domingo, 5 de noviembre de 2023

Gringas sí, yankis no: nueva antología de Mario Guevara

Con el título Gringas sí, yankis no acaba de aparecer una nueva antología del escritor cusqueño Mario Guevara, donde figuran relatos como “El cachaquito Minaya”, “Guía para turistas”, “Brichero”, “Usted, nuestra amante italiana” y el muy conocido “Cazador de gringas”, entre otros. La colección describe aquel otro lado de la Ciudad Imperial, lejos de los templos, las ruinas y los museos, que es lo que el circuito turístico ofrece cuando se visita la antigua capital del incanato, lejos, también, de esa imagen de bonanza y esplendor con que miles de extranjeros y peruanos visitan las alturas de, por ejemplo, Machu Picchu. Acá descubrimos otro circuito, esta vez, de desesperación y de humor que no se limita al Perú, pues también aparece Ciudad Juárez y Quito, pero que tienen su origen, su raíz, en la sierra peruana.

Personalmente, llama la atención la construcción de ciudad que ofrece Guevara en sus cuentos. Como decía, no nos encontramos exactamente en un espacio andino donde se pueda conocer más de la Pachamama o de otras deidades tales como Viracocha o Pachacútec. Pero aquello, en vez de una carencia es un mérito: Cusco también tiene una ciudad y su ciudad, cual maldición de todas las urbes, engendra personajes sombríos, bebedores empedernidos, drogadictos declarados, gentes que ocupan las esferas más bajas de la sociedad y sobreviven haciéndose un espacio en negocios turbios o simplemente gentes que, clasemedieros alérgicos al esfuerzo individual, no pudieron ganarse un espacio en la vida decente y terminaron corrompidos

A la vez, en medio de ese escenario tan abigarrado emerge la figura del brichero o del cazador de gringas. Y esto es solo posible porque el pasado incaico, los dioses y sus templos, pese a que no ocupan un espacio central en las historias, están presentes de forma tácita o como lindero que delimita la geografía donde suceden los cuentos. Aquello, el personaje del brichero, es posible gracias a la identidad que tiene la ciudad del Cusco. Así, cuando lo que ofrece el día se acaba, es decir, cuando llega la noche y las luces de los bares y prostíbulos clandestinos se encienden la ciudad acusa una especie de metamorfosis que no se cuenta o publicita. Pero que a fin de cuentas también es otro atractivo para los viajantes.

El ejercicio de la memoria, por otro lado, puede generar nostalgia aún sobre un pasado que no fue pleno o dichoso. Esto sucede en el primer cuento, “El cachaquito Minaya”, donde se recuerdan los días agridulces del colegio y se realiza un recuento de Minaya, compañero del colegio hijo de un militar que no logra abrirse paso en la vida y acaba envuelto en el mundo de las drogas. Lo mismo ocurre en el cuento “Patrick”, escrito en segunda persona: los excesos de un antiguo compañero de aulas son contados retrospectivamente hasta el momento de la adultez, cuando por fin el único escarmiento posible es la cárcel. Seguimos en los años mozos en “Usted, nuestra amante italiana”, donde la musa aparece y es una actriz de cine italiana que empuja a los adolescentes a escaparse del colegio para visitar el cinematógrafo donde estrenaban aquellas películas. Tal cual el narrador de este último cuento dice, “siendo la vida un lento transcurrir de recuerdos”, el paso de los años es el motivo de aquellas historias, pues se evocaba momentos dichosos, pero también amargos.

Cuentos como “Cazador de gringas”, “Andean lover”, “Brichero” y “Guía para turistas” son los que distinguen con mayor claridad la poética de su autor, pues la figura del brichero hace su acto en escena. Aquel seductor de extranjeras, aquel amante que goza y se beneficia de la exotización, pues ese es su secreto de conquista, habla inglés, español, conoce el quechua y, en especial, maneja un discurso sobre los Andes que atrae a los extranjeros. Si el Cachaquito Minaya engañaba a los turistas con quetes “pateados”, el brichero engaña con una promesa de amor diferente. “Guía para turistas”, a su vez, es un repaso por la realidad sociopolítica del país y sus exuberancias en código de “realismo mágico”: las ruinas que se visitaban, esta vez, no son el Coricancha o Chincheros, sino el Palacio de Gobierno y el Congreso de la República, escombros de lo que alguna vez pudo ser un país.

