domingo, 17 de julio de 2016

"El Hombre Elefante y otros poemas" (Premio José Watanabe 2015), de Miguel Ildefonso

El Hombre Elefante y otros poemas, último libro de poesía del escritor Miguel Ildefonso, ganador de la última edición del concurso José Watanabe Varas, nos ofrece a los lectores una estética diferente que apunta hacia la reivindicación de lo grotesco. Aquello se confirma solamente al leer los primeros poemas de la primera parte (“Los monstruos”), cuyos títulos son “El Hombre Elefante”, “El insecto K”, “El niño de madera”, “El Joven Manos de Tijera”, “Freddie”, entre otros. En sus versos, Ildefonso nos acerca al mundo horrible de aquellos seres desde una perspectiva distinta y original, donde el orden natural de las cosas (el concepto ordinario y conocido de belleza) se invierte y, así, aquella estética de lo grotesco emerge como lo más natural del mundo, como una forma de embellecer, gracias a la poesía, lo feo. La buena literatura tiene mucho de romper moldes y acercar al lector, mediante un mundo propio, a la realidad distinta o novedosa que la ficción nos va proponiendo.
Es suficiente analizar rápidamente el primer poema, justamente el que da título al libro, “El Hombre Elefante”, para tener aquella certeza. Así, estamos ante la historia de Joseph Merrick, aquel hombre con deformidades en todo el cuerpo que vivó en la Inglaterra de fines del siglo xix, cuya vida fue llevada a la pantalla grande en 1980 por el cineasta David Lynch. Aquel orden subversivo, que dinamita los ordinarios conceptos de amor y belleza, por ejemplo, asoman al leer algunos pasajes del poema, tales como “los niños no se asustaban de ti: tú te asustabas de ellos”. Es decir, el horrible y deforme no era él, sino los niños que llegaban a la escuela sin protuberancias en los rostros, con piernas y brazos de semejante simetría. Lo mismo podemos advertir al leer “la belleza es la materialización/ de la bondad/ pero yo soy el crimen/ soy el asesino y el asesinado”. Esto último aparece como un contrapunto entre el orden convencional de lo estético y lo subversivo de lo grotesco representado en la figura de Joseph Merrick. Aquel mensaje es más claro cuando el Hombre Elefante escapa de su cautiverio y se pierde en las calles de Inglaterra. La voz poética describe la ciudad, aquello que rodea a Merrick, como “carros de lata”, “las estrellas son de plástico”, “charcos de leche alimentan a los pocos árboles sin hojas”. Y estas descripciones rematan con la interrogante “¿de qué está hecha la belleza?”. Entonces, como lo venimos señalando, el ordinario concepto de belleza se ve trastocado por estas descripciones que apuntan a una estética de lo grotesco. El amor, culpable de haber derramado ríos de tinta en la poesía, acá también sufre una distorsión que le da un carácter inédito y novedoso: “y el amor nunca supo que había sido solo una metáfora/ en noches como esta y con naves menos avanzadas”, para finalmente decir: “el amor está hecho de desechos cósmicos”. El amor, para que exista, debe de tener un destinatario, un estar enamorado de. Pero aquí esto último está ausente y no aparece directamente una figura, en este caso, femenina.
La segunda parte del libro (“Otros monstruos”) nos ofrece una perspectiva diferente. Si antes la voz poética fluía desde una exterioridad próxima a los monstruos, ahora se instala en los intestinos mismos de ellos. Sintomático es que un gran poema como “Noviembre” esté escrito en primera persona y tenga conexión con el primer poema de la primera parte, “El Hombre Elefante”. Es así que “Noviembre” se inicia con una descripción de la ciudad que rodea al poeta. Pero no es una descripción objetiva, sino que está cargada de cierta enajenación y melancolía: “no sé adónde va la Tierra/ y su nave la Vía Láctea/ y su cuarto el Universo/ y el cosmos entero/ que se encoge y se expande/ como mi aturdido corazón/ esta tarde de noviembre”. Hay como un paso extraviado, como un automatismo, que enajena al poeta y se expresa en su “aturdido corazón”. Y esta apertura sombría desemboca en una interrogante, como una evocación hacia la musa que pueda salvarlo: “¿en qué dirección vive Scarlett Johansson?/ ¿adónde se va a peinar?/ ¿dónde compra el pan en tardes como esta?”. Como en los poemas de Baudelaire, la musa aparece ya no encarnada en la mitología clásica, sino en una actriz hermosa de la industria hollywoodense. En otras palabras, Ildefonso retoma aquella tradición —existente desde los inicios de la poesía— pero de manera novedosa, lo que le tiñe sus versos de originalidad. Avanzando en “Noviembre”, la voz del poeta vuelve a describir aquella ciudad insulsa que lo va cercando, siempre aterrizando en la modernidad: “divisé en la azotea/ los cerros las casas lejanas/ las vidas allí diseñadas/ por las grandes constructoras”. Y este clima hostil, esa producción masiva sin identidad, lo extravía y lo hace decir, nuevamente: “no sé definitivamente/ y nunca sabré/ adónde va este viento de noviembre/ no tengo nombre/ no tengo cuerpo ni espíritu/ soy esta tinta manchada que fluye/ desde el filo de estos papeles”. Es decir, su propia identidad está en juego y no se encuentra en un mundo como el que ahora habitamos. Solo la poesía constituye un refugio. Por ello, el poema concluye evocando nuevamente a la musa: “Scarlett”.

En definitiva, las dos partes del libro nos ofrecen perspectivas diferentes. La primera, la voz poética está en tercera persona y nos acerca, siempre con esa distancia concomitante que tiene el uso de la tercera persona, al mundo de los monstruos. Es como un ojo que pende muy cerca de ellos, por lo mismo que logra invertir el orden común de la belleza. En la segunda parte del libro, en cambio, ahora los monstruos expresan directamente sus pesares. Sintomático es que en una parte del poema “El Hombre Elefante”, Merrick converse con una actriz de Hollywood y en “Noviembre” el poeta enajenado evoque a esa musa, precisamente una superestrella de la industria del cine, Scarlett Johansson. Así, El Hombre Elefante y otros poemas constituye otro excelente libro de Miguel Ildefonso, de la misma estirpe de Las ciudades fantasmas (Premio Copé de Oro de Poesía 2001) y Escrito desde los afluentes (Premio Iberoamericano de Poesía Juegos Florales de Tegucigalpa 2013), por mencionar solo algunos de sus trabajos en poesía. 

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