Michel, un burócrata
del Ministerio de Cultura, un día recibe la noticia de que su padre ha muerto.
Aquello no lo inmuta en lo más mínimo, ni si quiera cuando la policía,
avanzando en las investigaciones, le comunica que en realidad ha sido
asesinado. Asiste a la reconstrucción de los hechos solamente porque es imperativo
y porque tiene que empezar a ordenar los papeles de la herencia. A diferencia
de Michel, su padre se aferraba a la vida: iba al gimnasio, tenía amigos, viajaba
seguido y, a cambio de dinero, recibía favores sexuales de su empleada
doméstica. En cambio, su hijo vive como si vegetara, como un proyectil movido
por un impulso que se acabará cuando, finalmente, le llegue la muerte.
Esta cuarta novela
de Michel Houellebecq (la tercera es Lanzarote,
cuya versión definitiva es precisamente Plataforma)
está narrada en primera persona con una frialdad y distancia de los hechos que
permite al lector apreciar, sin el empañamiento de los sentimientos, la
conducta de los seres humanos. Nuevamente, el escritor francés demuestra que es
discípulo del gran filósofo alemán Arthur Schopenhauer, lector de libros como El mundo como voluntad y representación
y Aforismos sobre la sabiduría de la vida.
Y es que su personaje principal (quien curiosamente se llama como él) no intenta
sumergirse en los placeres de la vida, aunque tampoco ha renunciado a ellos.
Simplemente sabe, como profesa Schopenhauer en especial en el segundo título,
que el mundo no tiene nada que ofrecerle: las amistades, los pasatiempos, los vicios
y las mujeres no significan nada porque nada son. De allí que transcurra su
vida con la calma de un lago y espere la muerte aun cuando esté joven (acaba de
cumplir cuarenta años).
Pero sucede que
con el asesinato de su padre se vuelve millonario. Tras heredar lo que tenía en
el banco y tras vender su casa, se da con un enorme excedente. Entonces,
siempre sin esperar nada de la vida, decide darse un viaje. Contrata los
servicios turísticos de una reconocida empresa francesa, pide vacaciones en el
ministerio y, buen día, se ve volando todo Europa rumbo a Tailandia, uno de los
principales destinos turísticos sexuales. Aquel escenario le sirve a Houellebecq
para poner en práctica las ideas de Schopenhauer en un territorio que, por su
identidad, le pertenece en exclusiva al hombre del siglo xx y xxi. Por ejemplo,
una de las principales lecciones de Aforismos
sobre la sabiduría de la vida es que el hombre con riqueza espiritual no
necesita proyectar su voluntad sobre el mundo, evidentemente en contraposición
a lo que la mayoría de personas realizan. Esto último engendra arrogancia,
ánimo competitivo y pone de evidencia la futilidad de la vida. En cambio, el
hombre con riqueza espiritual no tiene aquella necesidad, por lo que volcaría
su energía sobre sí mismo. Gracias a la soledad advierte que el contacto
directo con su persona no lo aburre, sino todo lo contrario, a diferencia de
las mayorías, las que, al no aguantarse a ellas mismas, buscan lo que no tienen
en los demás. Michel no es un personaje perfecto, porque su prosa rezuma cierto
desapego por la vida y, por momentos, deja entrever un aburrimiento en su
propia soledad. No obstante, es una superación respecto al narrador sin nombre
de Ampliación del campo de batalla y
de Bruno (dominado por las ilusiones del mundo) en Las partículas elementales. Así, Plataforma parece sugerir que, el aburrimiento y vacuidad de las
personas, más precisamente, del hombre del siglo xx y xxi, ha generado que el
sector turístico —como decía, un rubro inherente a nuestros tiempos y
modernidad— sea una industria en auge que va conquistando nuevos territorios. Aquello
es plausible si tenemos en cuenta que el turismo a escala planetaria demuestra
que uno ostenta dinero, que viaja para divertirse y escapar de la rutina, que
no es otra cosa que tratar de escapar de sí mismo.
Pues bien, Michel
en aquel viaje conoce a Valèrie, una parisina que trabajaba para la empresa de
turismo con la que él se daba aquel paseo. Su presencia en Tailandia se
justifica en tanto ella quiere mejorar el servicio que brindan, por lo que
decide viajar y comprobar en persona qué tan buenos son. Como la propia voz del
protagonista dice, Michele pensó que no volvería a tener sexo en su vida hasta
que la conoció. Y es que, a diferencia de las mayorías, ella es capaz de sentir
placer dando placer. Los hombres y mujeres, cada vez más confundidos en su yo,
solo se preocupan por el goce sin importar que en aquel ejercicio su
contraparte, su pareja, también pueda sentirlo. Pronto, Valèrie y Michele
deciden vivir juntos, pues se dan cuenta que son el uno para el otro. Este
hecho, el que un personaje de Houellebecq escape del marasmo de la existencia
gracias al amor, marca un contrapunto con sus anteriores novelas, pues en ellas
todo era un espejismo, una ilusión que hacía sufrir, tanto por no buscarlo como
por renunciar a él, a sus personajes.
En este punto vale
preguntarnos ¿por qué Tailandia es un éxito como turismo sexual? Porque las
tailandesas, como sugiera la voz narradora, saben dar placer sin el egoísmo de
por medio que los occidentales tienen; lo que significa que las prostitutas
ejercen su oficio entregándose sin tapujos, es decir, disfrutándolo al máximo.
Para ellas, su felicidad radica en dar placer a los hombres y, al casarse, en
ser una mujer hogareña. De ahí que, concluye Michel, haya tantos casos de
europeos y norteamericanos que se casan con prostitutas tailandesas, pues son
todo lo que ellos quieren: mujeres que los atiendan diligentemente cuando
regresen del trabajo; es decir, una respuesta sencilla para la vida sencilla
que llevan, lejos de reacciones oscas como el feminismo y las extravagancias
sexuales. Y gracias a las ideas frías y distantes que tiene Michele sobre el
ser humano contemporáneo, es decir, gracias a la dolorosa lucidez que tiene
sobre sus coetáneos, le sugiere a Valèrie, como la mejor forma de repotenciar
la industria del turismo, que los viajes de los clientes tengan en exclusivo un
carácter sexual. Como era de esperarse, el éxito no tuvo parangones y la empresa
se fue hacia arriba. Todo iba bien, todos eran felices, Michel y Valèrie, sus
socios y en especial los clientes. Hasta que unos terroristas musulmanes, lo
que representaría la intolerancia y el fanatismo, atacan las instalaciones
turísticas en Tailandia y todo vuelve a fojas cero.
Personalmente, me
resultó escalofriante comprobar que Houellebecq con esta novela publicada en
2001 (el mismo año del Once de Setiembre, por ejemplo) vaticinaba ya todos los
actos terroristas que, lamentablemente, cada cierto tiempo ocurren en Europa. Lo
que es más, el día que salió a la luz su último trabajo, Sumisión, se dio el atentado contra la revista Charlie en Francia. De esta manera, Michel Houllebecq se perfila
como el oráculo y cronista de nuestra época. Como sus personajes, su poder de
observación radica en la distancia que mantiene con su sociedad y con el mundo
contemporáneo en general. Aquello significa que la entiende y que puede
construir, en consecuencia, espejos donde sus lectores se reconozcan.
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