El mito bíblico de
la Torre de Babel, aquel que cuenta por qué los hombres se dividieron en
distintas lenguas, está presente en la última entrega del poeta mexicano Marco
Antonio Murillo. Como lector, no se puede dejar señalar aquella característica
que recorrerá, de principio a fin, Derrota
de mar con una diferencia, elemento añadido de la propia cosecha del autor.
Aquella proto lengua, perdida
en el tiempo como un sueño olvidado, sería la poesía, el lenguaje único y
arcaico que la ira de dios arrebató a la humanidad. Citemos algunos versos del
primer poema (“Umbral”) que abre el libro y, con ello, le da su dirección: “Eso amarillo/ que era el lenguaje de todos los hombres/ y
que al intentar hablarlo congelaba mi lengua./ Soñé con la poesía, /me dijeron
que hablar de ella es quemarse las raíces /de la lengua”. Justamente, líneas
arriba, señalábamos que aquel lenguaje original de todos los hombres es como un
sueño olvidado y el verbo ‘soñar’ aparece en la cita. “Soñé con la poesía”, que
no es otra cosa que soñar con ese lenguaje olvidado, pues buscarla es “quemarse
las raíces de la lengua”. En otras palabras el sueño romántico, hasta
platónico, de ver a la poesía, de finalmente tenerla, es tan esquivo como
rastrear los orígenes y encontrar aquel lenguaje perdido, entendible a todos
los hombres. Sintomático es que el poema que abre el libro se llame “Umbral”, como
un asomo desde una puerta.
Ese
espíritu inaprensible de la poesía, que es otra manera de formularse la
pregunta qué es la poesía o dónde está la poesía, se ve materializada en la
figura de la salamandra en el primer verso de “Umbral”: “Soñé con la poesía,/
la soñé pequeña y temblorosa como una salamandra”. Reflexionando en la figura
de la salamandra, su principal rasgo es que aquel reptil es ágil, veloz,
escurridizo y pequeño, es decir, de difícil contemplación y aun más difícil de
capturar. Su presencia se la puede atisbar con el rabillo del ojo cuando pasa
raudo. Del mismo modo la poesía: se la puede intuir, mas no capturar, ese je ne sais quoi de mystérieux en
palabras de Baudelaire.
Pero
no solo la salamandra representa la poesía. También están los pájaros. Recurrente
es que se emplee la figura del pájaro en la poesía lírica. No obstante, Murillo
le da, nuevamente, un giro de tuerca a aquel símbolo. Avanzando en el libro, podemos
leer el siguiente poema en prosa: “Algún día
preguntarás por cualquier ave y sabrás que nunca dijiste lo que en tu lenguaje
querías nombrar. Pero lo escuchaste todo: los pájaros usan los oídos del
hombre para comunicarse entre sí en un lenguaje transparente y sin palabras”. Así, la figura del pájaro, en lugar de aparecer
como un elemento romántico, aquí se muestra como el heraldo de ese lenguaje
fidedigno a todo hombre: en vez de incrustarlo o tenerlo cual representante de
la naturaleza que enajena de poesía a la voz poética, el canto del pájaro sería
ese lenguaje perdido.
De esta forma, sintomático es que el
siguiente poema en prosa comience así: “el cuerpo de un pájaro es su propio
canto”. Hay que reparar, no obstante, en que el canto del ave es el
significante poético. Sencillo sería decir que el canto del pájaro, el sonido
mismo, es la poesía. Aquello no sería más que resaltar la otredad o lo
llamativo del otro, lo que podría equipararse a simplemente oír una lengua que
desconocemos y dejarnos llevar por el ritmo del sonido. El canto del pájaro,
nuevamente, es un significante poético, un referente o variable x que significa poesía: “los pájaros
usan los oídos del hombre para comunicarse”. Si queremos más indicios de lo
referencial —y hasta cierto punto anti romántico y anti lírico de la figura del
pájaro— tenemos que pasar al siguiente poema en prosa: “pájaros. Los he visto extender las alas anchurosas. Los he visto
ampliarse más que el canto del gallo que despierta al pueblo, o las aves
migratorias, ligeros pilotos que miran en cada ciudad iluminada la guía de sus
propias constelaciones. Pájaros. Abren sus alas y son más anchas y pesan más
que mi canto”. Entonces, al mencionar a las aves en general, el pájaro se convierte en una metáfora, en
un elemento que ya no lo hace literal ni decorativo, sino completamente
referencial. Más aún, cuando la voz poética señala que su canto es más pesado
que su propio canto. Y aquello no es otra cosa que el lenguaje perfecto del
proto idioma.
Derrota de mar es
otro muy buen libro de poesía de Marco Antonio Murillo, por esos giros a las imágenes
decimonónicas que reinventan su significado, tal cual es el caso del pájaro,
por citar un ejemplo. Del mismo modo, traza un paralelo entre la poesía y aquel
lenguaje perdido para siempre que debió ser el proto idioma. Cabe resaltar que aquella
temática no es el único hilo conductor del poemario: las secciones “Mar en
junio” y “Homenajes y naufragios”, donde precisamente está el poema “Derrota de
mar” que da título al libro, tienen como setting
el mar, sus profundidades y sus costas, sobre todo su potencia e infinitud y
esa sensación de libertad que se tiene al acercarse a sus orillas y
contemplarlo, así como el imaginar los misterios que encierran sus vastas y
oscuras profundidades, versos que dejan ver la influencia de Saint John Perse.
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