Rocío Uchofen acaba de publicar el cuentario La irrealidad y sus escombros (2021) con el sello editorial Maquinaciones, su sexto libro entre poesía y narrativa. Es decir, estamos ante una escritora que ya tiene miles de palabas sumadas, unas tras otras, en el oficio y a lo largo de los años, por lo que este solo hecho amerita prestarle atención a su trabajo. Esto sin mencionar los premios y menciones honrosas que ha conseguido en diversos certámenes literarios, además de las antologías en Lima y en New York (ciudad donde radica actualmente) en las que han aparecido otros cuentos y poemas suyos.
La literatura producida por mujeres en Sudamérica probablemente tenga su mayor parangón en Clarice Lispector, aquella escritora brasilera de origen ucraniano que produjo grandes obras como Lazos de familia, La pasión según G. H., La hora de la estrella. Es precisamente con el primer libro mencionado donde podemos encontrar ciertas coincidencias en cuanto a temática. Así, los catorce cuentos que componen el libro tienen como materia de análisis la descomposición del hogar y de la familia, de modo que desfilan personajes desposeídos no de bienes materiales, sino de afecto y empatía. Apuntemos, también, que en el Perú todavía no existe la figura institucionalizada de una narradora, a diferencia de la poesía, donde nombres como el de Blanca Varela, Magda Portal y Yolanda Westphalen brillan por propios méritos. No obstante, en las últimas décadas la narrativa escrita por mujeres ha aumentado considerablemente, con antologías en importantes editoriales y en el circuito contracorriente de la literatura peruana, lo cual celebramos desde esta humilde tribuna. Creemos, de esta forma, que en los próximos años aparecerá una narradora, o narradoras, que finalmente se consagren y se sumen a las figuras todavía solitarias de Laura Riesco o Pilar Dughi, por ejemplo, de modo que esa clasificación artificial de literatura escrita por mujeres y literatura escrita por hombres sea superada y podamos hablar, simplemente, de literatura peruana.
La irrealidad y sus escombros se inicia con una cita al prolífico Guy de Maupassant. Reparar en este hecho nos va arrojando primeras luces sobre la obra de Uchofen, pues el escritor francés no está allí solo porque es uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos. Su presencia apunta hacia la temática. Como ya anunciamos líneas arriba, por las páginas de este cuentario emergen desencuentros, sinsabores, escenas de hogares fragmentados y de personajes solitarios que ansían otra suerte, otra realidad. De esta manera, podemos afirmar que, como Maupassant y también Antón Chéjov (otro referente imprescindible del relato corto), los personajes de Uchofen no son condeses, reyes, presidentes, grandes artistas o seres aureolados por el poder u otro elemento que los vuelva importantes. Más bien, conocemos los sueños y anhelos de niños convalecientes, oficinistas aburridos, hombres y mujeres de diversos oficios que —rasgo que los une como hilo conductor— no se sienten plenos con el destino que les tocó vivir. Sintomático es que en cuatro cuentos (“Las intrusas”, “Bajo la luna”, “El beso en Poblenou” y “Encuentro en Times Square”) los lectores nos enfrentemos a presencias que se desvanecen repentinamente, dejando, de nuevo, en la orfandad a los personajes que se relacionaron con ellas.
“Diana cazadora” es uno de los primeros relatos con que se inicia el relato y en él se manifiesta claramente aquella temática del aburrimiento y la desazón, de tal forma que esto parece ser la respuesta a por qué una mujer soltera, joven y bonita, accede a ser la amante de un hombre casado y de edad madura. Y pese a que el personaje protagonista ha aceptado, consciente de lo emocionante que puede resultar vivir tal aventura, continúa sintiéndose en soledad y aburrimiento. El cuento acumula varias líneas donde aquella vaga sola por las calles y monumentos de Ciudad de México, con monólogos donde reniega su poca fortuna en la vida. Citemos: “Tiempo después, me di con que era una solitaria, una mujer en espera en una ciudad inmensa que me absorbía” (pág. 31). El desenlace de la historia, sorpresivo, pero afín a tales circunstancias, parece confirmar su monotonía. Entonces, esta dama termina aferrándose no tanto al hombre, sino a lo que él tiene y cree que puede compartir con ella: una familia. Lo mismo aparece también en el siguiente cuento, “El reflejo”, que desarrolla lo distópico o lo futurista. En una país y tiempo desconocidos es posible revivir, o prolongar, la existencia de los seres queridos, de modo que estos permanezcan indefinidamente entre nosotros. Lo que se busca, y el relato experimenta muy bien con aquella posibilidad, es mantener unidas la familia, de modo que estas no se desintegren con la natural desaparición de los suyos. Citemos: “Si esto falla, me responde, tendremos que vivir en la soledad de nuestros cuerpos, como cualquier hijo de vecino lo hace al morírsele el ser más querido de la tierra” (pág. 37). Es también interesante la técnica con la que está construida esta historia: a base de datos escondidos o silencios. El narrador no explica el funcionamiento de aquel dispositivo, simplemente continúa como si el lector ya lo supiera. El efecto causado es de intriga y suspenso, lo que acelera la lectura para enterarnos qué está ocurriendo.
