domingo, 27 de noviembre de 2016

"El cerco de Lima", de Óscar Colchado Lucio

Borges decía que las buenas obras sobreviven a las malas traducciones. Quizá debió agregar que también a las malas ediciones. Pese a ello, El cerco de Lima de Óscar Colchado Lucio, publicada en el 2013, destaca por su temática y fluidez de estilo, así como por su estructura al hacer un notable uso de saltos en el tiempo y cambios de perspectiva narrativa, de primera a tercera persona en función al contexto y al impacto que busca generar en el lector. La violencia interna que sacudió al país por dos décadas y causó heridas imborrables en la sociedad peruana, ya ha producido novelas que han ganado importantes premios internacionales, y con el tiempo quizá se convierta en un género particular, similar a lo ocurrido con la producción sobre la guerra Civil Española, por ejemplo.
En esta obra, a diferencia de Rosa cuchillo, el autor desarrolla la lucha armada en la urbe. Un acierto es que nos ayuda a entender, en su totalidad, la visión del mundo de los otros, de las minorías, elemento fundamental que la buena literatura posee. De esta forma, Colchado Lucio no presenta a los terroristas como un montón de fanáticos oligofrénicos carentes de escrúpulos. Todo lo contrario: los hace humanos y, y lo más importante, comprensible su postura, en función a las desigualdades sociales inherentes a la sociedad peruana.
Así, exploramos los anhelos y frustraciones de Manuel Rojas Padilla, camarada Alcides, uno de los protagonistas de la historia, militante que hará un trabajo importante de bases y adoctrinamiento de los nuevos cuadros. La pregunta a “¿por qué brotó el terrorismo y tuvo tantos adeptos?”, se responde a través de este personaje. Lo material (factor esencial de la lucha) arrinconó a Manuel, lo que le impidió ascender socialmente y tener una vida digna, en notable oposición a lo que sí tendría cualquier persona de clase media o acomodada. Es así que trabaja como vendedor de frutas en un mercado, ganando un mísero sueldo que solo le permite sobrevivir. En la universidad, adonde ingresa gracias a que unos senderistas preparaban gratuitamente a los postulantes, sufre un terrible desengaño: advierte quiénes controlan los medios de producción, quiénes tienen acceso a los altos puestos, a quiénes protege realmente el Estado y sus fuerzas del orden. Ante ello, con una Izquierda Unida en el parlamento que discrepaba de sus posturas radicales y a quienes acusan de defensores del sistema, no le queda más camino que tomar las armas y luchar por el nuevo Estado.
Por otro lado, está el policía de servicio de inteligencia que narra el primer atentado terrorista con que se inicia la novela. La aparición de este personaje es de vital importancia. Si gracias a Alcides nos interiorizamos en los cogollos del accionar senderista, es por medio de este agente encubierto que conocemos el modus operandi de las fuerzas del orden: su trabajo de espías, su aparente entrega y desenfado por la causa revolucionaria, sus métodos brutales de tortura y represión, así como la espada de Damocles que amenazaba con caer sobre sus cabezas si eran descubiertos. Es notable el capítulo donde se cuenta el origen y desarrollo del grupo Colina, nombre de un miembro del servicio de inteligencia que llegó hasta las más altas cúpulas senderista y que murió en manos de sus propios colegas paramilitares.
Por otro lado, también tiene un rol importante un tercer personaje: el Predicador, quien viste túnicas y se parece a Jesucristo (barba y cabello largo), siendo portador de una fe religiosa basada no en un dios supremo ni en el amor a la humanidad, sino en la vida extraplanetaria, factor allende al orden estatal y a la revolución. Está convencido de que la raza humana fue creada por seres superiores tanto en organización política como en constitución biológica. Es más, cuenta haber volado en un ovni a aquel planeta y ser testigo de la superior vida de tales creadores. Incluso presenta evidencias que respaldan sus increíbles afirmaciones. Este personaje aglutina gente en las plazas, arrastra oyentes en los conos de la ciudad y es respetado por los senderistas, quienes lo ven como un posible foco de difusión de sus posturas.

