Pese
a las varias reseñas y comentarios que se le han hecho al presente poemario, me
sorprende que no se mencione que Manuel Fernández, en este último libro en
particular, se apoya en la obra de Antonio Cisneros. Ni en la presentación en
la última feria internacional del libro, a la cual tuve el gusto de asistir,
hubo palabra alguna por parte de los presentadores al respecto. El autor de La marcha del polen bebe principalmente
de geniales poemarios como Comentarios
reales y Canto ceremonial contra un
oso hormiguero, en tanto la ironía recorre el libro con la ferocidad de una
espada entre rendidos. Esto último aparece tan solo al leer la introducción,
donde primero el autor confiesa que Procesos
autónomos es un intento por acercarse a la rigurosidad de la investigación
académica y en el párrafo siguiente manifiesta exactamente lo contrario: que más
bien busca alejarse de lo académico. Me parece, aunque suene contradictorio,
que el poemario intenta hacer las dos cosas a la vez: acercarse para burlarse
de, algo así como dominar aquello de lo que se hará mofa para realizarlo a
cabalidad.
El
libro está dividido en tres secciones, cada una de las cuales podría constituir
un apartado diferente. En la primera parte es donde más claro se hace ese
zigzagueo entre lo académico y la ironía. Así, el soporte o estructura de estos
primeros versos no es inocua, no es simplemente una plataforma que los
contiene. Tal sección se presenta como un examen y la voz poética se enfrenta a
tres rigurosas preguntas. Qué mayor ironía que responder con poesía, es decir,
con arte y subjetividad, aquello que debería ser sumamente objetivo, desprenderse
del canon y tener un estilo formal-investigativo. Lo que es más, la voz poética
pone en evidencia el fracaso de lo académico en las provincias de ultramar,
como una forma de recordar que la conquista no solo fue sobre los nuevos
territorios descubiertos, sino sobre todo una gesta cultural. Las interrogantes
señalan muy bien que nos encontramos ante un poemario con trazos históricos:
“1. ¿Qué se puede decir de la tarea de realizar una zonificación dialectal para
el español de América? (10 p)/ 2. ¿Cuál era la situación del pronombre “vos” en
la época de la conquista? (5 p)/ 3. ¿Cuáles son los alcances y limitaciones del
modelo clásico de koinización del español de América? (5 p)”. Es decir, como ya
se había visto en Comentarios reales
—donde el título tiene un sentido literal, con lo que Cisneros busca contar la
verdadera historia, la real, discrepando del discurso oficial—, Fernández, de
igual forma, con la respuesta a estas preguntas discrepa con lo académico y
pone de manifiesto que este todavía no ha podido interpretar lo que ocurrió
durante la conquista, por ejemplo. Así, en respuesta a la primera pregunta algunos
versos señalan: “Pero todavía hay esperanzas/ y cultivos de plátanos/ a cada
paso/ y entre la belleza de lodazales/ algunos se adormecen/ y pierden
facultades/ al tiempo que otros exigen/ el fortalecimiento de las
instituciones”. Es decir, aún no hay una unidad clara en los nuevos
territorios, una lengua consolidada que pueda, a través de ella, erigir una
nación. Una respuesta así en un examen, obviamente, hubiera sido dinamitar lo
académico. Lo mismo encontramos en la respuesta a la pregunta número dos: “Y
mientras se pinta las uñas de una mano/ ensaya/ una respuesta/ un corpus nuevo/
que explique/ todos estos cambios/ y regímenes preposicionales/ pero sobre esto
no hay ninguna explicación/ ni lingüística posible”. En este caso, solo la
sensibilidad del poeta, su acercamiento al mundo, su contemplación de este,
germen del quehacer creativo, puede dar una respuesta clara a ese fenómeno
lingüístico, lo que no puede ser explicado con teorías formales, como se lee al
final del verso citado. Por lo mismo, como no hay un país consolidado, el
comienzo de la respuesta a la tercera pregunta dice: “Todo lo anterior
evidencia un agotamiento comprensivo del modelo/ y demás limitaciones graves/
por tanto/ buscamos/ razones más simples y luminosas/ explicaciones que lo
expliquen todo/ desde la racionalidad misma/ de/ los mecanismos del despojo/ —y
la relación capital /salario/ es decir/ “(desde) la matriz colonial/ la
subalternización lingüística/ y epistémica del mundo”/ (Zavala 2007: 6)/ pero
que no explica nada…”. Nuevamente, al final de la cita, la voz poética denuncia
la incapacidad de lo académico. Por todo lo anterior, el poema final de la
primera parte, “Ciudad”, tiene una visión deslucida de la urbe limeña, donde se
menciona la fragmentación de la capital (el centro y los conos), los contrastes
entre ricos y pobres y la soledad que aqueja al poeta ante ello. Quizá todo eso
pueda resumirse en el siguiente verso: “¿Una identidad?/ una mujer alta que se
mira las piernas contra una pared descascarada/ pero rodeada de niños
miserables”. Así, la imagen apunta a un cartel de publicidad enorme,
seguramente puesto entre calles y avenidas principales, síntoma del auge
económico de los últimos años, pero que a la vez está rodeado de pobreza, representado
en “niños miserables”.