Mención aparte merece “La obsesión de Nico Bilbao”, donde un fracasado en la vida intenta reivindicarse hallando El Dorado, aquel lugar casi de arcadia donde encontraría el abundante oro perdido de los incas, un ser salido de la fauna guevaraparedista que no logra hallar su espacio en el mundo. En síntesis, esta nueva antología recoge muy bien la temática de su autor y demuestra que conoce muy bien lo contado. En ese sentido, no es un autor que escribe sobre lo que imagina o sobre una realidad que supone pero que no conoce, sino lo contrario: el caso de un escritor que ha explorado la fauna y su noche y ha sobrevivido para contarlo. Otro autor que lleva al extremo lo vivencial, con sus respectivas distancias, es el boliviano Víctor Hugo Viscarra: ambos nos cuentan una realidad que conocen. Eso, o Mario Guevara ha engañado muy bien al lector.

domingo, 27 de agosto de 2023

El tiempo y la revelación de la memoria en Palabras que reservo para las tinieblas

 Zoila Capristán ha publicado tres libros de poesía, Bajo cero, Palabras que reservo para las tinieblas y, recientemente, Canta en mi nuca el ruiseñor. Además de su producción, tiene una importante presencia en la escena literaria peruana, dado que dirige una editorial de poesía y ha participado en diferentes recitales y lecturas poéticas. En esta ocasión vamos a reseñar su segundo libro, Palabras que reservo para las tinieblas, de placentera lectura y amplia temática, pues apela al ejercicio de la memoria.

Como bien señala el narrador Cromwell Jara en el prólogo, el poemario es la construcción de una memoria personal y de una memoria colectiva, esto es, la representación, o canto, de Chilete, pueblo en Contumazá al interior de la provincia de Cajamarca. Así, el libro se divide en tres partes, “En La Baranda del Balcón de Palomar”, “El Eje de la Hoguera” y “Muralla de Silencio”. Sintomático es que la mayoría de poemas de la primera parte cuenten —porque, además, allí todos los poemas están en prosa y tienen un estilo narrativo— las vivencias en Chilete. La segunda parte, como profundizando al corazón del pueblo, versa la casa donde la voz poética creció y la tercera parte llega hasta su habitación (“venid a ver el cuarto del poeta”, como decía César Calvo). A la vez, en esta sección final, la temática se amplía, dado que aparece Lima (la migración) entrelazadas con más escenas de la infancia y de Cajamarca.

Además de lo señalado por el autor de “Montacerdos”, ahora, nosotros queremos apuntar también que el tiempo que germinó esa memoria, con la llegada de la voz poética a la adultez, ha venido a distorsionarse, de modo que los años felices de la niñez se revelan como sombríos, lúgubres y difíciles. Citemos el poema primero, “Peste”, donde el sarampión azota Chilete arrebatándole las vidas a varios niños: “Pero fue ella la Elegida, entonces le escuché decir:/ —Mamá ese Señor de negro me llama… está enterrando pelos en mi boca. Dile que no lo haga./ Mamá la recostó a mi lado; sus formas de ser alado se tornaron rígidas y sentí el rigor mortis atravesar mi piel./ —Un cuerpo es funesto sin el alma dentro de él./ Mamá vuelve la mirada furiosa y me increpa:/ —¿Por qué no fuiste tú?” De esta forma la inocente memoria de niña, con la adultez y la lucidez que da el tiempo, se revela sombría ante la preferencia de la madre, opción que en ese momento no se entendía de tal manera.

Lo mismo sucede con el poema “Largas trenzas de las niñas”, donde el párrafo inicial contrasta con el final en el contexto de la Reforma Agraria ejecutada por la Junta Militar, liderada por Juan Velazco Alvarado. Citemos: “A la tienda llegaba el hacendado Cappelleti de impecable terno blanco, bigote rizado y dos filados ojos azules que escudriñaban los mostradores repletos de mercancías, artefactos y juguetes. Escondida dentro de las vitrinas, tomaba el oso de lata y giraba la manizuela entonces la esférica cuerda se movía y saltaba el niño de metal”. El hacendado escudriña la mercancía como si quisiera tomarla para su beneficio y, al mismo tiempo, la voz poética, que sabemos es una niña, tiene que esconderse de su ambición (muy posiblemente carnal). Y mientras se pone a buen recaudo, sin saberlo y para no advertir cuáles son las intenciones de aquel hombre, opera un bonito juguete. Esta memoria, entonces, con el paso del tiempo y la lucidez se vuelve sombría: la realidad del adulto contamina a la realidad del niño. “Largas trenzas de las niñas” termina con el siguiente párrafo: “Cuando se ocultaba el sol, se reunían con lámparas y aprendían el alfabeto. Compraron con billetes nuevecitos radios a pilas, tocadiscos y bailaban huaynos. Decía mamá: estos campesinos ya no compran yonque, solo beben cerveza para intentar olvidar a sus muertos del Talalán”. Tras la Reforma Agracia, entonces, la vida de los campesinos ha mejorado: se instruyen y perciben un verdadero sueldo por su trabajo. Pero este ligero bienestar contrasta con la matanza de Talalán y el consumo del alcohol para olvidar.

