domingo, 16 de abril de 2017

"El hombre duplicado" de un José Saramago fantástico

Casi se podría decir, sin temor a equivocarse, que la obra narrativa de José Saramago oscila entre lo fantástico y un realismo mágico heredado de Franz Kafka. Recordemos que lo último es posible dentro de un marco real, aunque extraño y poco probable que impregna de un matiz distinto (mágico) las páginas del relato. Citando al maestro, aquello se da en novelas como El proceso y El castillo, donde sucesos ubicados en los márgenes de lo real nos lleva a preguntarnos si de verdad puede ser posible. La imposibilidad casi absurda de saber qué delito se ha cometido y de llegar al interior del castillo, respectivamente, desafían lo realista. En lo fantástico, en cambio, la vulneración de las leyes físicas es evidente y no sería posible bajo ninguna óptica real. Un ejemplo archiconocido: La metamorfosis.
Así, Ensayo sobre la ceguera (1995), uno de los libros más leídos de José Saramago, sería inscribible dentro del realismo mágico, pues podría suceder que una epidemia de ceguera blanca ataque al mundo entero; de igual forma Todos los nombres (1997), novela que narra la vida de un solitario burócrata que se enamora de una mujer que no conoce; también podría serlo Ensayo sobre la lucidez (2004), donde una ciudad entera, en época de elecciones, vota en blanco y expulsa de esta manera a sus cuestionadas autoridades. Pero tendríamos que calificar de fantásticas novelas como La balsa de piedra (1986), donde de pronto la península Ibérica, integrada por España y Portugal, se desprende de Europa y vaga por el océano buscando un nuevo destino; El evangelio según Jesucristo (1991) —otro de sus libros más traducidos y censurado inicialmente en Portugal, lo que provocó que el Nobel de Literatura se mudara a Lanzarote (España)—: los vacíos o huecos sobre la historia oficial del mesías son completados por Saramago de una forma muy original (y fantástica); Las intermitencias de la muerte (2006): de repente en un país desconocido las personas dejan de morir; y El hombre duplicado (2002), novela en la quiero profundizar y que ya ha sido llevada al cine en el 2013 por Denis Villeneuve, protagonizada por Jake Gyllenhaal y Mélanie Laurent.
Tertuliano Máximo Afonso, profesor de historia de colegio, atravesaba un cansancio anímico para el que no encontraba paliativo. Un colega suyo le recomienda una película de bajo presupuesto, Quien no se amaña, no se apaña —que bien podría ser una de esas tantas comedias que la industria hollywoodense produce en grandes cantidades—. Le advierte desde un primer momento que no es una obra de arte, pero que al menos le servirá para matar el tiempo y superar aquel marasmo. No obstante, la película solo agudiza su depresión. Todo esto no hubiera tenido mayor importancia si no fuera porque Tertuliano se da cuenta de que un actor extra, con una presencia de veinte segundos en todo el filme, es idéntico a él.
La novela, de esta manera, desarrolla la angustia de identidad del ser humano al darse el increíble caso de que haya dos personas exactamente iguales sin ninguna relación consanguínea. Como en todas las novelas de Saramago, este hecho no ocurre de manera arbitraria, sino que responde a un patrón constante en el trabajo del escritor portugués: la crítica a la sociedad. Tertuliano consume aquella cinta para matar el tiempo. Este hecho encuentra eco en su propia existencia: es un profesor de historia que no investiga, no continúa estudiando ni superándose, es decir, no aspira a mayores logros en la vida más que a tener un departamento y un carro, lo que ya posee desde hace mucho; se acostumbró a una rutina de pequeño burgués que, sin embargo, lo va afectando: de pronto se siente deprimido y hastiado de sí mismo. Aquella situación de inoperancia y conformismo se deja ver también en la relación que tiene con su enamorada: pese a que ella lo ama, es joven y atractiva él no se decide a formalizar y solo responde a sus exigencias de manera mecánica y para no disgustarla. Lo mismo sucede con Antonio Claro, el actor copia fiel de Tertuliano. Claro trabaja como actor extra en una productora de cine de bajo presupuesto —podríamos calificarla de serie B— sin mayores perspectivas. Es decir, también se ha acomodado al orden monótono de las cosas y no moverá un dedo para alterarlo, pues a pesar de no lograr ningún ascenso dentro de su carrera, ha acumulado dinero y eso le basta para sentirse satisfecho.
Pese a todo, y esto es lo que saca al personaje de su laguna, Tertuliano sale a buscar a Antonio Claro para saber quién es el original y quién la copia. Resulta —aunque este dato es cuestionable, pues es la palabra de Antonio Claro— que Tertuliano nació horas después que Claro, por lo que tendría que ser la copia. A pesar de esto, Máximo Afonso comienza a cambiar: formaliza con su novia y asume una postura crítica ante la vida, tomando un camino que lo llevará a alcanzar su identidad propia. Hasta acá el planteamiento de los hechos filosóficos de la novela. A continuación, el lector se sumerge en el desenlace de que en el mundo existan dos personas iguales que hayan cruzado sus caminos. Lo más representativo de esto es que ambos seducen a las mujeres de los otros, llegando al inesperado desenlace final que podría calificar la novela, además de fantástica, de policíaca, y donde Tertuliano y Antonio intercambian roles para siempre.

En esta novela, al igual que en la Todos los nombres o La caverna (2000), se explora la insignificancia, la nimiedad del sujeto frente a los grandes ordenamientos y producción en masa, de igual corte, que las sociedades impregnan a nuestras vidas. Además, apoyado siempre de sus parábolas sobre la cotidianidad, Saramago desvela las ilusiones y creencias sin base de las personas. Por ejemplo, cuando Tertuliano entra al despacho del director del colegio donde trabaja, tiene la viva sensación de haber estado antes ahí. Este hecho conocido como déjà vu, tiene su explicación únicamente en esta vida: no recuerda que leyó una novela donde la descripción de una oficina era muy parecida al despacho del director. Pese a este ánimo de desengaño, casi la totalidad de la obra narrativa de José Saramago se desprende de hechos mágicos realistas y fantásticos.