En
la segunda parte, “La construcción de un nuevo lugar de enunciación y sus
límites”, ahora esa ironía está dirigida contra las subjetividades. En poemas
como “Fuentes para el estudio de la lírica popular limeña”, “De Cajamarca al
sitio de Jr. Cusco”, “La batalla de Chupas” y “Cosas de indios / final”, por
mencionar algunos, la voz poética afila su espada contra las singularidades,
contra las poses. Así, algunos temas del cancionero criollo —lo cual es cierto,
pero evidentemente no lo es todo, pues es suficiente recordar valses de Manuel
Acosta Ojeda o del propio Felipe Pinglo— son cantos a los placeres mundanos
teñidos de segregación, ya que lo criollo, en los valses que cita Fernández, se
oponen a la sierra y a la selva, reforzando la separación irreconciliable en la
que se encuentra el Perú. Lo mismo ocurre con ciertos manifestantes que en las
movilizaciones se toman fotos protestando, lanzando piedras o cargado
pancartas, lo que, horas después, acabarían en celebraciones, motivo principal
de haber asistido a las marchas. Vemos entonces, lo que marca una diferencia
con el comienzo del poemario, que Fernández continúa instalándose en los
procesos sociales que componen la historia de nuestro país, pero ya no se
concentra en contar la verdadera historia, sino principalmente en desenmascarar
a los impostores.
Los
tres finales poemas, los que están dentro de la última sección llamada como el
libro, “Procesos autónomos”, son como un ascenso de los cambios sociales, su
caída, el acomodamiento de la izquierda al sistema y, por ende, su último fracaso
para entender al pueblo y hacer un gobierno verdaderamente social. El poema “El
discurso como interacción social” desarrolla —como una crónica— uno de los
acontecimientos más significativos en tanto modificó tangiblemente el orden de
la sociedad: la Reforma agraria. Y el siguiente poema aborda el cansancio de
las luchas y el posterior acomodamiento al sistema. Podemos leer: “Y
conseguimos financiamiento/ estrechamos lazos/ con la cooperación
internacional/ y nos enamoramos del vino blanco/ los hoteles caros/ sus
mujeres/ acariciamos en la cama la fama que no nos dio nunca la/ lucha armada/
después de las bombas vinieron los técnicos/ y su explicación fue de lejos la
más sencilla (…)/ y ya no hubo necesidad/ de recomponer el discurso”. La
consecuencia lógica es que la izquierda, en tanto perteneciente a la sociedad
que se ha acomodad al sistema, fracase cuando llegue el poder, lo que se
ejemplifica muy bien en el último poema, “Del triángulo sin base a la desaparición
del vértice”. Nuevamente, con el estilo de una crónica, se cuenta el desalojo
de la parada, otro intento fallido por mejorar Lima y la sociedad peruana en
general.
Por
lo señalado, se puede afirmar que Fernández, como en Octubre y en La marcha del
polén, desarrolla el espacio contemporáneo con la ironía que muy desarrolló
Antonio Cisneros, por citar a uno de los autores más celebrados en aquel
estilo. Obviamente, su trabajo toma como fuente el acontecer nacional y el
empaparse de ello lo hace escribir poesía. Lo suyo no está en los besos
perdidos, en las golondrinas que se van, sino en los devenires sociales que
modifican la ciudad, sus calles mismas, así como el inexorable destino de sus
habitants.
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