Esta corta, pero intensa, novela de Colchado Lucio retrata a los representantes de ambos bandos de las fuerzas en conflicto de una manera muy humana: no son brutos, salvajes, fundamentalistas que solo se oyen a sí mismos, son, ante todo, seres humanos sensibles que exhiben las profundas contradicciones concomitante a la existencia. Otras escenas logradas de la novela son la masacre de El Frontón contra reclusos senderistas, así como la aparición del personaje Mario Vargas Llosa en un mitin por la libertad, cuando el gobierno aprista, en un manotazo de ahogado, intentó nacionalizar la banca mientras el aparato estatal se ahogaba en un océano de corrupción. Por sus logros y sus visos de novela fantástica, El cerco de Lima es una obra que escapa de lo estrictamente realista, lo que ya puede diferenciar a Colchado de sus coetáneos. 

domingo, 20 de noviembre de 2016

La fauna humana en "La casa apartada", de Antonio Gálvez Ronceros

El profesor Ricardo González Vigil acierta rotundamente cuando en la presentación de La casa apartada, en la última Feria Internacional del Libro en Lima, dijo que el maestro Antonio Gálvez Ronceros es un autor en el sentido cabal del término. Es decir, su pluma encierra un universo rico, lleno de fantasía e imaginación que se inspira, en este caso y como hiciera en Monólogos desde las tinieblas, en lo rural, en los pueblos alejados de la metrópoli. Hoy quiero comentar directamente los cuentos, pues un autor consagrado como Gálvez Ronceros no necesita mayores presentaciones.
Para empezar, los animales, en estas historias, tiene un peso gravitante y muchos de ellos sufren una metamorfosis que los humaniza. Así pues, esto ocurre con el perro en el primer cuento, “¿Recuerdas?”. Los lectores nos adentramos en el monólogo de un personaje que va recordando lo que ocurría en su pueblo cuando era niño. Frente a su casa había un mendigo que, al tener que ir a comprar comida o resolver algún importante trámite, dejaba, en su lugar a su perro. Para esto disfrazaba muy bien al can, los vestía como él, le ponía una chalina, una gorra y una casaca, de modo que adquiría la fisonomía de un ser humano y la lata con que mendigaba no dejaba de percibir monedas. El cuento adquiere ribetes de gran jocosidad cuando una mujer ebria, para indignación de todo el pueblo, comienza a gritar “¡Pero si es un perro!” señalando con el dedo al perro disfrazado. Pero hay un giro de tuerca en la historia, porque el mendigo regresa y toma, nuevamente, su lugar, haciéndose pasar, además, como ciego. El uso del lenguaje es envolvente, con un ritmo que de por sí ya atrapa al lector y no lo suelta hasta terminar.
El segundo cuento, “Lecturas extravagantes”, también explota muy bien el humor. De esta manera, el sastre de un pueblo confunde las palabras al leer los titulares de los periódicos. Por aquella distorsionada interpretación personal, se sumerge en un estado de compulsiva paranoia. No es sino con la presencia de un aprendiz, quien es el que narra el cuento en primera persona, que el viejo sastre va retomando la cordura nuevamente cuando le leen lo que los titulares realmente decían. Si bien es cierto, en esta historia la presencia de un animal no es tan notoria, no obstante, en las divagaciones del sastre desfilan burras, perros, chanchos y demás animales que uno puede encontrar en los pueblos pequeños y alejados de Lima.
