero qué sucede cuando finalmente se aparece en la propiedad colindante a exigir cuentas. De pronto esa cólera y rabia que tenía se ve enervada por su falta de decisión y por una mixtura de sentimientos encontrados que eclosionan al verse cara a cara con el vecino y, finalmente, con su hermana. Al final del día, el hermano regresa a casa enfrentado consigo mismo, pues sin quererlo había conciliado con la pareja. Así, el cuento da un giro de tuerca y, de pronto, el protagonista de la historia ya no es el rapto, o la fuga idílica, sino el hermano, un ser sacado de la espléndida fauna chejoviana: un tipo sombrío, cariacontecido, del montón y sin distinguirse dentro de la sociedad. Pero, como decía, en manos de Chéjov un personaje así adquiere el relieve y profundidad de las mejores novelas alguna vez escritas.
Otro cuento de imprescindible lectura es “El beso”, la historia de un tímido joven militar cuya guarnición una tarde es invitada a la casa de un hacendado a cenar. En medio del agasajo y del clima festivo, este joven militar, no obstante, se siente extraviado en los salones. Como era tímido no sabía bailar y como tampoco tenía tema de conversación pronto se aburría con los caballeros. De repente, cruzando un corredor oscuro, en medio de las sombras, una mujer lo abraza y le da un beso. A raíz de aquel gentil accidente, el joven sufre una metamorfosis que lo saca, por un lapso, de aquel estado sombrío que lo mantenía en un cruel anonimato. Aquí queda muy bien plasmada esas ansias por vivir de algunos personajes chejovianos, ese deseo por romper la envoltura del tedio en la que se encuentran atrapados para siempre. Tampoco podría dejar de comentar la novela corta Relato de un desconocido, donde un espía se hace pasar de lacayo para poder entrar a la casa de un tal Orlov, un funcionario público de alcurnia y con cierta holgura económica. Pero pronto la historia sufre un giro: de presentarse como una trama policial pasa a ser un drama cargado de aquellos sentimientos de hastío señalados, pues de pronto a la casa de Orlov llega a vivir su amante, quien había abandonado a su marido para ello. Así, el testimonio oficial que debía entregar el espía sucumbe ante la frialdad del funcionario público. Y es que este es un hombre práctico que sabe que los sentimientos en los hombres solo significan dolor y angustia. Por ello lleva una vida metódica, donde todo se reduce a ir al trabajo, leer, dormir, reunirse con un pequeño grupo de amigos y de vez en cuando salir por unas copas de vodka. Es de esperarse que una mujer, quien representa, como otros personajes de Chéjov mas allá de su género, los sentimientos y las ansias por vivir no encaje en ese cuadro. Por lo que la frustración y el sufrimiento asaltan la historia. Como comentario final, agregaría que el maestro no solo conoce su temática, sino lo más variado del oficio de escritor. Todos hemos leído relatos fallidos donde de pronto un personaje, en primera persona, emite un discurso que no corresponde a su estatus; es decir, de repente personajes jóvenes o sin mayor formación intelectual tienen hondas meditaciones sobre la naturaleza humana. En este caso, el maestro Chéjov sabía muy bien ello, por eso era consciente que hubiera sido mortal para la historia que un vulgar lacayo tenga la altura que tuvo el suyo. De ahí la necesidad de disfrazar al personaje, de decir que fue un espía, pues la intención era acercarse a ese drama entre Orlov y su amante. Enorme detalle que no podía pasar desapercibido en las manos de un maestro.

Es difícil agregar algo sobre la obra de un escritor tan leído y comentado a lo largo del mundo entero como Chéjov. No obstante, cada lector siempre tendrá una forma particular de acercarse y sacar sus propias conclusiones. Es lo que he intentado hacer. Podríamos seguir comentando más y más cuentos del genial narrador ruso, como "Gente difícil" o "La desgracia", pero superaría el propósito de estas líneas en tanto he tratado de rescatar la esencia presente en el universo chejoviano: el hartazgo, el tedio cotidiano, el aburrimiento por la vida y a la vez las ganas fallidas de vivir y romper esa monotonía en el que se ahogan sus personajes. Siempre recordaremos las grandes novelas épicas donde los protagonistas no son seres del común, sino todo lo contrario: príncipes, condes, generales y líderes diversos. Pero creo que recordaremos más aquellos ordinarios en tanto nos podemos identificar más con ellos y en tanto son iluminados con la maestría de una pluma como la del maestro Chéjov.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Muestra de poesía "No es traducible el hueso"