De la segunda sección, “El Eje de la Hoguera”, donde aparecen con más frecuencia poemas de hogar, quiero resaltar “Diamantes, cocos y nudos”, “Mamá vendió la casa” y “Ojos cerrados”. En el primero el juego de los niños, el pintar y dibujar tan preciado en los infantes, se inflama con lo que se muestra como una plegaria: “—Balancéate casita de madera, camisa de fuerza protégeme de mí./ Que no suban las serpientes por mis piernas y no aviven los secretos de la Casa Vieja y me hablen de la familia./ —¡Orfandad!”. ¿Cuáles son los secretos de la Casa Vieja que la voz poética rechaza conocer? ¿Y por qué la palabra “orfandad” aparece y con signos de exclamación al siguiente verso? El descubrimiento de aquello, posible en edad adulta, puede dejar sin infancia a la voz poética, por lo que es mejor no saber. La infancia se lleva como algo preciado que, no obstante, es asaltada de revelaciones. Lo mismo sucede con el siguiente poema, “Mamá vendió la casa”, cuando leemos “Retrocedo a mirar cómo restriega/ las llagas sepultadas por el tiempo/ crecí en el lindero de la puerta falsa/ mi cuerpo se desvaneció donde no llegan las señales”. La casa de la infancia se va, se vende, y eso arranca un dolor. Es más, remueve las “llagas sepultadas por el tiempo”. Igualmente, en “Ojos cerrados”: “Un día descubrió la falsa luz de la ciudad/ la verdad de los puñales/ la sed del pedófilo/ la familia de hienas que iban tras su tersa piel”. El descubrimiento, el darse cuenta de que en la ciudad no siempre se está mejor (de ahí que diga “falsa luz”), los puñales y la verdad, el bajo deseo carnal de un hombre y de hombres (“hienas”) acusa un dolor en el adulto que vivió aquello cuando fue infante.

En suma, en Palabras que reservo para las tinieblas hay una revelación dolorosa que ocurre al contrastar infancia con adultez. Y esto es posible solo con la memoria y los sueños. Recordar es advertir el trasfondo de las cosas y ese paraíso perdido que puede ser la infancia se ve sitiado por ello. Podemos comentar, también, “Barquitos de papel” en la tercera parte de libro donde se amplía la temática, dado que ahora hay un contraste con la realidad del niño y la realidad del adulto que, sin embargo, construyen una nueva y tercera, como vasos comunicantes: “Cuando caía la lluvia en el tejado se deslizaba por las canaletas, el agua corría por la vereda y se levantaban gigantes olas marrones./ Era hora de sacar los barquitos de papel” y “Largo tiempo no retornan mis barquitos de papel, deben estar enfrascados en gloriosas batallas”. Batallas que son la del pasado con el presente y que se reservan para las tinieblas, como bien apunta el título. De ahí que, en esos poemas, Capristán emplee la prosa, dado que la narración requiere más espacio que el verso.

domingo, 1 de enero de 2023

Literatura y materia en Palabra del casuario.

Quiero resaltar de este poemario, Palabra del casuario (Alastor Editores), la reconciliación que existe entre las letras y las ciencias. Como sabemos, hubo un periodo de siglos en la actividad intelectual humana donde los poetas podían ser científicos y navegantes. No solo eso, podían ser, también, soldados, como fue el caso de Arquíloco en la antigua Grecia o como fue el caso Jorge Manrique durante el final de la Edad Media. Aquella vocación universal se consagró en filósofos como Aristóteles y Platón, nuevamente, durante el periodo helenístico, quienes heredaron el método de estudio de Sócrates. Los filósofos, por ese entonces, eran también astrónomos, matemáticos, biólogos, zoólogos y botánicos. Por ende, el conocimiento era total y no se dividía en letras y ciencias, como sucede actualmente.