Pero en los tres cuentos siguientes aquel protagonismo animal vuelve a la carga. En “Un perro en la noche” un ladrón de gallinas, al ingresar desnudo a un corral para burlar la vigilancia canina, sufre la mutilación de sus verijas por un perro sabido que no se dejó asustar por su desnudez. El cuento, además de ser hilarante, tiene una flexibilidad real que quizá nos acerca un tanto a lo fantástico, pues el ladrón va a la búsqueda de sus verijas para que una vieja curandera se las pueda volver a poner con el apoyo de ciertas hierbas. El perro demuestra mayor inteligencia de lo que uno puede esperar de un animal y, al final de la historia, vuelve a burlarse del pobre hombre capado. En el siguiente cuento, “Jacinto y manfreda”, es más notorio el peso de los animales en el imaginario de Gálvez Ronceros. Jacinto, un hombre solitario, se enamora perdidamente de una burra llamada Manfreda. Así, la compra y la lleva a su casa, la pasea por su huerta y luego se encierra con ella en veladas interminables. Pero su caso no es excluyente: su vecino, Tomás Pacherres, al ver a la burra también queda enamorado, a tal punto que la rapta y huye con ella. A Jacinto no le queda más que salvar su honra, asesinar a su vecino y huir para siempre de la justicia. En un final abierto, un hombre llega a París y, en un cafetín, es acompañado por una mujer que la voz narradora describe de la siguiente manera: “El cuello es asombrosamente largo y grueso y está cubierto en su totalidad por un collar de muchas vueltas. Y bajo un gorro que impide verle el cráneo y las orejas, se advierte un rostro de grandes ojos laterales que a veces, bien mirado, produce la desconcertante impresión de ser el alargado rostro de una burra”.
En “La casa apartada”, el cuento que da título al libro, volvemos al estilo del monólogo. Así, la voz narradora lleva al lector ante una extraña posibilidad: qué pasaría si uno va a visitar a un amigo que lleva por nombre Juan y de pronto descubre que alguien lo llama “Juan, Juan, Juanjuán, Juan”, pero en su casa solo viven el amigo y su papá, quien se llama Gregorio, y ya frente a nosotros aquella exclamación continúa repitiéndose. Poco a poco descubrimos que quien llama de esa manera es el perro de la casa. Hay un juego con el sonido de las palabras, entre “Juan” y “guau”, como onomatopéyicamente podríamos reproducir el ladrido de un can. Y aunque parezca delirante, y haga pensar que quizá pueda romper lo verosímil, la construcción del relato, la geografía y la naturaleza de los personajes hace que aquello pueda ocurrir en una casa apartada de un pueblo al interior del Perú. Como en “¿Recuerdas?” y “Un perro en la noche”, nuevamente un perro tiene protagonismo relevante en la historia. Como habíamos señalado líneas arriba, su rol no es ordinario, sino que, respondiendo la idiosincrasia del lugar, los animales sufren una transformación que los humaniza y en muchas escenas desaparece esa distancia que hay entre seres humanos y animales, una distancia que los vuelve objetos o los subestima, muy afín a como son tenidos en cuenta en las ciudades. El último relato, “Madrugada triste”, es una excepción a esta poética, puesto que no aparecen animales y más bien estamos ante una historia policíaca que tampoco apela al humor. Así, guarda una identidad distinta a los otros cuentos, pues nos embarcamos hacia otra orilla: el homicidio de una familia entera y su fácil resolución para dar con el asesino. Otro elemento que difiere es que la voz narradora nos da lugares específicos, Oxapampa y Cerro de Pasco, por ejemplo. En cambio, en los otros relatos, al no revelarnos una ubicación exacta, el lector puede fantasear más y no saber en qué región del Perú ocurría ello, si en la costa, la sierra o la selva.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Una gran novela: "Las partículas elementales", de Michel Houellebecq

