domingo, 25 de septiembre de 2016

Los cuentos de Anton Chéjov

Mi primer contacto con la obra de Anton Chéjov fue a través de Julio Ramón Ribeyro, cuando estaba en el colegio. Cuentos como “Tristes querellas en una vieja quinta”, “Dirección equivocada”, “Los eucaliptos”, “El marqués y los gavilanes” o “Página de un diario”, por nombrar algunos que me vienen a la memoria, rezuman lo aprendido del grandioso cuentista ruso. Lo esencial de las historias citadas son la nostalgia y el aburrimiento, sentimientos que toman por asalto a sus personajes y los consume un lento incendio. Fue en los primeros años de universidad que me toparía con la obra chejoviana, a la que siempre he regresado, pues el paso de los años y la edad adulta que uno va alcanzando permiten saborear y entender mejor sus cuentos, desentrañarlos y advertir absorto que, como sucede con la buena literatura, son la piel de un lago que refleja nuestra propia imagen.
Por qué ciento cincuenta años después Chéjov sigue siendo leído, por qué a pesar del inexorable cambio de las sociedades es considerado un maestro del relato corto. Es porque da en el meollo de la existencia humana al develar con su pluma los fastidios cotidianos que acosan a los hombres. El tedio, las frustradas ansias por vivir y el sentimiento de enajenación han sido el móvil invisible de decisiones y desenlaces que nos han dejado perplejos, boquiabiertos al no poder entender por qué tal persona, en apariencia ecuánime y circunspecta, bajo determinadas circunstancias llevó a cabo un inaudito acto. Aquellos son los motivos que, como un parásito alojado en el pecho de sus huéspedes, los va contaminando, debilitando y, al fin y al cabo, termina por corromperlos irremediablemente.
A diferencia de sus contemporáneos, tales como Dostoievski, Tolstoi o Gorki, los personajes de Chéjov no son gloriosos héroes ni el aliento de sus páginas exuda un fervor épico. Todo lo contrario. Sus personajes son seres sombríos, tímidos, extraviados, sacados de una cotidianidad escalofriante, puede ser un profesor, un abogado, una esposa, un amante o un lacayo que no tienen, por ejemplo, la altura de un Rodión Románovich Rascólnikov de Crimen y castigo; tampoco la alcurnia y espíritu de Andrés, el príncipe protagonista de La guerra y la paz. No obstante, la pluma de Chéjov sabe iluminarlos y resaltarles facetas que conectan con lo más concomitante de la existencia humana, de tal modo que dejan de ser sombríos, tristes y apagados. Su prosa es el brillo de un reflector sobre ese llano opaco, pero ese fulgor es tal que esos seres inadvertidos adquieren la altura de los grandes personajes épicos de la literatura universal. Y es que qué de grandioso puede tener un lacayo pueblerino que un día enferma y, al no poder seguir trabajando, de Moscú regresa a su pueblo natal, en el cuento “Muzhiks (Campesinos)”. La clave del relato, lo que lo vuelve grandioso, no es la miseria en la que la familia de Nikolái se encuentra inmersa, sino el tedio, el hecho horroroso de tener que convivir en una isba inmunda sin cuartos con toda su familia. La monótona rutina, tanto de los pobres como de los ricos, asfixia a los personajes y los saca de sus casillas. Lo mismo podemos decir del magistral relato “Pabellón 6”, donde un médico psiquiatra de corazón sensible y espíritu dado al arte y a la contemplación de la belleza, se siente perdido y enajenado al rodearse del común de las personas. De esta manera, al no poderle manifestar a nadie sus inquietudes, recurre a la lectura y al consumo de alcohol como vitales medios de escape. Pero un buen día, entre los locos de su sanatorio conoce a uno que, cuando estaba sano, había ido a la universidad y tenía lecturas sobre la naturaleza humana. De pronto el doctor se siente atraído por su persona, por su intelecto y por las citas a filósofos que en medio de sus vespertinas conversaciones compartía con él. Quizá la cima del cuento se da cuando el doctor acepta viajar con un antiguo empleado de correos, una persona que lo visitaba una vez al día tan solo quince minutos. Pero pronto la compañía de este amigo se vuelve insoportable y entonces el médico extraña su soledad, sus libros y las conversaciones con el loco. Creyendo sus colegas que había perdido el juicio, el doctor termina internado en el pabellón de enfermos mentales. Lo mismo podemos decir de “La dama del perrito”, cuento presente en casi todas las antologías que sobre la obra de Chéjov se realizan. En este caso, el hartazgo y la desazón por la vida encuentran refugio en el repentino amor que Dmitri y Anna se profesan, ella la joven esposa sin perspectivas de un empleado y él un hombre maduro cansado de su familia y de su mala suerte con las mujeres. Se sabe que este cuento fue escrito en respuesta a Anna Karenina, como una forma de mostrar otro camino, y destino, mejor para el personaje femenino que se rebela contra los tapujos de la sociedad. De ahí que el cuento termine con los dos amantes unidos más que nunca y a punto de tomar una determinante decisión al respecto.