El toé, como la ayahuasca, es una planta sagrada que crece en lo recóndito de la selva peruana y es conocida por ser muy utilizada por los chamanes en sus curaciones y mareaciones. La persona que la consume entra en un profundo trance que le permite saber con exactitud el futuro, siempre con la asistencia de un especialista en el tema, es decir, con un chamán. Quizá una de las escenas de la literatura peruana en donde se representa mejor este viaje sea en la novela del muy querido y recordado poeta César Calvo, Las tres mitades de Ino Moxo. En ella, una niña, al consumir un brebaje a base de toé, duerme siete días en los que tiene diversas visiones. En una de ellas —además de saber quién había robado en su casa, motivo del consumo de la planta—, ve a una mujer adulta, una madre de familia, rodeada de sus hijos y en compañía de su esposo. Solo mucho tiempo después, al vivirlo en carne propia, supo que esa niña era ella en una escena de hogar.
Me parece que toda antología, u olfato editorial, debe tener esta visión a futuro, esa intuición que permita ofrecer al público la obra de un escritor de manera acertada. Por ello, es idónea, calza como anillo al dedo, la última muestra de poesía realizada por la nueva editorial Toé. En ella se introduce al ámbito de las letras peruanas la obra del poeta chileno Javier Bello, hasta este momento no muy conocida. El libro viene, además, con un prólogo de Luis Chueca, en el que ubica en la línea del tiempo al poeta.
Nacido en Concepción en 1972 y considerado como uno de los mejores de su generación, Javier Bello a la fecha ha publicado una decena de libros de poesía, entre los que destacan Los grandes relatos (2015), Estación noche (2012), Espejismo (2010) y Letrero de albergue, premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2006. También ha ganado el Premio Pablo Neruda 2007 por la totalidad de su obra, la misma que lo ha hecho aparecer en distintas antologías. De esta manera, el presente libro, No es traducible el hueso, nos ofrece a los lectores una selección de poemas de los libros El fulgor del vacío, Los pobladores del entresueño, Letrero de albergue, Estación noche y Los grandes relatos. Y aunque han sido escritos en diferentes años y etapas del poeta, los cinco comparten esa altura de versos tan difícil de lograr sin caer en lo ridículo o impostado, lo que nos hace recordar por momentos a Saint-John Perse y al Pablo Neruda de Residencia en la tierra. De esta manera, Bello compone versos con una sonoridad que envuelve al lector y pasa por lugares comunes que, bajo el influjo de su pluma, se convierten en lugares inéditos. Palabras como “noche”, “paloma”, “huesos”, “viento” o “vacío” sufren una variación, o reinvención, como si por primera vez se los usara para la poesía escrita en español. Hoy comparto tres poemas que aparecen en la presente muestra.

De Fulgor de vacío

IV
De dónde viene la risa

de la cabeza del hombre sometida a la muerte

de la cabeza del hombre en cuyos casilleros se encuentra como una lengua azul el ahorcado, el ataúd, la culpa, los menesteres del día de todos los muertos

del gran banquete, de la gran comilona, las putas que parlamentan con el rey, el resplandor de los bellos caballeros en armas

definitivamente sale de la cabeza y sus partes, de su esqueleto más humano que el hueso del pie, la extremaunción, los candelabros del último desvío

viene el fuego que provoca el ejercicio del labio y el tendón, desequilibra al cerebro, sopla con el perro del viento si es tarde y cunde en las zarzas con fruto donde está agazapada la muerte

con qué suspicacia digna de aquéllas que abandona un demonio en el aire se cierne sobre los comensales, los niños dormidos, los viejos locos, y ataca.

De dónde viene entonces la risa sino es de la cabeza de alguien que quiere comprar resurrección con su llanto, de dónde sino del tibio palacio de la complacencia

Qué es la risa más que uno mismo convertido en un órgano.

La risa viene, aunque la partición de la cabeza reduce sus posibilidades de acierto, la risa viene como un ramo de bendiciones ahogadas.

La risa viene de un pozo que puede ser comparado con la triste cabeza del hombre, cuya melancolía, sin embargo, produce una luz que no cesa.

La risa viene de un pozo cuyo sentido último es la oscuridad que se expresa sin miedo en la fiebre, en los sueños malos y en las discusiones biliosas.

