domingo, 23 de septiembre de 2018

Poesía y evocación en "Memoria de Felipe"


Memoria de Felipe cuenta las aventuras y desventuras de Felipe, un joven artista radicado en Lima y sobreviviente del catastrófico terremoto del año setenta. En primer lugar, he de decir que la novela no presenta una forma convencional, lo cual es ya un rasgo distintivo. En toda historia —pensemos en El extranjero, por ejemplo— hay un desarrollo de acontecimientos ligados entre sí que, por lo general, responden a una sola línea de tiempo. Así, el automatismo de Meursault lo llevó a una peripecia que termina en el juicio tras haber matado a un hombre. Y antes de ese final, hubo varios acontecimientos que desarrollaron la historia. Entonces, la novela necesita de acciones concatenadas y de conflictos que nos lleven hacia una dirección.
Pero todo es distinto cuando se hace ejercicio de memoria: los acontecimientos vienen en el orden que los recordamos, de manera fortuita o arbitraria, y la línea del tiempo es quebrada a gusto del que está recordando. No hay necesidad de hilvanar los hechos y volverlos sucesivos para contar y es posible empezar por la mitad o por el final y, en función a ello, adelantarse y volver. Este es pues el privilegio que tiene la memoria, de modificar la realidad conforme vamos evocando los hechos más significativos en nuestras vidas. Lo que se convierte en una herramienta narrativa en Memoria de Felipe: gracias a ello, Felipe puede evocar escenas de todo tipo sin que haya un rompimiento en el fluido narrativo, sino todo lo contrario. Esos incrustamientos repentinos de nuevas escenas y personajes responden a la poética de la historia, a ese caos que puede resultar de la evocación. Y es que cuando nos sumergimos en las páginas de un libro, en realidad lo estamos haciendo en el universo del escritor. Por ende, si lo que nos cuenta está muy bien construido y logramos identificamos, creeremos que los acontecimientos efectivamente sucedieron así. Este último hecho no puede ser controlado ni siquiera por el propio escritor, pues como recuerda el pasado es a fin de cuentas como sucedió. De esta manera, Felipe emprende un viaje interior que nos llevará por distintas zonas del país: Lima, Talara, pueblos de la sierra y pueblos al interior de la selva. A la vez, las amantes que tuvo tienen un peso gravitante en toda la historia. La más importante, evidentemente, es Daniela, una activista social que se enfrenta infatigablemente contra la dictadura de los noventas.
Es así que la presencia de Daniela en la vida de Felipe pone de manifiesto la contradicción que todo artista encierra (contradicción que se resuelve al final de la historia): la de dedicarse a sus propios demonios, aquellos acontecimientos que lo marcaron para siempre y que se vuelve una constante en su trabajo, o producir una literatura de combate contra la dictadura y demás injusticias. En otras palabras, entregarse a sí mismo o a la lucha, desde las letras, por un país mejor. En apariencia Felipe decide unirse al combate, pues constantemente los lectores tenemos noticias de que escribe silenciosamente una novela política: para eso se hizo amigo de Serafín, un preso político de la cárcel de El Frontón, además de investigar por su cuenta al respecto. Pero los vaivenes de su memoria obligan a Felipe a ser auténtico consigo mismo, es decir, a escribir sobre sus demonios, a escribir sobre la soledad, el desamor, los sueños y las fantasías vírgenes e incumplibles que todo ser humano tiene. Son estos sueños los que distorsionan su memoria y crean esa atmósfera fantasmal y brillante que es, ya, un distintivo en la obra de Miguel Ildefonso.
En ese sentido, la poesía está presente también en su prosa. Personalmente, y como lector, me atraen mucho más las novelas o cuentos que portan poesía, incluso sobre la estructura o temática de la obra. Por ejemplo, hay mucha poesía en las novelas de William Faulkner, Manuel Scorza o Gabriel García Márquez, donde el lenguaje es un protagonista más de las historias y donde sucesos extraordinarios son posibles gracias a su contenido poético. Lo mismo ocurre en Memoria de Felipe: la poesía está ahí presente en las escenas de los sueños, cuando aparece repentinamente Charles Bukowski, Cameron Díaz y otros referentes más y musas más que alimentan la vena creativa de Felipe. También en los viajes que nuestro protagonista emprende a la sierra con su abuela o cuando conoce a otras mujeres, además de Daniela, en discotecas y bares. También cuando se rencuentra con Silvia, un viejo amor de la infancia. Aquellas escenas son evocadas gracias a la poesía, pues para producirla se apela nuevamente a esos sentimientos.
Entonces, el uso de la memoria y la poesía son dos elementos iconoclastas en la narración, de tal manera que hacen de la novela única y con rasgos ildefonsianos, digámoslo ya, lo que denota un estilo. La poesía no solo está presente en poemas. Y en ese sentido, Ildefonso nos ha ofrecido libros como Canciones de un bar en la frontera, Las ciudades fantasmas, Escrito desde los afluentes, Libro de exilio o El hombre elefante y otros poemas. En tales poemarios la poesía está de principio a fin, lo mismo que en Hotel Lima y El Paso, libros en prosa a los que les tengo cariño, en especial al último: la frontera entre poemas y cuentos se diluye entre las metáforas, los símiles y el ritmo, de tal forma que uno tiene la impresión, al acabar de leer el libro, que ha leído un poema narrativo o cuentos poéticos. Ello sin mencionar que la mayoría de acontecimientos transcurren en El Paso, Texas, ciudad donde yo también he vivido y continúo viviendo. Esa misma sensación, de leer poesía en la narrativa, los lectores la obtenemos cuando terminamos Memoria de Felipe, donde, en realidad, el protagonista no es Felipe, sino el ejercicio singular de su memoria: su poder de modificar la realidad y su libre asociación de escenas producidas por los sentimientos. Finalmente, Memoria de Felipe es original en su forma por el uso de la memoria combinado con la poesía. Un gran acierto es que el título de la novela lleve la palabra memoria, pues finalmente a ese gran despliegue de evocación, que distorsiona la realidad, es a lo que asistimos los lectores.

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