domingo, 14 de agosto de 2016

"La fauna de la noche" de Sandro Bossio

Antes de leer La fauna de la noche del escritor huancaíno Sandro Bossio, había leído Buen salvaje, una recopilación de artículos periodísticos que apareció en el diario Correo de Huancayo. Aunque discrepé con algunos de ellos, en especial el que se llamaba “Siete errores en los Siete ensayos”, tras la lectura me quedó la certidumbre de que estaba ante un escritor con un amplio bagaje cultural y artístico, que no se limitaba a leer solo literatura, sino que sabía que el oficio de narrador requiere acercarse a otras disciplinas, como lo son la historia, la filosofía, la antropología; además de estar ante un creador con dominio de sus recursos literarios. Todo ello se confirmó cuando devoré en un par de horas el libro de cuentos Kassandra. Al terminar la lectura, una tarde en mi habitación, quedé repesando los pasajes y cuentos que más me gustaron y, finalmente, cerré el libro. Me dije “Un auténtico heredero de Gabriel García Márquez”. Finalmente, en el Centro de Lima compré la novela que hoy comento.
Desde sus primeras páginas la narración me atrapó, pues empieza con mucha desenvoltura en la España del siglo xvi y luego se abre paso hacia la Lima contemporánea. La historia cuenta la vida del aspirante a médico Eduardo y de Gustavo, hábil y talentoso periodista. Ambos, en complicidad, resuelven el extraño caso que se les presenta: la muerta del decano de la facultad de medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, situación aún más rara cuando el cuerpo, al ser encontrado, tenía una capucha negra en la cabeza y había sufrido la ablución de lengua y vaciado de ojos.
Debo decir que, más allá de cómo el texto se fue abriendo paso hacia la captura del personaje, hacia la develación de todos los cabos sueltos y misterios que se enredaban en la escena del crimen, en realidad, lo que me atrajo de la novela fue la exploración que la pluma hacía de los personajes principales. Por ejemplo, Eduardo durante el día asistía a clases, estudiaba y volvía a la casa de su abuelo, donde vivía. Pero de noche tenía que mudar de oficio y atender otros asuntos: se dedicaba a la prostitución y tenía que acostarse con mujeres mayores y desahuciadas, y con reprimidos y ungidos homosexuales que ocultaban su verdadera identidad. De esta manera conoció a Gustavo: antes que ser su amigo íntimo, muy íntimo, primero fue su cliente. Así, Bossio logra explotar en el personaje y nos lo presenta —con acertados flashbacks que revolotean en su pasado, desde sus inicios en Cajamarca, su oposición al destino que sus padres le tenían reservado, su viaje a Lima y sus pinitos como prostituto— en toda su dimensión, lo que ya nos vislumbra el futuro que iría a tener. Del mismo modo escarba en Gustavo y en Valeria, Sonia y Rolando, personajes más. Esto es muy acertado, pues todos ellos, atrapados en una claustrofóbica y caótica Lima, ganan profundidad y develan el misterio de los seres humanos, mérito que solo en la buena literatura podemos encontrar. Por otro lado, la estructura de la novela es muy afín a la de La ciudad y los perros, ya que hay una acción fija y determinada en un espacio y tiempo que sigue hacia adelante, pero alrededor de ella, como los electrones de un átomo, giran las historias y los cambios de focalización que han de enriquecerla. Si en la obra de Mario Vargas Llosa se busca al asesino del Esclavo, acá, también, se busca al asesino del decano. Mientras aquella acción transcurre emergen, gracias a técnicas literarias como los vasos comunicantes y la caja china, el pasado de los personajes, sus propias voces y diversos hechos que los marcaron para siempre; aquello nos explica su modo de actuar en el presente, donde transcurre la línea de acción.
Así, Sandro Bossio está en deuda con Vargas Llosa. No solo se apoyó en la novela mencionada para escribir su propio trabajo, sino que se valió, también, de las técnicas narrativas: los vasos comunicantes y la caja china. Y la mira telescópica o salto cualitativo. Las dos primeras técnicas o artefactos literarios quizá no estén muy logrados, pues el contexto narrativo no fue muy prolífico. Solo una vez aparecen los vasos comunicantes, cuando Eduardo contesta su teléfono en una clase y la voz del profesor se intercala con su conversación. Y la caja china se da cuando, de repente y por única vez en la novela, un personaje habla en primera persona, Pico. Como ya señalaba, estas apariciones son breves y no enriquecen tanto la historia, como sí lo hacen los flashbacks o saltos al pasado. No obstante, donde está el principal aporte de Bossio es en la mira telescópica o salto cualitativo. Si Vargas Llosa la aprendió de Faulkner y la amplificó, Bossio le dio un giro novedoso que evita el aburrimiento del lector al pasar inevitablemente por momentos muertos. Nuestro Nobel, a lo largo de su obra, la ha usado en la conversación de personajes, diálogos, donde entonces aparece un zigzagueo entre dos escenarios, un segundo provocado por la conversación, donde la voz narrativa y la descripción aparecen en tercera persona. En Bossio los diálogos saltan y cambian, sin advertirlo, de personajes, avanzan en una línea de tiempo que compromete a otros. Así, cuando Gustavo investiga casos de personas que perdieron las córneas, les extirparon un riñón o las células de la médula, aquellos diálogos avanzan y las víctimas, en apariencia, se ubican en un solo escenario. Pero no es así y es como si el autor quisiera ahorrarnos la entrada y salida de ellos y pasáramos directamente a los diálogos, meollo del asunto.

De esta manera, el gran aporte de Bossio está en ello, en cómo le dio un giro o vuelco a la técnica de la mira telescópica o salto cualitativo. Solo me queda decir que los protagonistas de la historia, al fin de esta, no ascienden en el mundo, sino que encuentran la libertad en su rebeldía, sin importar que esta no les depare un futuro mejor. 

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