Giovanni
Anticona (Lima, 1984) a la fecha ha publicado cuatro novelas en un espacio promedio
de dos años entre cada una, todo un acontecimiento prolífico si recordamos que
Mario Vargas Llosa, nuestro Nobel de Literatura y también precoz escritor, a
los treinta años de edad tenía tres libros de ficción (dos novelas y uno de
relatos). A ello hay que sumarle que la temática de sus cuatro obras apunta a
un mismo espacio: las limas periféricas, aquellos otros territorios que no
terminan de asimilarse a la gran urbe de un millón de cabezas (recordando el célebre
cuento de Eduardo Congrains) pese a su óptimo crecimiento económico, por lo que
la Lima “oficial”, la colonial y muy afecta a influencias foráneas, vierte
contra ellas su abominable racismo y clasismo.
Estamos,
entonces, ante una temática interesante e incluso inédita, pues su objetivo es
llenar cierto vacío en la literatura peruana contemporánea, más aún si tenemos
en cuenta que este último trabajo apuesta por tener un personaje femenino como protagonista.
Así, La palabra insoportable cuenta
cómo una familia del Cono Norte, que vivía en Independencia, por los buenos
vientos que corrían en el negocio que el padre había montado, un día adquiere
un departamento en Surco y empieza una nueva vida. Pero a la protagonista de la
novela, Shirley, no le va bien, mientras sus padres y su hermano, aunque con
sus altibajos respectivos, se adaptan a la vida en un distrito pudiente de
Lima, ella sufre el haber estudiado en un colegio de Comas, que el color de su piel
sea trigo o arena (como la voz narradora lo califica), el tener una abuela que
motosea el quechua, el ser hija de provincianos sin garbo alguno y con unos pobres
hábitos de aseo. El contraste más abrupto se da cuando ella ingresa a una de
las universidades más exclusivas del Perú y se topa con otros jóvenes
adinerados y, sobre todo, de rasgos europeos.
Hasta
aquí no tendría observación alguna, estas comienzan en cómo se desarrolla
aquella interesante trama. Para empezar, el texto se siente un tanto
desordenado, sin una dirección precisa, por lo que se cuentan espacios y
situaciones que no ayudan al desenlace total. Es decir, se cae en algunos
innecesarios tiempos muertos que muy bien pudieron obviarse al pasar por encima
sucesos que el lector ya daba por entendido. Un ejemplo de esa falta de
adhesión general es la aparición de un personaje llamado Paolo, un asistente de
docencia que tiene un romance con la profesora principal del curso que asiste.
Su presencia se entiende en tanto él también sufrió discriminación por el color
de su piel cuando estaba en el colegio, pero estas descripciones apéndices
quedan como flotando y no pueden conectar a cabalidad con el total, como ya se
había señalado.
Por
otro lado, las páginas principales —donde está el hueso de la historia— se
sienten construidas a partir de una observación de las calles y lectura de los
periódicos sobre el Cono Norte, escenario principal de La palabra insoportable. Podemos suponer que muchas novelas fueron
narradas tras ese leve contacto, pero la magia de la literatura, la manera acertada
con que se cuenta una historia, hace creer al lector que, efectivamente, el
escritor estuvo ahí y hasta fue protagonista de los hechos. Así por ejemplo, en
la fiesta semáforo con que se inicia el relato —y a la que acude Shirley para
perder su virginidad— al aliento descriptivo le faltan algunos datos precisos que
engañen al lector y hagan pensar que, verdaderamente, la voz narradora está un
paso más allá y sabe y domina, construye e inventa, lo que está contando y juega
a ser otro. Al final del libro, cuando Shirley vive una aventura con un tipo de
clase alta y pudiente, quien pronuncia la palabra insoportable al calificarla
de “chola”, nos enteramos de que sus propias amigas, en aquella fiesta
semáforo, la vendieron a un hombre que quería acostarse con una virgen. Este hecho,
oculto hasta el final, hubiera sido mucho más interesante si se lo trataba con
el artificio, o procedimiento literario, del dato escondido, aquel que consiste
en impregnar las páginas de un misterio y tensión por la ausencia adrede de
cierta información, lo que obliga al lector a devorar el relato, buscando saber
de qué se trata y qué hay al terminar la historia. Aquí es un hecho que busca
sorprender a los lectores al acabarse el libro, pero que no genera del todo ese
especial misterio. Un ejemplo de cómo este procedimiento está muy bien construido
es La fiesta del chivo de Mario
Vargas Llosa: en torno a la figura de Urania, por su carácter esquivo con los
hombres y su forma de vida hermética en general, se erige una incertidumbre, la
que es resuelta al final de la novela, pues solo ahí sabemos que se debe a que
su propio padre la entregó al dictador Trujillo.
Para
terminar, pese a lo señalado líneas arriba, la fresca temática de la novela
queda en pie y, lo que es más importante, Anticona abre camino y sienta un
precedente sobre la otra Lima, aquella que continúa creciendo e, incluso, ya
supera en cifras económicas y demográficas a la Lima “oficial”. No obstante, la
influencia de esta última es determinante como única identidad y esto se ve
encarnado muy bien en la protagonista de la historia, Shirley, pues no es un
personaje de resistencia, de rebeldía u oposición, sino que busca adaptarse, a
como dé lugar, a ese discurso y modelo sin importar que ello destruya su propia
identidad.