El
profesor Ricardo González Vigil acierta rotundamente cuando en la presentación
de La casa apartada, en la última Feria
Internacional del Libro en Lima, dijo que el maestro Antonio Gálvez Ronceros es
un autor en el sentido cabal del término. Es decir, su pluma encierra un
universo rico, lleno de fantasía e imaginación que se inspira, en este caso y
como hiciera en Monólogos desde las
tinieblas, en lo rural, en los pueblos alejados de la metrópoli. Hoy quiero
comentar directamente los cuentos, pues un autor consagrado como Gálvez
Ronceros no necesita mayores presentaciones.
Para
empezar, los animales, en estas historias, tiene un peso gravitante y muchos de
ellos sufren una metamorfosis que los humaniza. Así pues, esto ocurre con el
perro en el primer cuento, “¿Recuerdas?”. Los lectores nos adentramos en el
monólogo de un personaje que va recordando lo que ocurría en su pueblo cuando
era niño. Frente a su casa había un mendigo que, al tener que ir a comprar
comida o resolver algún importante trámite, dejaba, en su lugar a su perro. Para
esto disfrazaba muy bien al can, los vestía como él, le ponía una chalina, una
gorra y una casaca, de modo que adquiría la fisonomía de un ser humano y la
lata con que mendigaba no dejaba de percibir monedas. El cuento adquiere
ribetes de gran jocosidad cuando una mujer ebria, para indignación de todo el
pueblo, comienza a gritar “¡Pero si es un perro!” señalando con el dedo al
perro disfrazado. Pero hay un giro de tuerca en la historia, porque el mendigo
regresa y toma, nuevamente, su lugar, haciéndose pasar, además, como ciego. El uso
del lenguaje es envolvente, con un ritmo que de por sí ya atrapa al lector y no
lo suelta hasta terminar.
El
segundo cuento, “Lecturas extravagantes”, también explota muy bien el humor. De
esta manera, el sastre de un pueblo confunde las palabras al leer los titulares
de los periódicos. Por aquella distorsionada interpretación personal, se
sumerge en un estado de compulsiva paranoia. No es sino con la presencia de un
aprendiz, quien es el que narra el cuento en primera persona, que el viejo
sastre va retomando la cordura nuevamente cuando le leen lo que los titulares
realmente decían. Si bien es cierto, en esta historia la presencia de un animal
no es tan notoria, no obstante, en las divagaciones del sastre desfilan burras,
perros, chanchos y demás animales que uno puede encontrar en los pueblos
pequeños y alejados de Lima.
Pero
en los tres cuentos siguientes aquel protagonismo animal vuelve a la carga. En “Un
perro en la noche” un ladrón de gallinas, al ingresar desnudo a un corral para
burlar la vigilancia canina, sufre la mutilación de sus verijas por un perro
sabido que no se dejó asustar por su desnudez. El cuento, además de ser
hilarante, tiene una flexibilidad real que quizá nos acerca un tanto a lo
fantástico, pues el ladrón va a la búsqueda de sus verijas para que una vieja
curandera se las pueda volver a poner con el apoyo de ciertas hierbas. El perro
demuestra mayor inteligencia de lo que uno puede esperar de un animal y, al
final de la historia, vuelve a burlarse del pobre hombre capado. En el
siguiente cuento, “Jacinto y manfreda”, es más notorio el peso de los animales
en el imaginario de Gálvez Ronceros. Jacinto, un hombre solitario, se enamora
perdidamente de una burra llamada Manfreda. Así, la compra y la lleva a su
casa, la pasea por su huerta y luego se encierra con ella en veladas
interminables. Pero su caso no es excluyente: su vecino, Tomás Pacherres, al
ver a la burra también queda enamorado, a tal punto que la rapta y huye con
ella. A Jacinto no le queda más que salvar su honra, asesinar a su vecino y
huir para siempre de la justicia. En un final abierto, un hombre llega a París
y, en un cafetín, es acompañado por una mujer que la voz narradora describe de
la siguiente manera: “El cuello es asombrosamente largo y grueso y está
cubierto en su totalidad por un collar de muchas vueltas. Y bajo un gorro que
impide verle el cráneo y las orejas, se advierte un rostro de grandes ojos
laterales que a veces, bien mirado, produce la desconcertante impresión de ser
el alargado rostro de una burra”.
En
“La casa apartada”, el cuento que da título al libro, volvemos al estilo del
monólogo. Así, la voz narradora lleva al lector ante una extraña posibilidad:
qué pasaría si uno va a visitar a un amigo que lleva por nombre Juan y de
pronto descubre que alguien lo llama “Juan, Juan, Juanjuán, Juan”, pero en su
casa solo viven el amigo y su papá, quien se llama Gregorio, y ya frente a
nosotros aquella exclamación continúa repitiéndose. Poco a poco descubrimos que
quien llama de esa manera es el perro de la casa. Hay un juego con el sonido de
las palabras, entre “Juan” y “guau”, como onomatopéyicamente podríamos
reproducir el ladrido de un can. Y aunque parezca delirante, y haga pensar que quizá
pueda romper lo verosímil, la construcción del relato, la geografía y la
naturaleza de los personajes hace que aquello pueda ocurrir en una casa
apartada de un pueblo al interior del Perú. Como en “¿Recuerdas?” y “Un perro
en la noche”, nuevamente un perro tiene protagonismo relevante en la historia.
Como habíamos señalado líneas arriba, su rol no es ordinario, sino que,
respondiendo la idiosincrasia del lugar, los animales sufren una transformación
que los humaniza y en muchas escenas desaparece esa distancia que hay entre
seres humanos y animales, una distancia que los vuelve objetos o los subestima,
muy afín a como son tenidos en cuenta en las ciudades. El último relato, “Madrugada
triste”, es una excepción a esta poética, puesto que no aparecen animales y más
bien estamos ante una historia policíaca que tampoco apela al humor. Así,
guarda una identidad distinta a los otros cuentos, pues nos embarcamos hacia
otra orilla: el homicidio de una familia entera y su fácil resolución para dar
con el asesino. Otro elemento que difiere es que la voz narradora nos da
lugares específicos, Oxapampa y Cerro de Pasco, por ejemplo. En cambio, en los
otros relatos, al no revelarnos una ubicación exacta, el lector puede fantasear
más y no saber en qué región del Perú ocurría ello, si en la costa, la sierra o
la selva.
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