La exploración en las secuelas de un devenir así también se puede leer en “Vecinos”, donde la hija menor de una familia escapa con el vecino, un tipo que casi le doblaba la edad. Ante ello, como era de esperarse, la madre sufre peor que si se hubiera muerto y nombrarla en casa se vuelve una prohibición. Ante tal cuadro, el hermano monta el cólera y va a encarar a su vecino, con quien antes tenía una muy buena relación. Pero qué sucede cuando finalmente se aparece en la propiedad colindante a exigir cuentas. De pronto esa cólera y rabia que tenía se ve enervada por su falta de decisión y por una mixtura de sentimientos encontrados que eclosionan al verse cara a cara con el vecino y, finalmente, con su hermana. Al final del día, el hermano regresa a casa enfrentado consigo mismo, pues sin quererlo había conciliado con la pareja. Así, el cuento da un giro de tuerca y, de pronto, el protagonista de la historia ya no es el rapto, o la fuga idílica, sino el hermano, un ser sacado de la espléndida fauna chejoviana: un tipo sombrío, cariacontecido, del montón y sin distinguirse dentro de la sociedad. Pero, como decía, en manos de Chéjov un personaje así adquiere el relieve y profundidad de las mejores novelas alguna vez escritas.
Otro cuento de imprescindible lectura es “El beso”, la historia de un tímido joven militar cuya guarnición una tarde es invitada a la casa de un hacendado a cenar. En medio del agasajo y del clima festivo, este joven militar, no obstante, se siente extraviado en los salones. Como era tímido no sabía bailar y como tampoco tenía tema de conversación pronto se aburría con los caballeros. De repente, cruzando un corredor oscuro, en medio de las sombras, una mujer lo abraza y le da un beso. A raíz de aquel gentil accidente, el joven sufre una metamorfosis que lo saca, por un lapso, de aquel estado sombrío que lo mantenía en un cruel anonimato. Aquí queda muy bien plasmada esas ansias por vivir de algunos personajes chejovianos, ese deseo por romper la envoltura del tedio en la que se encuentran atrapados para siempre. Tampoco podría dejar de comentar la novela corta Relato de un desconocido, donde un espía se hace pasar de lacayo para poder entrar a la casa de un tal Orlov, un funcionario público de alcurnia y con cierta holgura económica. Pero pronto la historia sufre un giro: de presentarse como una trama policial pasa a ser un drama cargado de aquellos sentimientos de hastío señalados, pues de pronto a la casa de Orlov llega a vivir su amante, quien había abandonado a su marido para ello. Así, el testimonio oficial que debía entregar el espía sucumbe ante la frialdad del funcionario público. Y es que este es un hombre práctico que sabe que los sentimientos en los hombres solo significan dolor y angustia. Por ello lleva una vida metódica, donde todo se reduce a ir al trabajo, leer, dormir, reunirse con un pequeño grupo de amigos y de vez en cuando salir por unas copas de vodka. Es de esperarse que una mujer, quien representa, como otros personajes de Chéjov mas allá de su género, los sentimientos y las ansias por vivir no encaje en ese cuadro. Por lo que la frustración y el sufrimiento asaltan la historia. Como comentario final, agregaría que el maestro no solo conoce su temática, sino lo más variado del oficio de escritor. Todos hemos leído relatos fallidos donde de pronto un personaje, en primera persona, emite un discurso que no corresponde a su estatus; es decir, de repente personajes jóvenes o sin mayor formación intelectual tienen hondas meditaciones sobre la naturaleza humana. En este caso, el maestro Chéjov sabía muy bien ello, por eso era consciente que hubiera sido mortal para la historia que un vulgar lacayo tenga la altura que tuvo el suyo. De ahí la necesidad de disfrazar al personaje, de decir que fue un espía, pues la intención era acercarse a ese drama entre Orlov y su amante. Enorme detalle que no podía pasar desapercibido en las manos de un maestro.

Es difícil agregar algo sobre la obra de un escritor tan leído y comentado a lo largo del mundo entero como Chéjov. No obstante, cada lector siempre tendrá una forma particular de acercarse y sacar sus propias conclusiones. Es lo que he intentado hacer. Podríamos seguir comentando más y más cuentos del genial narrador ruso, como "Gente difícil" o "La desgracia", pero superaría el propósito de estas líneas en tanto he tratado de rescatar la esencia presente en el universo chejoviano: el hartazgo, el tedio cotidiano, el aburrimiento por la vida y a la vez las ganas fallidas de vivir y romper esa monotonía en el que se ahogan sus personajes. Siempre recordaremos las grandes novelas épicas donde los protagonistas no son seres del común, sino todo lo contrario: príncipes, condes, generales y líderes diversos. Pero creo que recordaremos más aquellos ordinarios en tanto nos podemos identificar más con ellos y en tanto son iluminados con la maestría de una pluma como la del maestro Chéjov.

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