domingo, 20 de noviembre de 2016

La fauna humana en "La casa apartada", de Antonio Gálvez Ronceros

El profesor Ricardo González Vigil acierta rotundamente cuando en la presentación de La casa apartada, en la última Feria Internacional del Libro en Lima, dijo que el maestro Antonio Gálvez Ronceros es un autor en el sentido cabal del término. Es decir, su pluma encierra un universo rico, lleno de fantasía e imaginación que se inspira, en este caso y como hiciera en Monólogos desde las tinieblas, en lo rural, en los pueblos alejados de la metrópoli. Hoy quiero comentar directamente los cuentos, pues un autor consagrado como Gálvez Ronceros no necesita mayores presentaciones.
Para empezar, los animales, en estas historias, tiene un peso gravitante y muchos de ellos sufren una metamorfosis que los humaniza. Así pues, esto ocurre con el perro en el primer cuento, “¿Recuerdas?”. Los lectores nos adentramos en el monólogo de un personaje que va recordando lo que ocurría en su pueblo cuando era niño. Frente a su casa había un mendigo que, al tener que ir a comprar comida o resolver algún importante trámite, dejaba, en su lugar a su perro. Para esto disfrazaba muy bien al can, los vestía como él, le ponía una chalina, una gorra y una casaca, de modo que adquiría la fisonomía de un ser humano y la lata con que mendigaba no dejaba de percibir monedas. El cuento adquiere ribetes de gran jocosidad cuando una mujer ebria, para indignación de todo el pueblo, comienza a gritar “¡Pero si es un perro!” señalando con el dedo al perro disfrazado. Pero hay un giro de tuerca en la historia, porque el mendigo regresa y toma, nuevamente, su lugar, haciéndose pasar, además, como ciego. El uso del lenguaje es envolvente, con un ritmo que de por sí ya atrapa al lector y no lo suelta hasta terminar.
El segundo cuento, “Lecturas extravagantes”, también explota muy bien el humor. De esta manera, el sastre de un pueblo confunde las palabras al leer los titulares de los periódicos. Por aquella distorsionada interpretación personal, se sumerge en un estado de compulsiva paranoia. No es sino con la presencia de un aprendiz, quien es el que narra el cuento en primera persona, que el viejo sastre va retomando la cordura nuevamente cuando le leen lo que los titulares realmente decían. Si bien es cierto, en esta historia la presencia de un animal no es tan notoria, no obstante, en las divagaciones del sastre desfilan burras, perros, chanchos y demás animales que uno puede encontrar en los pueblos pequeños y alejados de Lima.
Pero en los tres cuentos siguientes aquel protagonismo animal vuelve a la carga. En “Un perro en la noche” un ladrón de gallinas, al ingresar desnudo a un corral para burlar la vigilancia canina, sufre la mutilación de sus verijas por un perro sabido que no se dejó asustar por su desnudez. El cuento, además de ser hilarante, tiene una flexibilidad real que quizá nos acerca un tanto a lo fantástico, pues el ladrón va a la búsqueda de sus verijas para que una vieja curandera se las pueda volver a poner con el apoyo de ciertas hierbas. El perro demuestra mayor inteligencia de lo que uno puede esperar de un animal y, al final de la historia, vuelve a burlarse del pobre hombre capado. En el siguiente cuento, “Jacinto y manfreda”, es más notorio el peso de los animales en el imaginario de Gálvez Ronceros. Jacinto, un hombre solitario, se enamora perdidamente de una burra llamada Manfreda. Así, la compra y la lleva a su casa, la pasea por su huerta y luego se encierra con ella en veladas interminables. Pero su caso no es excluyente: su vecino, Tomás Pacherres, al ver a la burra también queda enamorado, a tal punto que la rapta y huye con ella. A Jacinto no le queda más que salvar su honra, asesinar a su vecino y huir para siempre de la justicia. En un final abierto, un hombre llega a París y, en un cafetín, es acompañado por una mujer que la voz narradora describe de la siguiente manera: “El cuello es asombrosamente largo y grueso y está cubierto en su totalidad por un collar de muchas vueltas. Y bajo un gorro que impide verle el cráneo y las orejas, se advierte un rostro de grandes ojos laterales que a veces, bien mirado, produce la desconcertante impresión de ser el alargado rostro de una burra”.
En “La casa apartada”, el cuento que da título al libro, volvemos al estilo del monólogo. Así, la voz narradora lleva al lector ante una extraña posibilidad: qué pasaría si uno va a visitar a un amigo que lleva por nombre Juan y de pronto descubre que alguien lo llama “Juan, Juan, Juanjuán, Juan”, pero en su casa solo viven el amigo y su papá, quien se llama Gregorio, y ya frente a nosotros aquella exclamación continúa repitiéndose. Poco a poco descubrimos que quien llama de esa manera es el perro de la casa. Hay un juego con el sonido de las palabras, entre “Juan” y “guau”, como onomatopéyicamente podríamos reproducir el ladrido de un can. Y aunque parezca delirante, y haga pensar que quizá pueda romper lo verosímil, la construcción del relato, la geografía y la naturaleza de los personajes hace que aquello pueda ocurrir en una casa apartada de un pueblo al interior del Perú. Como en “¿Recuerdas?” y “Un perro en la noche”, nuevamente un perro tiene protagonismo relevante en la historia. Como habíamos señalado líneas arriba, su rol no es ordinario, sino que, respondiendo la idiosincrasia del lugar, los animales sufren una transformación que los humaniza y en muchas escenas desaparece esa distancia que hay entre seres humanos y animales, una distancia que los vuelve objetos o los subestima, muy afín a como son tenidos en cuenta en las ciudades. El último relato, “Madrugada triste”, es una excepción a esta poética, puesto que no aparecen animales y más bien estamos ante una historia policíaca que tampoco apela al humor. Así, guarda una identidad distinta a los otros cuentos, pues nos embarcamos hacia otra orilla: el homicidio de una familia entera y su fácil resolución para dar con el asesino. Otro elemento que difiere es que la voz narradora nos da lugares específicos, Oxapampa y Cerro de Pasco, por ejemplo. En cambio, en los otros relatos, al no revelarnos una ubicación exacta, el lector puede fantasear más y no saber en qué región del Perú ocurría ello, si en la costa, la sierra o la selva.

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