domingo, 24 de julio de 2016

"La cuarentena" de Jean-Marie Le Clézio

Conocí a Jean-Marie Le Clézio en El Paso, durante una conferencia magistral que el escritor francés iba a dar con motivo de los cien años de Utep (The University of Texas at El Paso). Desde la entrada al anfiteatro lo vi venir: era alto, rojo como un tomate e iba del brazo de su esposa en un parsimonioso andar. Contrario a lo que imaginé, venían solos, sin los simpatizantes que la figura de un Nobel puede aglutinar en torno a sí. Le agradecí la dedicatoria que había escrito en uno de sus libros y me preguntó de qué país era. Le comenté que, justo por esos días, había empezado a leer La Cuarentena. Sonriendo me confesó que esa novela, en parte, era la historia de su vida, pues su abuelo había conocido a Arthur Rimbaud y su padre fue médico de profesión. Finalmente, luego de estrechar su mano y de agregar que México era su patria adoptiva —sus varios títulos dedicados a tal país así lo demuestran—, despareció entre las butacas rumbo al podio donde daría inicio a su lectura.
La primera impresión que me queda dando vueltas en la cabeza tras leer La cuarentena es que es una novela de búsqueda y de identidad. León, un médico francés, viaja a las islas de Gabriel y Plate para indagar sobre la desaparición de uno de los hermanos de su padre, también llamado León. El peso del nombre que lleva y el desconocimiento del paradero de aquel tío suyo parecieran carcomer, como fierros ante la humedad limeña, su identidad. Es así que emprende un viaje hacia aquellas islas paradisíacas, donde, corriendo el tiempo, la industria del turismo es uno de sus más fuertes bastiones. La novela se inicia con Arthur Rimbaud en escena, pues los parientes de León, en su viaje por aquellas islas, se topan con el gran poeta francés del siglo xix. Aquella digresión no distrae ni erra en su rumbo, pues el género de la novela permite esas extensiones.
¿Pero quién es León, el tío, y cómo fue que se perdió en aquellas islas? León es el hermano menor de Jaques Archamboau, padre del León que busca y que cuenta la historia en primera persona. Durante el viaje a otra isla, a Mauricio, se reporta un caso de cólera y los pasajeros se ven obligados a permanecer en cuarentena en Plate. Pronto, el joven León de aquel entonces, pese al clima hostil de verse privado de las más básicas comodidades que la vida burguesa puede ofrecer, se siente en aquel paraje natural como pez en el agua y, lo que es más, afina su espíritu crítico contra la sinarquía de su familia: grupos de poder que dictaban el destino de aquellas islas. Me parece prolífico el redescubrimiento de su propia identidad, a tal punto que reniega de ella y decide apartarse para siempre de su apellido. Esto es reforzado por enamorarse perdidamente de Suryavati, la hija de una india campesina que habita la isla Plate, cuyo estilo de vida, evidentemente, difiere con el de la civilización de la época. Entonces, podemos decir que uno de los argumentos de la novela es la pugna entre civilización y (no usaré el término barbarie porque refiere a un concepto de prehistoria que no es el adecuado) y civilización alternativa, por decirlo de algún modo. Sintomático es que Suryavati tenga un conocimiento profundo de las plantas y animales de la isla, y que su presencia en la novela sea casi una aparición, como una repentina tormenta. Este hecho puede causar cierta incomodidad en algún lector, pues el personaje no es constante y está entrando y saliendo de la narración. Peor aun cuando desaparece de una forma inverisímil: nadando en una tempestad, escalando empinadas rocas o como un desvanecimiento, en un descuido de León, quien sufre su partida.
Donde sí sentí que la novela no está tan redonda es en cuanto a la velocidad con que transcurren los hechos. Todos sabemos que una historia debe de tener acciones, desenlaces, acontecimientos que desenrollen el hilo de lo que se va a contar. En ese sentido, la descripción de los personajes o de la geografía donde tenga lugar una novela constituye un tiempo estático, como el movimiento de una perinola. Abusar de este recurso puede llegar a cansar al lector, pues la historia no avanza. Y es lo que se siente en algunos momentos de La cuarentena, lo que nos lleva a pensar que le sobran páginas, problema común en muchas novelas. De esta manera, la voz narrativa invierte párrafos de párrafos en describir, una y tantas veces, la isla Plate, el color del cielo, el rastro de los peces en el agua, la espuma del mar, la cara de Jacques, la de su esposa Suzanne y los demás sobrevivientes de la isla Plate sin llevar la tensión hacia el destino incierto de los que desembarcaron en tal isla. Y vaya que el contexto, un estado de cuarentena en un remoto archipiélago, puede ofrecer desenlaces y acciones que le den más dinamismo, y así no solo apoyarse en metáforas o descripciones que, por muy magistrales que sean, pueden llegar a cansar. Los ejemplos abundan y basta con recordar novelas como La peste o Ensayo sobre la ceguera. Otro momento un tanto inconexo es la prácticamente invulnerabilidad de León: mientras todos enfermaban él permanece sano y nada le impide seguir con sus actividades. Una de ellas, de suprema importancia, es encontrar a Suryavati cada vez que se va.

Para terminar, debo decir que el estilo de Le Clezio está más cerca del de Marcel Proust que el de Hemingway, por ejemplo. Tomo como referentes a tales autores porque el primero es reflexivo, recordemos que en el tomo inicial de En busca del tiempo perdido todo transcurre mientras el protagonista está en su cama, y en los cuentos de Hemingway las acciones de los personajes llevan la batuta de la historia, como golpes incesantes de boxeo. Así, el estilo de Le Clezio está más cerca de una prosa proustiana por lo señalado, por sus parábolas, reflexiones y descripciones que escapan el tiempo real en el que transcurren los hechos de esta historia. 

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