domingo, 18 de agosto de 2019

Perú tampoco da muchas oportunidades, una lectura de Japón no da dos oportunidades de Augusto Higa


Sorprende, al concluir la lectura, la poca recepción que ha tenido Japón no da dos oportunidades de Augusto Higa. Sorprende, digo, porque resulta uno de los libros más importantes que aparecieron en los noventas, pues explica aquel periodo. Doblemente vital, además, por la temática que expone: primero, Higa es descendiente de inmigrantes japoneses, lo que lo vuelve diferente tanto en Perú como en Japón; segundo, es un retrato fidedigno de las urgencias que el pueblo peruano padeció durante los años posteriores al gobierno de Alan García y en la dictadura de Alberto Fujimori, de tal modo que, a mi humilde entender, debería ser un libro de obligatoria lectura: ha sido concebido en el vientre de una nuestras más significativas crisis políticas y sociales.
Antes de seguir señalando algunas de sus cualidades, repasemos rápidamente su contenido. Augusto Higa, ante la crisis que se vivía en Perú, decide buscar suerte en el país de sus ascendientes: Japón. En sentido inverso, él vuelve al país del sol naciente con el fin de mejorar su calidad de vida. Atrás, en el Perú azotado por la pobre economía, las pandemias (recordemos la enfermedad del cólera) y los atentados terroristas de Sendero Luminoso y mrta, quedan su esposa y sus hijos. El sueldo de un profesor universitario, y de literatura, no es suficiente para sostener a una familia durante aquellos años de descomposición. Incapaz de salvar la barrera del idioma y de adaptarse, además, a la cultura de un país tan distinto como el Japón, al escritor Augusto Higa no le queda más que empleare de operario en las distintas fábricas que existen en un lugar altamente industrializado: como operario lo único que necesita es su fuerza de trabajo que vende, no al mejor precio, sino a las pocas, y desventajosas, opciones que le quedan. Se da, entonces, la enajenación del trabajo, pues aquello que construye no es suyo y pertenece a los dueños de las factorías.
Pero la operación no es tan simple como tomar un avión y arribar a Japón. Claro que no. Higa y un grupo más de “niseis” peruanos son llevados por la Shin Nihon, una agencia de trabajo que contrata mano de obra del Perú. El único requisito es ser descendiente de japoneses y aceptar los puestos que la agencia le pueda encontrar en las distintas fábricas. Y he aquí que comienza a darse la explotación del hombre por el hombre. La Shin Nihon costea los pasajes de avión Lima-Tokyo. Es decir, el trabajador apenas llega al Japón carga a cuestas una deuda que supera los dos mil dólares. La deuda adquiere caracteres kafkianos cuando el sueldo sufre una serie de descuentos por parte de la Shin Nihon: seguros contra accidentes elevados, pago por alojamiento (además de servicios de luz, agua y calefacción), arbitrios del Estado japonés y otros tantos inverosímiles como el impuesto al trabajo, por el simple hecho de trabajar. Todos estos descuentos alargan la deuda que tienen con la agencia al máximo, de tal forma que el empleado es irremediablemente explotado. Imposible entrar en razones con el dueño de la agencia o de apelar a la justicia japonesa: el idioma y el desconocimiento del lugar vuelve aquello imposible.
Por otro lado, el testimonio de Higa no solo es un recorrido por las fábricas y sus tareas del industrializado Japón. También, un manifiesto de lo insoportable que puede ser el ser humano cuando se lo tiene cerca y el egoísmo de nuestra especie en momentos difíciles. Aquello, inequívocamente, nos hace recordar a Jean Paul Sartre en su célebre obra teatral A puerta cerrada. En aquella pieza, el filósofo francés propone que el verdadero infierno no es el dolor del fuego infinito del infierno, sino la presencia humana, el convivir de unas cuantas personas en un reducido espacio. Lo que le sucede, en carne propia, a Higa. Nuevamente la agencia, para abaratar costos, instala en una casa a trece personas, lo que obliga a compartir espacios íntimos tales como los dormitorios y los baños. Y a fin de cuentas, aquel hecho de hacinamiento y convivencia forzosa, constituye el principal motivo por el cual Higa decide emprender la vuelta al Perú. Es decir, no fue la explotación ni el áspero clima de Japón, la nostalgia por la patria y los seres queridos, sino la convivencia con el otro.
Y aunque no estén desarrollados, como dijimos anteriormente, la crisis socioeconómica y política y el terrorismo son los que, a fin de cuentas, provocan la aventura de Higa en la tierra de sus ancestros. Y esto último es un elemento más que diferencia a la crónica de las historias de ficción: los temas o hilos conductores son ciertos y reales en la crónica, pues es cierto que Higa viajó a Japón y sufrió aquella experiencia, viaje que no necesariamente tendría que cumplirse en una novela.
Finalmente, Japón no da dos oportunidades es otro estupendo de libro de Augusto Higa que continúa dando en el centro de su poética: la enajenación. Extranjero en Perú por su apariencia física y apellidos, es decir, por su origen, al llegar a Japón sigue siendo el extranjero de siempre: no conoce el japonés ni su cultura, no tiene parientes ni mucho menos amigos. El tema de la enajenación está presente en La iluminación de Katzuo Nakamatsu y en Gaijin, dos de sus obras más celebradas. Lo mismo ocurre en Japón no da dos oportunidades, esta vez desde la crónica, lo que lo convierte en testimonio fidedigno de una de nuestras crisis más graves como nación, cuyas consecuencias las vivimos hasta ahora y seguirán presentes, infelizmente, por muchos años más.