domingo, 13 de noviembre de 2016

Una gran novela: "Las partículas elementales", de Michel Houellebecq

Como en Ampliación del campo de batalla, Houellebecq nos vuelve a presentar dos personajes antagonistas en entorno a quienes se irá deshilvanando la historia. Si aquella relación se dio entre el narrador sin nombre y Tysserand, ahora, en Las partículas elementales, aquello ocurre con Bruno y Michel. Ambos son hijos de Janine, una parisina que abrazó los postulados de la liberación sexual y de la vida sin frenesí que experimentó el mundo hacia finales de los cincuenta y los sesenta. Pese al parentesco consanguíneo ambos son muy diferentes: el primero, Bruno, es un profesor de literatura que está a la caza de los placeres sexuales, mientras que Michel, un descollante científico, se mantiene alejado de ello y constituye, en función a cómo termina el libro, un hombre que comienza a superarse, pues no depende tanto del sexo, del amor ni del miedo a la soledad. La novela es desgarradora, cruel y apasionante, y el lector contempla, atado de brazos, cómo los personajes desfilan por un infierno llamado sociedad, cómo se derrumban sus esperanzas y cómo es que su vida, por más que luchen contra ello, enfila hacia un sórdido fracaso que el más despiadado de los determinismos les tiene deparado.
Debo empezar resaltando lo que más llama la atención desde un inicio: el estilo ensayístico que la prosa adopta en muchos pasajes. Gracias a esto, uno tiene la sensación de que los personajes son depositados en un formicario, aquella jaula para hormigas que deja ver cómo estas excavan sus túneles bajo la tierra. Del mismo modo, los protagonistas tienen que recorrer, y sufrir, los vericuetos inherentes a la existencia humana. Además del estilo, la narración se mezcla con un vocabulario científico que complementa las escenas. Por ejemplo, cuando la voz narradora intenta explicar por qué Michel y Bruno tuvieron aquellas vidas se da un entrelazamiento con digresiones científicas sobre el adn, los átomos y hasta cómo es que crecen ciertos mamíferos sin el cuidado inicial de sus madres. Lo mismo ocurre al describir la maduración del cuerpo femenino: “A partir de los trece años, bajo la influencia de la progesterona y del estradiol que secretaban los ovarios, la muchacha empezó a acumular grasa en los senos y las nalgas. En el mejor de los casos, estos órganos adquieren un aspecto lleno, armonioso y redondeado; su contemplación despierta un violento deseo en el hombre”. Contrario a lo que podría pensarse, aquella construcción no se siente artificial a lo largo de la novela, ni mucho menos es una salida fácil que la vuelve enrevesada y compleja a la fuerza. Pocos libris han podido mezclar la prosa con datos científicos sin que esto se vuelva una impostura y termine aburriendo al lector.
Pero no daríamos en el meollo si no dijera que el contexto social es determinante. Así, es vital situarnos en una línea específica del tiempo. Y esta es los años setentas, la etapa posterior a las corrientes libertarias que recorrieron la tierra expresados en Mayo del 68 y en el movimiento Hippie, como sus puntos más álgidos. Este contexto es determinante para que la historia funcione, pues la liberación sexual es el gran tema que oprime a sus personajes. El mal, como una genealogía corrompida, viene de la madre, quien precisamente fuera una libertina, lo que marcaría para siempre a sus hijos. Como ambos venían de un hogar disfuncional, Bruno tuvo que crecer en un internando, donde era humillado terriblemente por sus contemporáneos —lo meaban en la cara, el metían un cepillo con restos fecales a la boca y hasta lo obligaban a practicarle felaciones a los más bravucones—. En un entorno así, Bruno no podría desarrollarse normalmente, por lo que, pese a no ser feo, no ser tonto y gozar de cierta posición económica, no era visto como un partido por las chicas. Entonces, su vida será una lucha por ser aceptado sexualmente por ellas. En la otra orilla está Michel (nótese que Houellebecq también se llama así), un hombre que no sabe amar, que no puede amar y que, pese a tener a la hermosa Annabelle a su lado, pues crecieron juntos, no puede consumar su amor. La escena en que la pierde para toda su juventud es majestuosamente cruel y tiene que darse en la raíz del mal: en un campamento hippie. Así, los hermanos y Annabelle viajan a aquel campamento para, supuestamente, pasar una increíble velada. ¿Pero qué sucede? De pronto aparece en escena David, el hijo de un líder hippie, atractivo y con ínfulas de grandeza, que quería ser un rock star. Pronto, Annabelle es seducida por él y pasan dos semanas enteras teniendo sexo en su tienda. Michel, sin nada más que hacer, abandona el campamento.
Pero la novela no solo se limita a narrar tales desencuentros. Al final adquiere tintes futuristas y hasta de ciencia ficción. Lo que trata de ser el texto, y lo logra con extrema maestría, es presentar una pesadilla real: cómo los seres humanos sucumben ante el deseo carnal y ante los sentimientos. Entonces Michel, quien había dedicado su vida a la investigación científica, antes de desaparecer de la tierra, deja un legado para la humanidad: la receta para crear unos clones que no tengan que sufrir por todo ello. Así, al final del libro, nos enteramos que la voz narradora es, en realidad, uno de esos clones que deja como testimonio la vida antes de la creación mejorada de los seres humanos. De ahí que esas digresiones científicas hayan sido necesarias para entender racionalmente por qué el hombre sufría en la tierra. Cuando todo termina, nos enteramos que los seres humanos clonados, despojados del deseo y de los sentimientos, constituyen una mejor especie: viven en armonía, son más sensatos, cuerdos, y han podido convivir pacíficamente con los animales y la naturaleza.

De esta manera, ambos hermanos constituyen dos ejemplares que demuestran por qué el mundo es malo y por qué hubo de encontrarse una solución a ello. Las mujeres que se relacionan con ellos, o que estuvieron cerca, también sufren espantosamente. Me parece que la novela, explora, con la agudeza de un escalpelo, la sociedad contemporánea: sus anhelos, sus aspiraciones, sus temores y pusilanimidad. La propuesta final de Houellebecq es que todas esas promesas de liberación y reivindicación, todas esas modas que se originaron en Estados Unidos, por ejemplo, y llegaron a Europa, en el fondo no eran más que falsas posturas que llevaron a la bancarrota existencial a masas enteras de generaciones. Las referencias a Aldus Huxley con Un mundo feliz, al Marqués de Sade y a la movida hippie tienen un peso gravitante. Los seres humanos, sin saberlo, son esclavos de los edictos de la sociedad, una sociedad, con la acentuación del capitalismo, dominada por el sexo, el consumo y una vacuidad de valores. El único lúcido, y que por ello sufre menos, es Michel, quien crea la receta de los clones para eliminar la humanidad de siempre y, con ello, legar mejores seres a la naturaleza. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario