Tal
parece que en esta genial novela de Dostoieveski, pero no tan comentada como Crimen y castigo o Los hermano Karamázov, no existen culpables. El príncipe, personaje
ruin, volcán argumentativo que alimenta toda la historia, por propia iniciativa
no genera el mal, sino que, como se lo confesara al joven escritor Vania, protagonista
y narrador, en una entrevista, es simplemente honesto consigo mismo, con su
carácter inalienable de ser humano. Él no cree en idealismos, en inspiraciones
ni es afecto a nada espiritual. Y no cree porque no siente. Materialmente el
amor, la bondad, la comprensión por el otro no toca el más duro de sus nervios,
por lo que se entrega sin remordimientos a las más bajas pasiones que todo ser
humano puede albergar.
De
ahí que el príncipe se burle de la unión de su hijo Alíosha y Natasha.
Materialmente, es una unión que no conviene. Ella es hija de administradores de
tierras y él heredero de un príncipe. Su amor es absurdo, pues su unión no
lleva a nada. Al final Alíosha es persuadido por su padre de la mejor manera:
conociéndolo y, por ende, manipulándolo. Sabía que su hijo era bueno, pero no
tenía voluntad, sus resoluciones son castillos de arena que la más leve resaca
desmorona. Así, bastó que le presentara a Katia, la hija de la condesa, para
que el lujo y confort de aquella vida desviaran el amor que sentía por Natasha,
a quien nunca dejó de amar. Katia es buena y lo aprecia, pero Natasha comprende
realmente su modo de ser, sus debilidades, y lo admite tal cual; es decir, ama
hasta sus defectos. En cambio, Katia está atraída por su físico, por la buena
posición que tiene su padre el Príncipe.
En
este punto, conviene recordar cómo es que el príncipe se hizo de una gran
fortuna si su ascendencia no formó parte de la realeza opulenta. Pues adquirió
tierras, mejor dicho, las usurpó al viejo Smith, abuelo de Nelly —otro
personaje humillado y ofendido—, al raptar a su hija, personaje que sí creía en
el amor, en ideales. En aquellos tiempos de la Rusia zarista, el propietario de
la tierra también era propietario de las almas que vivían en ella. Es decir,
era dueño de los campesinos y su anterior ascendencia y posterior descendencia,
trabajando para el señor a perpetuidad. Esto también aparecería en la obra de
Tolstoi, tanto en Anna Karenina como
en una de las mejores novelas escritas alguna vez La guerra y la paz, guerra por los intereses bélicos de los humanos
y paz por sus nobles sentimientos que alcanzan protagonismo.
Pero,
me parece, Dostoievski se muestra más ambicioso por momentos que Tolstoi, dada
su capacidad para retratar con claridad la psiquis de sus personajes. Esto
último es lo que perdurará en el tiempo y no el retrato congelado de Rusia
antes de la Revolución Rusa. La geografía y nombre de personajes cambiará, pero
los sentimientos humanos seguirán ahí, latentes, esperando que vuelvan a ser
retratados. De pronto aparecerá el Príncipe, un ser calculador y frío. Actualmente
existen muchos príncipes en el poder, en la política, personas que no creen en
ideales ni en sentimientos. De pronto aparecerá Vania, un noble y joven escritor
que no tolera las injusticias, que quiere vivir de un oficio que, en la mayoría
de los casos, solo puede dar satisfacciones personales. De pronto aparecerá
Nelly, una víctima del escarnio de la vida, inocente en el más amplio término
de la palabra, su autodestructivo comportamiento se entiende a partir del
aciago destino que el mundo le tenía deparado. De pronto aparecerá Natasha, una
joven que, al igual que Vania, lo deja todo por el amor, se enamora
perdidamente sin importar de quien; prueba de esto es que ame al hijo del
Príncipe, sin importar que aquello lastime a sus seres queridos: sus padre. De
pronto, vagando por las calles, alrededor de pequeños negocios, uno se puede
encontrar con el viejo medio loco (escena con la que se abre el libro), la
mirada perdida, taciturno y en harapos, con un perro a sus pies. También con el
viejo Smith en una ciudad tan diferente a San Petersburgo, donde se habla un
idioma tan distinto como el español, donde la gente tiene otras características
físicas y donde ya han pasado más de doscientos años desde que Dostoievski
publicara Humillados y ofendidos.
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