domingo, 18 de mayo de 2025

Larga vida al rock made in Peru: Rock en el Agustino de Mariano Vargas Vilca

Tuve el gusto de conocer a Mariano Vargas Vilca semanas antes volver a Estados Unidos en enero de este año. Sucedió gracias a Giovanni Anticona, autor de Lima Sur y músico, quien había ido con Mariano y un grupo de amigos a la casa de Omar Muñoz, músico también y antropólogo de la Pucp. Giovanni dijo que “bajaría” con un “pata” también escritor y autor de Rock en el Agustino, título que quedó resonando en mi memoria, pues había visto una copia del libro dando vueltas por mi sala y biblioteca hasta finalmente terminar en mi dormitorio, entre los libros que tenía como lecturas pendientes.

Pero la noche anterior salteé el orden y empecé a ojear el libro, yendo de una página a otra y deteniéndome ante las fotografías del distrito de El Agustino. Así que el sábado en la tarde, guitarra al hombro y libro bajo el brazo, me trepé a un bus del corredor rojo rumbo al Cono Sur de Lima. Una vez en casa de Omar, donde hacemos música todos los sábados que estoy en Lima junto con Giovani, Enver Zelada, abogado de la Pucp, y otros amigos más, Mariano me dedicó su libro entre las pausas intermitentes de cada canción y entre copas de vino tinto. Ya había empezado su lectura durante el tren eléctrico, la que he continuado con mucha atención de vuelta a Iowa.

En primer lugar, he de decir que el libro despeja muchas incógnitas sobre el rock en el El Agustino. ¿Cómo es que un distrito joven y de escasos recursos económicos, con claras raíces provincianas y andinas, resultó dando al Perú, y al mundo, bandas como Los Mojarras, Kamuflage o El Amparo Prodigioso? ¿Qué diferencia, entonces, este distrito de otros periféricos como Comas o Los Olivos en el norte o como San Juan de Miraflores o Villa El Salvador en el sur? ¿Por qué la simiente rockera prendió y germinó en El Agustino a tal punto que durante finales de los ochenta y comienzos de los noventa se celebraron los muy conocidos festivales de música Agustirocks y se gestionaron organizaciones como GRASS, Grupos del Agustino Surgiendo Solos? El nivel e impacto de las bandas, así como el público y las organizaciones mencionadas son síntomas inequívocos de que en El Agustino, a diferencia de otros lugares, tiene una identidad marcadamente rockanrollera.

Para responder aquellas y otras preguntas más, Vargas Vilca repasa la historia republicana del Perú especialmente durante la década del sesenta del siglo xx, cuando los fundos de antaño que rodeaban el centro de la ciudad comenzaron a urbanizarse. Por ende, El distrito de El Agustino nació de un fundo que, poco a poco, comenzó a ser poblado por provincianos y personas en general necesitadas de un techo y un hogar. Pero no todas las zonas de El Agustino eran pobres, lo que representa ya un microcosmos del Perú por sus contradicciones. Así, La Corporación fue el barrio más urbanizado que contaba con servicios de electricidad, agua potable y desagüe, el único que, por ende, podía hacer funcionar un tocadiscos y una radio, el primero en hacer sonar los legendarios long plays de rock and roll. Tal zona fue como una antena parabólica que irradió de lo novedoso a las adyacentes hasta ser parte de la identidad de muchos jóvenes del barrio. Y aquí me detengo para que puedan revisar el libro.

Hay que añadir que el trabajo de Vargas Vilca, pese a ser no ficción y tener cierto estilo académico, no está saturado de citas bibliográficas. Por el contrario, se cita a los mismos protagonistas de la historia rockera de El Agustino y el propio autor es partícipe de esas tertulias y tocadas, es decir, las conclusiones y argumentos que construyen el libro se apoyan en los testimonios de productores, músicos y vecinos de la zona que son fuentes de primera mano. Este hecho demuestra que, quizá por primera vez, se está escribiendo sobre el rock en El Agustino estableciendo, también, una ruta urbana de la difusión. Mercados como La Cachina o Paruro suministraron de rock a justos precios a los jóvenes de El Agustino. Apuntemos ya que no solo se trata de rock, sino de mucho más: la identidad musical de los músicos rockeros no es “pura” o no son “puristas”. Es decir, el huayno, la chicha y la cumbia, géneros musicales por antonomasia en los migrantes, han influenciado a las futuras generaciones. Y esto es notorio.