Tal vez el periodo del Renacimiento es el que mejor puede confirmar aquello. Con el redescubrimiento de los textos clásicos, perdidos o guardados en las abadías por obra y gracia de la escolástica, Europa pudo avanzar hacia la Edad Moderna y dejar atrás, finalmente, el oscurantismo de la época medieval. Es entonces cuando aparecen genios como Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel Ángel, artistas italianos que, en diferentes disciplinas, expresaron el interés del periodo por las ciencias en general. Este ánimo heredado de la antigua Grecia y redescubierto por el Renacimiento también se dejó ver en el Romanticismo y en figuras como Alexander von Humboldt o en Goethe, por ejemplo, ambos alemanes que no solo fueron artistas, sino también científicos.

Pero es con la acentuación del capitalismo, gracias a las diversas revoluciones industriales durante el siglo xix en adelante, que aquello, poco a poco, fue terminándose. Como contraparte ahora tenemos una sociedad contemporánea que está dividida en función a lo que las grandes empresas, en la creación de bienes y servicios, necesitan. Para muestra un botón: derecho e ingeniería son dos de las carreras más rentables. Hoy existen decenas de tipos de ingeniería (ingeniería industrial, civil, química, electrónica, sanitaria, metalúrgica, de minas…) y decenas de especializaciones en derecho (derecho penal, civil, laboral, constitucional, empresarial, mercantil, de autor…). En consecuencia, tenemos miles de profesionales que solo pueden hacer una determinada labor en el ciclo productivo del capital. El resultado más evidente es la división que existe entre letras y ciencias, entre números y palabras, lo que ha significado, en la mayoría de los casos, un distanciamiento de las dos grandes ramas del conocimiento humano. Pero eso no es todo, incluso podemos decir que aquello, en la actualidad, ha llegado a la literatura, de modo que poesía y narrativa se comercializa de forma independiente, siendo esta última la que más vende para las grandes editoriales. Insistimos: cientos de años atrás el panorama literario era diferente, la épica, tal vez uno de los primeros géneros junto a la tragedia, narraba hechos extraordinarios en verso, es decir, poesía y narrativa tenían una sola fuente.

En esta noche quiero decir que Palabra de casuario bebe de aquella original fuente y vuelve a hermanar la ciencia con las letras. Es por ello que la naturaleza aparece no de una forma ornamental y en la superficie, como podría ser la poesía mal aprendida del Romanticismo donde, precisamente, la naturaleza vuelve a ser partícipe y fuente de inspiración para los poetas. La naturaleza y la ciencia desarrollan orgánicamente los hilos conductores de este poemario que marca diferencias, por su originalidad, con gran parte de la poesía actual, aquella agotada de repetir temas como el desamor, la soledad y el silencio producidas por la mayoría de literatos de una sociedad tan divisionista como la contemporánea.

De esta forma, en el primer poema, precisamente aquel que le da nombre al libro, podemos leer una cita a un poeta clásico del siglo xviii, el armenio y políglota Sayat-Nová, quien no solo fue vate, sino también músico, de modo que apunta hacia esa universalidad que señalábamos inicialmente, lo que coincide con las muchas lenguas en las que escribió. Citemos, entonces, al poema: “No es que en todos se fermente la memoria/ como el dolor apocalíptico de un animal desnudo/ mordiendo los párpados cansados del arca/ que se niega a dejarlo pasar”. El casuario llama la atención especialmente por su aspecto, pues no vuela y tiene un casco como cresta y unas garras filudas como patas. Para entender mejor la naturaleza de esta ave debemos recordar que, en realidad, los dinosaurios no se extinguieron millones de años atrás, sino que para sobrevivir se adaptaron al nuevo medio. Tras la lluvia de meteoritos que estalló, inicialmente, en lo que hoy es la península de Yucatán, México, la geografía y clima terrestre cambió completamente, lo que llevó a la muerte a gran parte de la fauna. Algunos tipos de dinosaurios pudieron sobrevivir adaptándose al nuevo entorno, lo que nos remite a la teoría darwiniana de la sobrevivencia de las especies. De ahí que leamos en la cita “dolor apocalíptico de animal desnudo” y “párpados cansados del arca/ que se niega a dejarlo pasar”. Estamos, entonces, ante uno de los momentos cruciales de la vida en el planeta. Los dinosaurios, de esta forma, tenían la piel desnuda, piel que ahora recubren con plumas y tras lo cual pudieron ingresar a esa arca, en una clara referencia, ahora, al arca de Noé donde se salvaron todos los animales que pudieron ingresar en ella. De ahí que, en otra cita al mismo poema, leamos lo siguiente al dirigirse al Padre o a dios: “porque no fuiste tú sino el amor/ de tu simiente ángel exterminador/ quien los llevó al abismo”. La lluvia de meteoritos fue una acción de la naturaleza o del cosmos fuera de este planeta que habitamos y como tal fue un devenir, y no un accionar, del orden impuesto por aquel dios en su creación. De ahí que en el verso aparezca la palabra “simiente”, que también significa semilla, por ende, germina y brota y sigue su propio curso natural. La figura extraña y hasta solitaria del casuario, el momento evolutivo en que el yo poético logra contemplarlo, se puede leer en “yo soy el hijo bastardo más extraño/ yo soy el hijo extraño más extranjero”, pues además de no volar posee patas y frente de dinosaurio con alas, pico y cuerpo de ave.