La risa viene de un pozo, ese pozo es de sangre.

Ese pozo se llama cabeza.


De Letrero de albergue

***
Detrás del pensamiento hay un palo quebrado. Un palo que arrastró la corriente hasta los pies de la cama. Los vidrios son retratos donde los muertos preguntan por sus manos. Detrás de los espejos hay otra plantación erizada. Hilos de fuego que pulsan las muchachas en coma. Un túnel lleno de semanas. Un túnel quiere decir túnel. Lo que quiere decir cáncer. Invernadero y sed. Bolsa marsupial. Leche de oído. El hígado habla en las esquinas. Un vino lleno de números. Un saco de hojas secas detrás de la mirada. Una bolsa de té. Un ataúd repleto de ramas. Debajo de la edad están los años muertos. Debajo de la luz los prismas resucitados. Un niño carga un puente que carga a otro niño que no carga nada. El vacío es una enfermedad a la sangre. Decanta como el óxido en las redes de pesca. En todos los armarios hay espectros. En los cajones manos desconsoladas. Las paredes las ha rayado nadie. El otoño tiene muchos nombres. Detrás del pensamiento yo sé quien es nadie.


Escalerita al cielo
Esta tarde llueve como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.
César Vallejo

Esa tarde llovía como nunca. No era precisamente un invertebrado
pero una vez que aprendió a caminar igual que una salamandra
no dejó de hacerlo jamás. Así entró el pequeño extranjero
al hueso favorito. No ves que estoy cambiando de piel, me dijo,
de época, estoy cambiando de casta. Por mi parte
le di la bienvenida al vestidor insaciable del cráneo, al ajuar de agujeros.
Ése fue mi error, confundir espejismo y gardenia,
el rizo alto de la turbulencia con la glándula que come preguntas.
Una vez que aprendió a deslizarse como un delfín y resplandecer contra el vidrio
fue difícil sacar la lengua de la cajita de tierra. Había esquirla y la ingle
no estaba preparada. Había objetos en desuso, dispuestos sin razón.
El arpón es prolijo, pero cuesta la mitad de una vida afilar una lanza con los pies.
A esas alturas de poco servían las sonrisas, el escenario
estaba por derretirse, los reflectores se convirtieron en grasa.
Se parecía a la lluvia, a la gota de liquen en la punta de las mañanas,
como una enfermedad tropical le pasaba la lengua a cada uno
de los tentáculos de Dios, el tendón del absurdo me mimaba.
Tomé nota en cuanto pude de cuanto fue posible, los papeles se disolvían en el aire.
No quiero traicionar ahora la belleza de sus zapatos verdes, pero debo decir
que tenía la clara intención de deshacerme de mí mismo, la clara intención
que me salvara. Entonces amarré su cintura al primer monzón
la segunda quincena de junio en Kerala, me tapé la vista con la almohada
y escondí las plumas del rastro de los cazadores de ángeles.
Sin ganas de vivir, lo vi alejarse, boqueando desde la puerta del baño.
Del humo de mi cigarrillo subía una escalerita hasta el cielo
por la que se despeñaba mi cabeza y la de mis antepasados.
Esa tarde llovía como nunca, sin la menor sospecha
el fiscal se había retirado temprano.

Ya no fabrican escamas como antes.