Y es que si les prestamos especial atención a temas icónicos de Los Mojarras tales como “Triciclo Perú” o “Sarita Colonia” se descubre que la guitarra eléctrica, el ritmo de la batería, el bajo y las notas de los teclados tienen una influencia cumbiambera, criolla y hasta chichera. Por ejemplo, el rock y la chicha nunca estuvieron separados, sino que se podría decir que son primos hermanos. De esto da cuenta nuestro Jimi Hendrix peruano, es decir, el gran Enrique Delgado, quien incursionó con maestría en todos los géneros musicales—vals criollo, huayno, cumbia, rock sicodélico—hasta ser el creador, para muchos, de la cumbia peruana durante los años sesenta. Otro ejemplo son las canciones de Lorenzo Palacios Quispe, Chacalón, quien se acompaña de guitarras eléctricas con distorsión y el efecto maravilloso del “wah-wah”. Es más, su solo nombre, Chacalón y la Nueva Crema, es una referencia a la legendaria banda británica de rock-blues The Cream, conformada por los genios Ginber Baker en el bajo, Jack Bruce en la batería y el que fuera calificado de dios por sus más entrañables fans dado su virtuosismo con la guitarra, Eric Clapton.

La música en El Agustino, entonces, no es un fenómeno aislado, sino que varios géneros musicales conviven en aquella geografía y han de pergeñar los acordes y letras de las canciones rockeras. Además de tener un ritmo de cumbia, ¿no canta el coro de “Triciclo Perú” las líneas más entrañables del vals “Alma, corazón y vida” compuesto por Adrián Flores Albán? Con una vocación detectivesca, por otro lado, Vargas Vilca da cuenta de la génesis de las bandas de rock del distrito, cómo se formó la vocación de los jóvenes rebeldes, trabajo que también lo lleva a explorar la relación con otros distritos icónicos como Lince (de donde salieron Los Saicos), el Centro de Lima y Breña. Por ejemplo, Los Mojarras en un inicio se llamaban Los Aparecidos, en una respuesta claramente política ante las desapariciones en los ochenta. A un joven Hernán Condori, Cachuca, y compañía, la gente del barrio les decían los O’Hara por una serie de televisión extranjera. Pero tras su castellanización quedaron como Los Mojarras, es decir, recibieron el nombre directamente de la gente. Pocas bandas tienen este distintivo.

En suma, Mariano ha escrito un libro valioso que, me arriesgo a decir, será citado por futuros investigadores, dado que es uno de los primeros (tal vez el primero) dedicado a estudiar el rock en El Agustino. En ese sentido, Rock en El Agustino era el libro que le faltaba a la historiografía urbana de la capital del Perú, en tanto completa un vacío y nos ayuda a entender esa rica mixtura que la migración interna formó en Lima. Es decir, el Perú y sus artistas no vivieron el fenómeno del rock, originado en la década de los años cincuenta en Estados Unidos, de una forma aislada o “purista”, sino que lo escucharon, lo aprendieron y comenzaron a crear con un distintivo sello personal de creación heroica.

La forma en que se crearon las bandas de rock contadas por Mariano en su libro, el ritmo con que cada músico salía y se incorporaba a otras, no me es ajeno, dado que yo también estuve en el circuito rockero y tuve presentaciones por aquí y por allá años atrás. Claro, sin la trascendencia de los grupos más emblemáticos. Y pasamos la tarde de aquel sábado como si fuéramos parte del libro: reunidos en la casa de un amigo, el común punto de encuentro, para hacer música, compartiendo algunos temas propios e interpretando otras canciones de rock y de cumbia. Finalmente, Rock en el Agustino ganó el Premio Nacional de Literatura 2024 en la categoría de No Ficción, reconocimiento que este espurio y malhadado gobierno que no representa a nadie se negó a reconocer en un inicio, afectando a otros autores como Rafael Dumett, autor de El espía del Inca (novela que también reseñamos en este blog). Falta escribirse el libro que ayude a entender cómo de un lugar como el Perú, que odia a sus artistas, siguen saliendo grandes exponentes hasta ahora. Larga vida al rock made in Peru.

No hay comentarios:

Publicar un comentario