Como
en Ampliación del campo de batalla,
Houellebecq nos vuelve a presentar dos personajes antagonistas en entorno a
quienes se irá deshilvanando la historia. Si aquella relación se dio entre el
narrador sin nombre y Tysserand, ahora, en Las
partículas elementales, aquello ocurre con Bruno y Michel. Ambos son hijos
de Janine, una parisina que abrazó los postulados de la liberación sexual y de
la vida sin frenesí que experimentó el mundo hacia finales de los cincuenta y
los sesenta. Pese al parentesco consanguíneo ambos son muy diferentes: el
primero, Bruno, es un profesor de literatura que está a la caza de los placeres
sexuales, mientras que Michel, un descollante científico, se mantiene alejado
de ello y constituye, en función a cómo termina el libro, un hombre que
comienza a superarse, pues no depende tanto del sexo, del amor ni del miedo a
la soledad. La novela es desgarradora, cruel y apasionante, y el lector
contempla, atado de brazos, cómo los personajes desfilan por un infierno
llamado sociedad, cómo se derrumban sus esperanzas y cómo es que su vida, por
más que luchen contra ello, enfila hacia un sórdido fracaso que el más
despiadado de los determinismos les tiene deparado.
Debo
empezar resaltando lo que más llama la atención desde un inicio: el estilo
ensayístico que la prosa adopta en muchos pasajes. Gracias a esto, uno tiene la
sensación de que los personajes son depositados en un formicario, aquella jaula
para hormigas que deja ver cómo estas excavan sus túneles bajo la tierra. Del
mismo modo, los protagonistas tienen que recorrer, y sufrir, los vericuetos
inherentes a la existencia humana. Además del estilo, la narración se mezcla
con un vocabulario científico que complementa las escenas. Por ejemplo, cuando
la voz narradora intenta explicar por qué Michel y Bruno tuvieron aquellas vidas
se da un entrelazamiento con digresiones científicas sobre el adn, los átomos y hasta cómo es que
crecen ciertos mamíferos sin el cuidado inicial de sus madres. Lo mismo ocurre
al describir la maduración del cuerpo femenino: “A partir de los trece años,
bajo la influencia de la progesterona y del estradiol que secretaban los
ovarios, la muchacha empezó a acumular grasa en los senos y las nalgas. En el
mejor de los casos, estos órganos adquieren un aspecto lleno, armonioso y
redondeado; su contemplación despierta un violento deseo en el hombre”. Contrario
a lo que podría pensarse, aquella construcción no se siente artificial a lo
largo de la novela, ni mucho menos es una salida fácil que la vuelve enrevesada
y compleja a la fuerza. Pocos libris han podido mezclar la prosa con datos
científicos sin que esto se vuelva una impostura y termine aburriendo al
lector.
Pero
no daríamos en el meollo si no dijera que el contexto social es determinante.
Así, es vital situarnos en una línea específica del tiempo. Y esta es los años
setentas, la etapa posterior a las corrientes libertarias que recorrieron la
tierra expresados en Mayo del 68 y en el movimiento Hippie, como sus puntos más
álgidos. Este contexto es determinante para que la historia funcione, pues la
liberación sexual es el gran tema que oprime a sus personajes. El mal, como una
genealogía corrompida, viene de la madre, quien precisamente fuera una
libertina, lo que marcaría para siempre a sus hijos. Como ambos venían de un
hogar disfuncional, Bruno tuvo que crecer en un internando, donde era humillado
terriblemente por sus contemporáneos —lo meaban en la cara, el metían un
cepillo con restos fecales a la boca y hasta lo obligaban a practicarle
felaciones a los más bravucones—. En un entorno así, Bruno no podría
desarrollarse normalmente, por lo que, pese a no ser feo, no ser tonto y gozar
de cierta posición económica, no era visto como un partido por las chicas. Entonces,
su vida será una lucha por ser aceptado sexualmente por ellas. En la otra
orilla está Michel (nótese que Houellebecq también se llama así), un hombre que
no sabe amar, que no puede amar y que, pese a tener a la hermosa Annabelle a su
lado, pues crecieron juntos, no puede consumar su amor. La escena en que la
pierde para toda su juventud es majestuosamente cruel y tiene que darse en la
raíz del mal: en un campamento hippie. Así, los hermanos y Annabelle viajan a
aquel campamento para, supuestamente, pasar una increíble velada. ¿Pero qué
sucede? De pronto aparece en escena David, el hijo de un líder hippie, atractivo
y con ínfulas de grandeza, que quería ser un rock star. Pronto, Annabelle es seducida por él y pasan dos semanas
enteras teniendo sexo en su tienda. Michel, sin nada más que hacer, abandona el
campamento.
Pero
la novela no solo se limita a narrar tales desencuentros. Al final adquiere
tintes futuristas y hasta de ciencia ficción. Lo que trata de ser el texto, y
lo logra con extrema maestría, es presentar una pesadilla real: cómo los seres
humanos sucumben ante el deseo carnal y ante los sentimientos. Entonces Michel,
quien había dedicado su vida a la investigación científica, antes de desaparecer
de la tierra, deja un legado para la humanidad: la receta para crear unos
clones que no tengan que sufrir por todo ello. Así, al final del libro, nos
enteramos que la voz narradora es, en realidad, uno de esos clones que deja
como testimonio la vida antes de la creación mejorada de los seres humanos. De
ahí que esas digresiones científicas hayan sido necesarias para entender
racionalmente por qué el hombre sufría en la tierra. Cuando todo termina, nos
enteramos que los seres humanos clonados, despojados del deseo y de los
sentimientos, constituyen una mejor especie: viven en armonía, son más
sensatos, cuerdos, y han podido convivir pacíficamente con los animales y la
naturaleza.
De
esta manera, ambos hermanos constituyen dos ejemplares que demuestran por qué
el mundo es malo y por qué hubo de encontrarse una solución a ello. Las mujeres
que se relacionan con ellos, o que estuvieron cerca, también sufren
espantosamente. Me parece que la novela, explora, con la agudeza de un
escalpelo, la sociedad contemporánea: sus anhelos, sus aspiraciones, sus
temores y pusilanimidad. La propuesta final de Houellebecq es que todas esas
promesas de liberación y reivindicación, todas esas modas que se originaron en
Estados Unidos, por ejemplo, y llegaron a Europa, en el fondo no eran más que
falsas posturas que llevaron a la bancarrota existencial a masas enteras de
generaciones. Las referencias a Aldus Huxley con Un mundo feliz, al Marqués de Sade y a la movida hippie tienen un
peso gravitante. Los seres humanos, sin saberlo, son esclavos de los edictos de
la sociedad, una sociedad, con la acentuación del capitalismo, dominada por el
sexo, el consumo y una vacuidad de valores. El único lúcido, y que por ello
sufre menos, es Michel, quien crea la receta de los clones para eliminar la
humanidad de siempre y, con ello, legar mejores seres a la naturaleza.
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