La primera vez que vi Robocop fue gracias a la televisión local de Lima. Por aquel
entonces era un niño y mis únicos recuerdos, además del pésimo doblaje al
español y de las largas pautas de comerciales, eran las escenas de acción. Pasó
el tiempo y nunca le di una segunda oportunidad a la película, hasta que un
día, presa de un insomnio de verano, decidí verla de principio a fin, en su
idioma y sintiéndome un espectador con un bagaje respetable. Mientras me
preparaba para verla, y seguramente a la luz de mi primer recuerdo, pensé que sería
una americanada más, una producción destinada a acumular taquillas a punta de
escenas explícitas de sexo y de violencia sin una historia concisa. Pero
conforme se desarrollaba el carrete de la película o, mejor dicho, conforme la
barra espaciadora de mi reproductor avanzaba, me di cuenta, con grato asombro, que
era todo lo contrario.
Y es que el film aborda problemas actuales de
sociedades mundiales: corrupción en altos funcionarios y privatización de los
servicios públicos con brotes violentos de delincuencia. En esta ciudad
ficticia del futuro donde Robocop patrulla, la policía no le pertenece más al
Estado, pues ha sido privatizada y su funcionamiento depende de la OCP, corporación
que planea reconstruir la ciudad, dado que la vieja urbe ha sido tomada por la
delincuencia y la policía no puede garantizar la seguridad pública. El número
dos de la OCP, Dick Jones, interpretado por un lúcido Ronny Cox, planea vender
armamento bélico «inteligente» al área de seguridad pública de la nueva ciudad.
En una reunión de altos funcionarios, su producto, un enorme robot equipado de
ametralladoras y lanzacohetes, acaba con la vida de un directivo con lo que su
proyecto queda trunco. Entonces aparece en escena Bob Morton (Miguel Ferrer),
el creador de Robocop. Su plan era apropiarse de la inteligencia humana de un
policía caído en servicio. Esto ocurre cuando el nuevo e idealista oficial Alex
Murphy (Peter Weller) es abatido por una pandilla de asaltabancos lideraba por
Clarence Boddicker (Kurtwood Smith), quien trabaja en secreto para Dick Jones. La
fama como eficaz policía de Robocop logra que su creador sea ascendido
rápidamente, pisándole los talones a Dick en la gerencia. Pero en este punto
comienzan los problemas. La consciencia de Robocop despierta al atrapar a un
miembro de la banda de asaltabancos que lo asesinó. El sujeto lo reconoce y le
espeta que ellos ya lo habían eliminado. A esto se suma que su primera
compañera de trabajo, la oficial Anne Lewis, lo reconoce y lo llama por su
nombre: Murphy. Entonces, asaltado por ataques de pánico y de pesadillas,
Robocop accede a una base de datos, investiga el pasado delictivo de sus
victimarios y da con que el oficial Alex Murphy es ya un occiso. De esta manera,
la película explora el conflicto de identidad que podría tener un ciborg —concepto
inventado por el maestro del terror: Edgar Allan Poe—, un ser máquina-humano
creado o complementado por piezas robóticas no solo físicamente, sino también psicológicamente.
Mientras tanto, Dick Jones, por intermedio de Clarence,
asesina a Bob, con lo cual busca borrar del mapa a Robocop para así vender su
armamento, sin importar que aquel sea eficiente. Más adelante, Murphy pasaría a
la clandestinidad al intentar detener a Dick Jones: había recolectado la
información necesaria para involucrarlo con las fechorías de Clarence. Así, el
ciborg tiene decisión propia, libre albedrío que emana de su conciencia humana,
de padre diligente y esposo abnegado, hombre idealista que, en oposición a la
sociedad que debía cuidar, no se deja llevar por los aspectos materiales de la
vida. El único bueno es él, dado que su creador no buscaba el bien, sino
simplemente vender su proyecto a la nueva ciudad que se iría a erigir: también
formaba parte del directorio que adrede había debilitado a la policía,
provocando su entrada a la huelga. Buscaban reemplazar a los oficiales con
robots o cyborgs que no necesitaran sueldos ni fueran vulnerables y pudieran
aplastar, sin más, a los delincuentes. En otras palabras, el sueño de toda
empresa o negocio.
El gran logro de los guionistas y del director holandés
Paul Verhoeven, es que humanizan al personaje sin despojarlo de esa nueva
identidad ganada al ser máquina. Es decir, creación auténtica, pues Robocop o
Murphy tiene tanto de máquina como de ser humano: responde a órdenes
específicas y no siente dolor físico, pero sueña, cuestiona y tiene un sentido
del deber hacia la bondad, rezago de su conciencia humana que le produce, en
ciertas ocasiones, un agudo dolor sentimental. Me queda en la mente aquella
frase estremecedora dicha por él sobre su familia, cuando pasara a la
clandestinidad y se escondiera de los hombres de Jones en una vieja fábrica: «I
can feel them, but I cannot remember them».
El éxito de esta película, es decir, el impacto que
tuvo en los espectadores, quedó demostrado con las sucesivas secuelas que de
ella se hicieron: Robocop 2 y Robocop 3 y una serie que pasó sin pena
ni gloria por la televisión. De más está decir que estas entregas son un fiasco
que no le hacen justicia a la primera, pues en ellas se explota únicamente la
acción con efectos especiales, dejando de lado lo más importante: la crítica
social y los conflictos que el ciborg pueda tener; así, todo se resume a buenos
contra malos, sin matices. Otra prueba fehaciente de éxito es el remake que en
el 2014 se hizo, con actores consagrados como Michale Keaton, Gary Oldman y Samuel Jackson.
La película no es un rotundo fracaso, como la mayoría de remakes en Hollywood
(quizá el único caso que supera al original sea Cape fear de Martin Scorsese y Robert De Niro); no obstante, por
ser un remake el tema pierde frescura y en su lucha por desarrollar más espacios
que el original se diluye su esencia. Prueba de esto es que Robocop del 2014 aborda el tema familiar
antes solo esbozado. Esto último sugería una profundidad que abría
interrogantes y posibilidades distintas en la mente del espectador: ¿cómo sería
la vida de un ciborg en el hogar? ¿cuál sería la reacción de su esposa y de su
hijo? ¿tendrían las mismas metas que antes? Todas estas interrogantes que, como
anoto, quedaban flotando en la interrogante del espectador, son respondidas en este
remake de una manera, en mi opinión, poco convincente y esteriotipada. Además,
la actuación de Welles y la dirección de Verhoeven son infinitamente superiores,
lo que catapultaría a ambos a la fama.
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