Tanto en “Lobster” como en “El ángel”, los dos poemas siguientes del libro, los versos se inician, también, con citas a escritores que han desarrollado en sus trabajos el ritmo de la naturaleza. De esta forma, en el primero aparece Aurelia de Nerval y en el segundo Franz Kafka con, entendemos, La metamorfosis. El escritor francés fue un representante del Romanticismo, que rayó con la locura, al buscar una vida fuera de la realidad hostil, en este caso, en los sueños. Pero advirtamos que Aurelia también es un tipo de medusa marina, por lo que el título del poema hace referencia a la literatura y a lo biológico a la vez. De ahí que leamos: “Desearía hacer carne los dominios de la locura/ ir a dormir con el exoesqueleto de frazada”. Lo invertebrado vuelve a la carga en “El ángel”, cuando Gregorio Samsa se manifiesta en “metamorfosis de una cucaracha/ que se siente capaz de aplastar a todos/ y disfrutar oyendo crepitar/ la linfa por los huesos”. Aunque la figura kafkiana no sea una cucaracha, sino un escarabajo, lo que el poema busca expresar permanece incólume: la monstruosidad hermosa de un insecto por el solo hecho de ser parte de la naturaleza y existir en el planeta tierra en su paso evolutivo.

En este punto, quisiera detenerme en un poema donde lo biológico y la evolución logran un nuevo tratamiento a un tema largamente desarrollado en la poesía y en la literatura en general: la ausencia del padre. En “Un padre es manzana” la voz poética se pregunta por el origen paterno, es decir, por aquel que le heredó la posibilidad de existir. Citemos: “Una manzana alguna vez fue un pez/ mordido por crustáceos/ en el camposanto/ hasta ser devuelto humus en la tierra/ Un padre es una manzana/ que devoro con garras en los detritus/ del lenguaje”. Que la manzana sea comparada a un pez responde a que el origen de la vida viene del océano y que vida y muerte están relacionados como el mar y la tierra. De ahí que la manzana sea un fruto, pues del morir nace el existir y viceversa. El mar, en este caso, dio el fruto de la manzana que fue el inicio de la vida. Pero si sabemos que así se originó todo, entonces, por qué el poema se pregunta por el padre, pues es devorado “con garras en los detritus del lenguaje”. En otras palabras, no solo se está preguntando por el padre, sino que el fármaco del lenguaje busca crear un padre, de ahí que sea devorado para ser un eslabón que se engarce al proceso de la vida, porque para nacer se necesita de un padre y de una madre.

En síntesis, Palabra de casuario constituye una reconciliación para estos tiempos de capitalismo tardío que vivimos entre ciencias y letras. El poema elegido para dar título al libro sigue aquella línea: “palabra” que es lenguaje y “casuario” que es el biología o fósil vivo de la evolución constante que significa la vida en el planeta tierra. La materia, entonces, no está únicamente como metáfora sonora para los sentimientos del poeta, sino que los sentimientos del poeta se desprenden directamente de la materia. En ese sentido hay poemas donde la voz se define en género masculino, tal cual lo hiciera, por ejemplo, Blanca Varela en Ese puerto existe, gracias a lo cual Palabra del casuario trasciende la artificial división de “poesía escrita por mujeres”. Pues la buena poesía, como en este caso, es una sola.