domingo, 11 de septiembre de 2016

"¡Absalón, Absalón!" de William Faulkner

Lo vital y crucial de este libro es su relectura. Recuerdo que cuando iba por la página noventa, como un golpe de abulia, pasó por mi cabeza poner el libro entre los pendientes, con lo que engrosaría aún más aquella lista. Pero superado esos primeros rigores me di cuenta de que tenía entre manos una de las obras más originales y tenebrosas que alguna vez haya leído.
¡Absalón, Absalón! narra la historia de Tomas Supten, ¿un indigente?, ¿un sobreviviente?, ¿un aventurero?, ¿un migrante de las montañas inhóspitas de Virgina? Digamos que es un personaje oscuro y ambiguo, quien un día arriba a las tierras ubicadas al norte de Jefferson, la ciudad ficticia creada por Faulkner en el peliagudo sur de Estados Unidos. Se casa con uno de los mejores partidos del condado y se hace de extensas hectáreas, donde ha de fundar el Ciento de Supten. Pero, como una fatal herencia, o como un castigo del destino, toda su descendencia nace maldita y el horror y el incesto acechan a los personajes.
En realidad, no se sabe mucho de Tomas Supten. Lo principal es que viajó de Virginia, buscando la tierra prometida (la alusión a la Biblia es notoria y fructífera) en una carreta con sus hermanas abordo. Durante el viaje, la familia iba incrementándose, pues el padre tenía sexo con sus hijas y nacían niños que, en la mayoría de los casos, no resistían los avatares del viaje. En las paradas, el padre se internaba en las cantinas, de donde tenían que sacarlo a rastras y en hombros, en calidad de bulto, totalmente ebrio y enajenado. Cuando finalmente llegan al punto donde primeramente han de establecerse, Tomas Supten, en su juventud, decide abandonar el país y viaja a Haití. Allí comenzará a amasar fortuna. Luego, como un personaje misterioso que despierta el recelo del pueblo, funda el Ciento y luego desposa a Elena Coldfield, con quien tiene a Enrique y a Judith. La historia de la decadencia se vuelve original, pues es narrada de una manera diferente por el lenguaje. Este tiene tal importancia en la historia que, muy acertadamente, Vargas Llosa, opinando sobre esta novela, dice que el uso de la palabra constituye un personaje más de la historia. Pues sí, el lenguaje, el modo esquivo de contar, de plantar datos que llevan a la intriga y al suspenso, tiene un peso vital en la novela. Aquí resaltan esas frases largas y brillantes por las que es conocida la prosa faulkeriana.
Al comienzo decía que una relectura me ayudó a entender mejor la historia. Y es que la novela, casi en su totalidad, está contada a través del diálogo de dos personajes, Quintín y Shrevlin, nietos de los amigos, o conocidos, que tuvo Tomas en vida. El comienzo del libro exige una lectura medio detectivesca, una que nos haga pensar y sospechar qué texto en realidad estamos enfrentando. Así, el diálogo de ambos revive a los personajes protagonistas de la historia, los echa en la cama y los sienta en las sillas de la mesa donde transcurre la conversación. Bien pudo el libro llamarse La conversación (tentativa de título que nos hace recodar, inevitablemente, a una de las novelas más celebras de la literatura peruana, como una forma de rastrear sus influencias), pero Faulker optó, en armonía con el aliento que tiene las páginas de la novela, por un título bíblico. Lo que más admiro y celebro de esta obra, es la capacidad, y el gran acierto, de mezclar planos temporales y espaciales en función a la conversación que se estaba desarrollando, como si esta tuviera el don supremo de traer a la vida personajes y de reconstruir locaciones en el breve espacio que puede tener un cuarto. Definitivamente, esta novela influenció mucho a Vargas Llosa, diría que es el esqueleto, o móvil inspirador, de Conversación en la Catedral. Solo que nuestro Nobel no mezcla con tanta violencia los planos y hace difícil la lectura, él prefiere separarlos y hacer más asimilable el relato. Del mismo modo, García Márquez no podría negar este libro en su formación literaria, pues el tema del incesto, y el brillo de la prosa, están muy presentes en toda su obra, en especial en Cien años de soledad.

Solo queda agregar que la Guerra de Secesión es usada para enriquecer e imputar más acciones a los personajes, a Supten, Enrique y Bon, el hijo negado que tuvo con una esclava negra. Sin duda, ¡Absalón, Absalón!, constituye una de las grandes novelas norteamericanas del siglo xx, como muchas otras que salieran de una misma pluma: Luz de agosto, El ruido y la furia o Sartoris.