Como en Ampliación del campo de batalla, Houellebecq nos vuelve a presentar dos personajes antagonistas en entorno a quienes se irá deshilvanando la historia. Si aquella relación se dio entre el narrador sin nombre y Tysserand, ahora, en Las partículas elementales, aquello ocurre con Bruno y Michel. Ambos son hijos de Janine, una parisina que abrazó los postulados de la liberación sexual y de la vida sin frenesí que experimentó el mundo hacia finales de los cincuenta y los sesenta. Pese al parentesco consanguíneo ambos son muy diferentes: el primero, Bruno, es un profesor de literatura que está a la caza de los placeres sexuales, mientras que Michel, un descollante científico, se mantiene alejado de ello y constituye, en función a cómo termina el libro, un hombre que comienza a superarse, pues no depende tanto del sexo, del amor ni del miedo a la soledad. La novela es desgarradora, cruel y apasionante, y el lector contempla, atado de brazos, cómo los personajes desfilan por un infierno llamado sociedad, cómo se derrumban sus esperanzas y cómo es que su vida, por más que luchen contra ello, enfila hacia un sórdido fracaso que el más despiadado de los determinismos les tiene deparado.
Debo empezar resaltando lo que más llama la atención desde un inicio: el estilo ensayístico que la prosa adopta en muchos pasajes. Gracias a esto, uno tiene la sensación de que los personajes son depositados en un formicario, aquella jaula para hormigas que deja ver cómo estas excavan sus túneles bajo la tierra. Del mismo modo, los protagonistas tienen que recorrer, y sufrir, los vericuetos inherentes a la existencia humana. Además del estilo, la narración se mezcla con un vocabulario científico que complementa las escenas. Por ejemplo, cuando la voz narradora intenta explicar por qué Michel y Bruno tuvieron aquellas vidas se da un entrelazamiento con digresiones científicas sobre el adn, los átomos y hasta cómo es que crecen ciertos mamíferos sin el cuidado inicial de sus madres. Lo mismo ocurre al describir la maduración del cuerpo femenino: “A partir de los trece años, bajo la influencia de la progesterona y del estradiol que secretaban los ovarios, la muchacha empezó a acumular grasa en los senos y las nalgas. En el mejor de los casos, estos órganos adquieren un aspecto lleno, armonioso y redondeado; su contemplación despierta un violento deseo en el hombre”. Contrario a lo que podría pensarse, aquella construcción no se siente artificial a lo largo de la novela, ni mucho menos es una salida fácil que la vuelve enrevesada y compleja a la fuerza. Pocos libris han podido mezclar la prosa con datos científicos sin que esto se vuelva una impostura y termine aburriendo al lector.
Pero no daríamos en el meollo si no dijera que el contexto social es determinante. Así, es vital situarnos en una línea específica del tiempo. Y esta es los años setentas, la etapa posterior a las corrientes libertarias que recorrieron la tierra expresados en Mayo del 68 y en el movimiento Hippie, como sus puntos más álgidos. Este contexto es determinante para que la historia funcione, pues la liberación sexual es el gran tema que oprime a sus personajes. El mal, como una genealogía corrompida, viene de la madre, quien precisamente fuera una libertina, lo que marcaría para siempre a sus hijos. Como ambos venían de un hogar disfuncional, Bruno tuvo que crecer en un internando, donde era humillado terriblemente por sus contemporáneos —lo meaban en la cara, el metían un cepillo con restos fecales a la boca y hasta lo obligaban a practicarle felaciones a los más bravucones—. En un entorno así, Bruno no podría desarrollarse normalmente, por lo que, pese a no ser feo, no ser tonto y gozar de cierta posición económica, no era visto como un partido por las chicas. Entonces, su vida será una lucha por ser aceptado sexualmente por ellas. En la otra orilla está Michel (nótese que Houellebecq también se llama así), un hombre que no sabe amar, que no puede amar y que, pese a tener a la hermosa Annabelle a su lado, pues crecieron juntos, no puede consumar su amor. La escena en que la pierde para toda su juventud es majestuosamente cruel y tiene que darse en la raíz del mal: en un campamento hippie. Así, los hermanos y Annabelle viajan a aquel campamento para, supuestamente, pasar una increíble velada. ¿Pero qué sucede? De pronto aparece en escena David, el hijo de un líder hippie, atractivo y con ínfulas de grandeza, que quería ser un rock star. Pronto, Annabelle es seducida por él y pasan dos semanas enteras teniendo sexo en su tienda. Michel, sin nada más que hacer, abandona el campamento.
Pero la novela no solo se limita a narrar tales desencuentros. Al final adquiere tintes futuristas y hasta de ciencia ficción. Lo que trata de ser el texto, y lo logra con extrema maestría, es presentar una pesadilla real: cómo los seres humanos sucumben ante el deseo carnal y ante los sentimientos. Entonces Michel, quien había dedicado su vida a la investigación científica, antes de desaparecer de la tierra, deja un legado para la humanidad: la receta para crear unos clones que no tengan que sufrir por todo ello. Así, al final del libro, nos enteramos que la voz narradora es, en realidad, uno de esos clones que deja como testimonio la vida antes de la creación mejorada de los seres humanos. De ahí que esas digresiones científicas hayan sido necesarias para entender racionalmente por qué el hombre sufría en la tierra. Cuando todo termina, nos enteramos que los seres humanos clonados, despojados del deseo y de los sentimientos, constituyen una mejor especie: viven en armonía, son más sensatos, cuerdos, y han podido convivir pacíficamente con los animales y la naturaleza.

De esta manera, ambos hermanos constituyen dos ejemplares que demuestran por qué el mundo es malo y por qué hubo de encontrarse una solución a ello. Las mujeres que se relacionan con ellos, o que estuvieron cerca, también sufren espantosamente. Me parece que la novela, explora, con la agudeza de un escalpelo, la sociedad contemporánea: sus anhelos, sus aspiraciones, sus temores y pusilanimidad. La propuesta final de Houellebecq es que todas esas promesas de liberación y reivindicación, todas esas modas que se originaron en Estados Unidos, por ejemplo, y llegaron a Europa, en el fondo no eran más que falsas posturas que llevaron a la bancarrota existencial a masas enteras de generaciones. Las referencias a Aldus Huxley con Un mundo feliz, al Marqués de Sade y a la movida hippie tienen un peso gravitante. Los seres humanos, sin saberlo, son esclavos de los edictos de la sociedad, una sociedad, con la acentuación del capitalismo, dominada por el sexo, el consumo y una vacuidad de valores. El único lúcido, y que por ello sufre menos, es Michel, quien crea la receta de los clones para eliminar la humanidad de siempre y, con ello, legar mejores seres a la naturaleza.