“El peso de la capa” es otro cuento que apunta hacia aquella imposibilidad de construir un hogar. Esta vez, estamos ante el amor de dos mujeres. La historia no se centra tanto en lo peculiar o diferente que pueda tener una relación lésbica, sino en el peso del pasado de una de las protagonistas (de ahí que el cuento apele a “peso” y “capa”, como una carga que se arrastra). Es decir, justo cuando no hay ningún impedimento que permita formar un hogar, aquella posibilidad se destruye. El cuento acusa marcados rasgos sicológicos, además, lo que se adhiere al efecto o desenlace último. En “Soy la morsa” y “Bajo la luna” (donde, además, hay una escena de hechicería con rezos, cánticos y animales) el protagonista de la historia es la enfermedad que aqueja a sus personajes principales, niños que ven interrumpidos sus dóciles días de aquella primera juventud. Ambos cuentos tienen saltos en el tiempo, temporalidades borrosas, imágenes disímiles como apariciones producto de aquellos males. Y estos son los que abren grietas en la familia y modifican, para siempre, la forma de relacionarse de los niños con la realidad, de modo que no vuelven a ser los mismos en el colegio y comienzan a crecer una pasión-consuelo por la música, es decir, por el arte.
“Un beso en Poblenou” y “Encuentro en Times Square” son los cuentos en los que el tema de la soledad y el hastío por la vida aparecen con más notoriedad. En ambos, unas mujeres jóvenes y que pueden valerse por sí mismas, es decir, con trabajos y cómodas posiciones económicas, se citan con unos hombres, pero estas citas no llegan a concretarse de una manera plena. Y esto sucede no por falta de empatía, sino por el repentino desvanecimiento de sus presencias, especialmente en el primero. En el segundo, relato que cierra el libro, desde la primera línea sabemos que Jaime está muerto y, no obstante, la protagonista de la historia decide partir con él, precisamente hacia un lugar más allá de la vida donde ya no sienta aquel hastío por su suerte ni por la soledad. Sintomático es que ambos relatos tengan escenarios de viajes, pues ambos transcurren entre Europa y Estados Unidos.
Finalmente, no puedo terminar esta reseña sin comentar “Noches de hormiga”, pues aquí estamos ante un diferente tratamiento de la técnica narrativa de los vasos comunicantes. En esta, dos escenarios diferentes se juntan o son puestos en uno solo, de tal forma que de su unión surge un tercero. Escritores de la talla de Gustave Flaubert en Madame Bovary y William Faulkner en Las palmeras salvajes, por mencionar, tal vez, los casos más emblemáticos, la han empleado en sus trabajos. En el caso de Uchofen, y en el cuento en mención, el cuartel militar y el ejército de hormigas devorando a un insecto no se entrecruzan, sino que habitan un mismo escenario, como si la realidad pudiera devenir de humano a insecto y viceversa. Este modo de emplear los vasos comunicantes ya había sido llevado a cabo por Manuel Scorza en su último libro antes de su trágica, y repentina, desaparición, La danza inmóvil, solo que, por tratarse de una novela, con mayor espacio y desarrollo. Uchofen lo lleva al relato corto, por lo que su efecto es diferente: más intenso y sorpresivo.
En síntesis, La irrealidad y sus escombros desarrolla el tema de la soledad y el hastío por la vida en personajes oficinistas, pequeños burgueses o clasemedieros. Incluso, el cuento que se desarrolla en medio de la pandemia del covid-19, “Esos días perdidos” (y escrito en segunda persona), tiene como protagonista a una mujer solitaria que vive en New York, cuyo único vínculo con sus seres queridos, en medio de la desesperación por el virus, es la comunicación telefónica hasta Perú. Los cuentos, por otro lado, no ofrecen una descripción de los escenarios o límites geográficos, de modo que solo sabemos que estamos en Ciudad de México o Nueva York por la mención al lugar. En tal sentido, podemos cambiar el nombre de la ciudad a otra como Lima, por ejemplo, y el resultado del cuento no se habrá alterado. Más que una debilidad, creemos que esto responde al oxímoron del título, donde lo real ha trocado por lo irreal, por ende, la geografía no importa tanto como la temática y el particular tratamiento que Uchofen le da en sus cuentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario