Iba
rumbo al Guitar Center cuando de pronto, cruzando un puente que llevaba a otro vecindario,
entre unos edificios mohosos y letreros parpadeantes, apareció una ciudad en
miniatura, igual que el conocido artefacto de la caja china. El bus siguió su
marcha, acercándose, y entonces distinguí que era el diseño de un cine antiguo,
con una arquitectura que simulaba otra ciudad, como si el arte transportara a
un lugar completamente diferente. De inmediato recordé que se estaba estrenando
Joker (2019), así que sin pensarlo
dos veces, dejándome llevar por un impulso, halé el cordón del bus y en el
siguiente paradero eché a andar.
Pittsburgh
está interconectado por puentes y puentes, pues brazos de mar cortan la ciudad igual
que tijeras a una hoja de papel. El clima a comienzos de octubre es el mejor
para caminar: todo lo necesario es una casaca ligera y no esos pesados abrigos
que se usan durante los meses de diciembre y enero. Y a diferencia de Lima, esta
ciudad en Pensilvania ha sabido mantener sus viejas construcciones y
combinarlas con cierto toque de modernidad (en especial en las periferias, con
los grandes supermercados), de modo que Pittsburgh mantiene sus cines antiguos
en funcionamiento y no han sido degradados, como en nuestra capital, a la
calidad de iglesias evangélicas o sórdidas discotecas.
Ah,
qué placer el penetrar un cine vacío, sin colas en la boletería y sin nadie en
los pasillos, continuar por las escaleras con el ánimo intacto, sin la
sensación de que algún imbécil podrá arruinarte la película, feliz de poder buscar,
las veces que quise, el lugar indicado y ahí quedarme. Los asientos vacíos
hacían imaginar que uno llegaba tarde a una cita y que esa tardanza liberaba de
una responsabilidad jamás buscada. Eran las tres de la tarde cuando la
publicidad y el adelanto de otras películas cesaron y entonces comenzó Joker.
El
personaje es ultra conocido y no necesita mayor presentación. Digamos,
simplemente, que estamos asistiendo a uno de los tantos orígenes que el Joker
ha tenido. Esta vez se lo presenta como alguien gris, pálido, miserable, sin
los delirios de grandeza y paradigmas filosóficos que en otras películas ha
tenido —como por ejemplo en la muy recordada The Dark Knight con Heath Ledger interpretando al Joker—, un pobre
diablo con problemas mentales que cuida a una madre enferma y que se gana la
vida como mal comediante. Es tan malo que trabaja en las calles para una
agencia que, a su vez, contrata a otros payasos o jokers. Los problemas, como no se podía esperar más, comienzan
cuando pierde su trabajo, lo que es el acta de nacimiento del villano. A su
vez, sus crisis psiquiátricas se salen de control al cerrarse la oficina de
apoyo social —donde su psiquiatra le daba altas dosis de calmantes— y entonces el
Joker comienza a violar la ley. Pero en autodefensa al comienzo, pues los
ataques que recibió, y que luego devolvió, fueron por su estatus de payaso y su
condición de débil.
La
película goza de un gran elenco. En primer lugar, el protagonista, encarnado
por un veterano Joaquín Phoenix, un actor en su rol de apoyo como Robert de
Niro y también Shea Whigham. No obstante, su punto de débil, muy débil diría,
son las evidentes referencias a Taxi
Driver (1976) y The King of Comedy
(1982) sobre todo a la segunda película. Evidentemente, un guionista y director
han de tener, como todo artista, sus influencies, sus creadores que a él, o
ella, lo movieron a ser un creador también. El problema surge cuando, en vez de
que sea una inspiración, las influencias de Martin Scorsese y Paul Zimmerman se
vuelven repeticiones sin mayores aportes o cambios que nos hagan pensar que se
procesó lo aprendido por aquellos maestros y no simplemente se reprodujo
técnicas y lenguaje cinematográfico. Lo que, lamentablemente, sucede con Joker.
De
Taxi Driver han tomado ese New York
caótico y violento, donde usar armas y asesinar personas se mezcla con lo
cotidiano de viajar en el subway,
cenar en un restaurante o andar por las calles. Es imposible no encontrar referencia
en la escena donde Joker juega con una pistola y apunta a las paredes, al
suelo, al techo y, a la vez, está con el dorso desnudo, justo como en Taxi Driver, en la ultra famosa escena
en que Travis Bickle prueba sus pistolas ante el espejo e improvisa “Are you
talking to me?” Podemos decir que tales elementos sí han sido procesados y se
creó algo original. En cambio, en lo que respecta a The King of Comedy, no. Aquí la copia es evidente: al igual que
Rupert Pupkin con Jerry Langford, Arthur Fleck (Joker) admira a Murray Frankin
(Robert De Niro); al igual que Pupkin, Arthur es un donnadie que sueña con aparecer
en el programa de Frankin; al igual que Pupkin, Fleck tiene una novia negra y
una madre enferma; al igual que Pupkin, Arthur hace sufre el rechazo de su héroe…
y así podríamos seguir enumerando las repeticiones que aparecen en Joker. Incluso, lo que constituye ese
grave punto débil líneas arriba señalado, los recursos cinematográficos son los
mismos: se presenta al espectador la fantasía del personaje como si estuviera
en el marco de la realidad. E igual que en The
King of Comedy el aspirante a comediante en Joker consigue sus quince minutos de fama al presentarse en el
programa estelar de su ídolo. Y así, todos los patrones de aspirante-ídolo o de
alumno-maestro se repiten de manera no análoga, sino igual, lo mismo con el
lenguaje cinematográfico: las fantasías que tiene Arthur en su casa con conocer
a Murray —los diálogos que memoriza y las impresiones que cree causar en la
audiencia—, se reproducen con los mismos recursos cinematográficos que Scorsese
usó para Rupert Pupkins.
Pese
a esta gran debilidad —si se me permite el uso del oxímoron—, la película logra
sostenerse por la extraordinaria actuación de Joaquín Phoenix y por lo mejor:
la sana influencia de Taxi Driver.
Decíamos que ese New York caótico ha sido procesado y ampliado, pues en Joker la ciudad está a punto de
sublevarse: las personas están hartas de que los políticos no solucionen los
problemas cotidianos, de que roben y sean millonarios sin ningún desparpajo.
Finalmente, este Joker se presenta como una víctima de la sociedad, alguien que
sufrió los propios vejámenes de su madre y que nadie protege ni brinda cobijo,
justo como Travis Bickle, un excombatiente de Vietnam que, de vuelta a la
sociedad que protegió, no encuentra su lugar y vive enajenado. De ese personaje
han tomado el aislamiento y la insanía que aquello genera en todo ser humano. Los
pensamientos malignos que acosan a Travis se reproducen en Arthur (o Joker) de
una manera irreprimible. Y al final, tras consumar sus crímenes, ambos reciben
el apoyo de la ciudadanía, de un New York y ciudad Gotham tomado por
drogadictos, malhechores, chulos, dealers,
prostitutas y gobernantes corruptos —recordemos que en Taxi Driver se están dando elecciones y en Joker pesa la figura de
los políticos, en especial de Thomas
Wayne, padre de Bruce Wayne. Si el Joker de Heath Ledgar lo volvió más real,
sin tanto maquillaje y con una filosofía que justificaba su villanía, el Joker
de Joaquín Phoenix es finalmente humano: solo una víctima que, al ponerse
nervioso, no puede parar de reír y que por fin cobra venganza de sus agresores.
En resumen, Joker de Tod Phillips es un tributo al
cine de un gran creador y al trabajo de un gran actor: Martin Scorsese y Robert
De Niro, respectivamente. Por lo señalado antes, era imposible que De Niro no
estuviera en la cinta: su papel, aunque referencial, es la evolución de Rupert Pupkins,
pues el viejo Murray Franklin (incluso, la sonoridad de la pronunciación es
similar) es ese joven Pupkins que, finalmente, logró la fama y el éxito y
desterró a su maestro, Jerry Langford. Lo mismo sucede aquí: Joker mata a su
maestro, sí, pero con esto sus caminos se vuelven divergentes respecto a sus
referentes, lo que constituye el pequeño aporte de Phillips: si Pupkins se
acomodó al sistema y pasó a ser Franklin, Joker no busca el acomodo, sino la insurrección
y el derrocamiento. En ese sentido, y en fidelidad con el cómic, Batman sería
el villano, pues protege una ciudad corrupta y tomada por el mal, sin saber,
quizá, que su padre precisamente fue un agente de ello. Phillips en una
entrevista (disponible en la página web imdb.com)
menciona una seria de películas que influenciaron su producción. Olvidó mencionar
After Hours (1985), ambientada en un
New York laberíntico que termina engullendo a sus personajes, película cuya
autoría es, evidentemente, también de Scorsese.
No hay comentarios:
Publicar un comentario