domingo, 4 de septiembre de 2016

"Ampliación del campo de batalla" de Michelle Houellebecq

Michel Houellebecq, con esta primera novela al menos, se declara heredero del existencialismo, aquella corriente filosófica que se difundiera en Europa, sobre todo en Francia, tras la Segunda Guerra Mundial y que interrogara sobre el devenir del hombre en base a un elemento supremo: la libertad. El narrador sin nombre de esta historia tiene treinta años y es ingeniero de sistemas. Trabaja para una gran corporación que, en armonía con la época, moderniza los servicios que brinda el Estado y algunas empresas particulares. En apariencia le va bien, tiene un holgado sueldo, expectativas de ascenso, es joven y podría ser un buen partido para las mujeres. No obstante, está poseído por un sentimiento extremo de vacuidad que poco a poco lo va deshumanizando. Así, habla de las mujeres como seres que abren sus órganos para una reparadora cópula, además de percibir en todas las personas un interés material. Hasta en su colega Tisserand, un pobre diablo que nunca ha tenido sexo y que en apariencia es un ser inocuo, el antihéroe de este relato siente cierta conveniencia. Y la desmenuza de la siguiente manera: como el mismo no hace gala de su vida sexual (en realidad, no la tiene) ni es muy atractivo físicamente, Tisserand se siente bien a su lado; es decir, no es una amenaza social para su colega, por lo que “goza” de su compañía.
De esta forma, el narrador sin nombre de esta historia bien podría ser un Antoine Roquentin o un Mersault contemporáneo, nacido a comienzos de los años setenta, cuando el mundo comenzó a ser dominado por la publicidad, el capitalismo y trastornos mentales como la doble personalidad o la depresión fueron diagnosticadas con sistemática frecuencia. Si en La náusea o El extranjero el mundo quedó al garete tras la Segunda Guerra Mundial, en Ampliación del campo de batalla la sociedad se muestra enferma tras el asentamiento del capitalismo y su lógica de consumo voraz, donde el sexo tiene un gravitante peso. Así, este antihéroe, como los artistas, está un paso más allá de sus coetáneos y puede percibir el falaz ambiente de bonanza que reina entre las personas. Y se muestra, de esta manera, como un ser que vive por inercia y ha perdido el rumbo para siempre. Pienso que los elementos modernos, que muy bien la diferencian de las novelas citadas, son las clínicas psiquiatras y la intromisión de la publicidad en la vida de las personas. Esto último tiene una importancia mayor, pues recordemos que él es un ingeniero informático, por lo que se encarga de hacer llegar aquella publicidad a más personas; es decir, se inscribe en los intestinos del monstruo. Lo que es más, los seres humanos han perdido identidad, pues todos tienen los mismos gustos, los mismos temores y anhelos, como si hubieran sido cortados por una única tijera. La lucidez, el poder de darse cuenta, es lo que asalta de aquel sentimiento de vacuidad al protagonista, como si viviera atrapado en un laberinto de autómatas.
Por lo señalado líneas arriba, las relaciones humanas también están vacías y esto alcanza al amor. El protagonista también sufre a raíz de la ruptura que tuvo en su última relación. Y denuncia al psicoanálisis. La interpretación que se le podría dar a tal pasaje de la novela es que las personas de ahora, para no caer y hundirse en una ciénaga de sentimientos, se vuelven más individualistas y pierden sensibilidad por el otro. Es por ello que su exnovia, Véronique, de un momento a otro, termina con él y lo bota de la casa, como un sálvese quien pueda que no admite ruegos ni segundas oportunidades.
Quería detenerme un poco más en el personaje de Tisserand. Este se presenta como una víctima del sistema que aún no ha bajado los brazos, alguien que sufre la construcción del actual modelo de belleza, pues por ser gordo, calvo y tener un rostro como el de un sapo (así lo califica la voz narradora) no encaje en él. Quizá porque no lo sabe, quizá porque tiene una fe ciega en sí mismo, no se cansa de buscar una mujer. Hay varios episodios en la novela donde esta búsqueda se exhibe con extrema maestría. La última de ellas es notable, pues el antihéroe narrador atiza el sentimiento de impotencia y resentimiento que habita en su colega a tal punto que persiguen a una pareja con el fin de matarlos, mejor dicho, que Tisserand los mate. Y es él en quien se ve con mayor amplitud la resistencia y el afán por aferrarse a la vida. Lo común entre él y el narrador es que ambos no se adaptan al ritmo del sistema, el segundo porque se ha dado cuenta que la vida es una farsa, el primero porque no encaja en los requisitos que se le piden a las personas para ser “felices” en él.

Ampliación del campo de batalla constituye una crónica de nuestra época, donde el sentimiento de enajenación que había en las novelas existencialistas mencionadas ha sido actualizado, es decir, completado con lo que la modernidad ofrece: la publicidad, el marketing, el consumo voraz y el sexo como una jerarquía. Sintomático es que tanto el narrador como Tisserand no tengan vida sexual, un signo más de ese estar afuera de la sociedad. Así, estamos ante una novela muy recomendable que, además, ofrece una historia dentro de otra historia: el protagonista tiene como pasatiempo componer fábulas de animales, lo que le ayuda a Houellebecq a verter directamente sus ideas o puntos de vista sobre el comportamiento de las personas en general.