De los directores japoneses cuyas
filmografías he visto de principio a fin, el de Takashi Miike me resulta más
perturbador, por encima incluso de Takeshi Kitano y aún del propio Akira
Kurosawa. Conocido por su amplia filmografía (a la fecha ronda los cien
largometrajes), su cine ha explorado casi todos los géneros. Rebelde con causa
como Truffaut, antes de director de cine quiso ser motociclista, pero los
zigzagueos de su vida lo hicieron estudiar cine a los dieciocho años, en
Yokohama, escuela fundada por Shohei Imamura, quien a la larga sería su maestro
en la dirección. Una compañía de televisión buscaba asistentes que trabajaran
sin sueldo. Entonces la escuela pensó en el «raro» de Miike, quien casi no
asistía a clases. Pasaron varios años para que el director de Audition pudiera, finalmente, dirigir su
propia película. Lo hizo gracias a la empresa V-Cinema, la que buscaba directores
jóvenes que pudieran trabajar con bajo presupuesto. Sus films, usualmente,
muestran escenas explícitas de violencia y tabú, además de desarrollar varios
géneros tan opuestos como gore, policial, suspenso y romántico en una sola
película.
En un inicio, a Miike se lo identificó
exclusivamente con la temática de las mafias de los yakuzas. No obstante, esto
solo sucedería en sus primeras entregas, en la trilogía Black society (1995-1997-1999) por ejemplo, donde se desmenuza los
pormenores de las mafias chinas dentro de territorio japonés y viceversa, el modus operandi y contacto delictivo
entre ambos países asiáticos. Así también ocurre en Blues Harp (1998), donde los yakuza controlan a un bartender que vendía pastillas de
éxtasis y a quien niegan la salida del hampa luego de que tuviera éxito en la
música como ejecutante de harmónica. Pero la imaginación de Miike es sumamente prolífica,
superando y reinventando las películas sobre yakuzas. Quizá esta predisposición
a quebrar las reglas venga de su rebeldía innata. Fruto de esto, aparecería la
primera parte de su segunda trilogía, Dead
or Alive (1999-2000-2002), y antes Full
metal yakuza (1997), donde se percibe la influencia de directores como Paul
Verhoeven y James Cameron. No obstante, es con Ichi the killer (2001), adaptación de un manga con el mismo nombre,
que Miike ganaría fama en occidente, considerándoselo un autor de culto,
influenciando a directores como Quentin Tarantino y Eli Roth.
Es Full
metal yakuza uno de los primeros films de yakuzas diferente que dirigió
Miike. El personaje principal es un don nadie, un bisoño matón que sueña con ocupar
algún cargo alto en la mafia. Pero transcurren los años y continúa en la esfera
más baja, donde ni siquiera se ha ganado un nombre. Demostrando su flaqueza de
temple, tiene un tatuaje diminuto y sin color en su espalda. Los yakuzas, por
medio de grandes tatuajes, miden el coraje y la resistencia al dolor de las personas
que integran su bando. En una emboscada, su jefe cae abatido y, como no podía
ser de otra manera, él también. Entonces es reconstruido, tras lo cual aflora
en él un conflicto de identidad entre máquina y ser humano, como en Robocop y como en Terminator tiene una apariencia de humano, aunque debajo de su piel
se encuentre un armatoste de cables, circuitos y piezas de metal. El film, de
bajo presupuesto, tiene momentos logrados, como la escena del laboratorio donde
es ensamblando, además de pasajes con tintes cómicos, lo que las demás
películas citadas casi no tienen, por ejemplo.
En Dead
or Alive, al igual que en Black
society, se desarrolla la convivencia entre mafias chinas y japonesas. En
esta trilogía, su recurrente actor Sho Aikawa encarna a un policía que va tras
los pasos de un mafioso de descendencia china, interpretado por Riki Takeuchi,
otro actor con el Miike suele trabajar. El film, policial, de suspenso e
intriga, es decir realista, tiene un desenlace fantástico, pues el duelo que
ambos libran (algo así como Al Pacino vs. Robert de Niro en Heat) destruye al mundo entero. En Dead or Alive 2 se repiten los personajes
en otro momento del tiempo y bajo otras circunstancias. Ahora, ambos trabajan
para mafias distintas. Sus caminos se cruzan cuando tienen que asesinar al
mismo hombre. Al encontrarse se reconocen y recuerdan los días de la infancia,
donde creció en ellos una prolífica amistad. Conmovidos, van a buscar a otro
amigo del pasado, con quien pasan una bonita temporada, alejados de sus
trabajos de sicarios. Al retornar a Tokio, son abaleados por la policía. Pero
no mueren. Luego de la matanza, con la ropa ajada y ensangrentados, abordan un
tren que los llevaría a otro mundo. Finalmente, en Dead or Alive 3, enemigos nuevamente, se revela el misterio de lo
fantástico: son robots que viajan en el tiempo, creaciones de un gran hacedor.
La vida, simplemente, les asigna papeles, roles que deben interpretar sin que
su voluntad tenga la más mínima significancia.
En el 2001 aparece Ichi the killer, película, junto con Audition (1999), que le ganaría fama mundial. El film, como ya se
dijera, es sobre yakuzas, pero, lo que caracteriza toda la obra de Miike,
enfocado de una manera muy personal y distinta. No se trata, simplemente, de asesinatos
y traiciones al interior de la mafia. Acá Yiyi, el mastermind maligno, controla a un karateca que padece de trastornos
mentales, quien ha sufrido la muerte de sus padres y ha presenciado escenas
grotescas de violaciones. Su nombre es Ichi, interpretado por un talentoso Nao
Ohmori. Ichi se encarga de asesinar y desparecer, literalmente, a cuanto yakuza
se interponga en el camino delictivo y ascendente de Yiyi. Y asesina de una
forma original: se disfraza de un personaje del video juego Teken y calza botas
cuyos talones tienen hojas de metal que resplandecen de filo. Así, asesina a
patadas, cercenando miembros y destripando a sus víctimas; las escenas de
violencia terminan en un baño de sangre total, con pedazos de rostro e
intestinos pegados a los techos y paredes de las estancias. El acmé de la
película se da cuando a Ichi le encargan asesinar a Kakihara, un yakuza
sanguinario y masoquista. Son famosas, y brutales, las escenas de tortura que
este personaje lleva a cabo. El film tiene un final abierto, donde son posibles
más de una interpretación o desenlace.
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