Desde esta modesta
tribuna ya había señalado algunas de las bondades de Redoble por Rancas, la opera prima en narrativa de Manuel Scorza:
el canto coral en la prosa que logra representar la conciencia de la comunidad
y el elemento añadido que deshumaniza (por ejemplo, el juez Montenegro) y
vuelve animados objetos inanimados (por ejemplo, el crecimiento del Cerco). Ahora,
en Historia de Garabombo el invisible, Scorza apela a otras
herramientas narrativas para no repetirse y, más bien, amplía su poética. Estas
líneas son otro granito de arena por recordar a ciertos autores olvidados,
cuyas obras, décadas atrás, se editaron en grandes cantidades. Incluso, el
autor de La tumba del relámpago fue
entrevistado por la televisión nacional española en los sententas, programa al
que también asistieron escritores de la talla de Juan Rulfo, Ernesto Sábato y
Miguel Ángel Asturias.
Seguimos en el mismo escenario y línea de tiempo, Cerro
de Pasco a inicios de los sesentas, pero ahora en la comunidad de Chinche. El
protagonista es Garabombo, el Invisible, o Fermín Espinoza, quien reclama la
tierra no para los hacendados, sino para los comuneros: finalmente, han
encontrado los títulos de propiedad que el entonces virrey de 1711 le otorgó a
la comunidad. El conflicto se desata cuando los poderosos desconocen aquello y
argumentan, a su favor, que el presidente Augusto B. Leguía derogó todo título
anterior a 1924, año en que se emitió los que tendrían en adelante vigencia. La
comunidad, liderada por Garabombo, está harta de los abusos y los hacendados de
que su status quo sea amenazado. El conflicto es inminente. Pues bien, para
contar esta segunda historia de resistencia, rebelión y fracaso Scorza apela a
la metamorfosis de dos personajes, uno principal y otro secundario.
El principal,
evidentemente, opera sobre Garabombo: de repente se volvió invisible y puede
pasearse frente a las guardias de asalto sin ser detenido ni, mucho menos,
capturado. Lo que es más, su invisibilidad también sucede frente a los
hacendados y sus caporales, y aún en Lima adonde viajara para denunciar los
abusos de la hacienda Chinche. El mecanismo es el siguiente: sus justos
reclamos no son oídos por los poderosos, por ende es invisible, transparente,
no perceptible. Y esto es tomado literalmente en el universo que nos presenta
la novela, además de combinarse con el vaticinio de los sueños y el poder
hablar con los caballos, habilidades de algunos personajes. Aquello da licencia
para hacer invisible al Invisible. Lo mismo ocurre con el niño Remigio, personaje
secundario muy bien aprovechado en la historia. De pronto los poderosos, entre
ellos el juez Montenegro, deciden jugarle una broma: una mañana lo saludan y lo
incluyen en su círculo social. A raíz de tal hecho, el niño Remigio sufre una
metamorfosis que lo embellece: antes feo, ahora las mujeres se pelean por
bailar con él y la comunidad, en general, quiere estar cerca y colmarlo de
presentes.
Pero aquellos
estados desaparecen cuando llega el momento de la batalla. Garabombo deja de
ser invisible al constituirse en una amenaza palpable para los hacendados y,
con su intención de tomar las tierras para la comunidad, también para el Estado
y sus presentantes (el juez Montenegro y sus secuaces). Lo mismo ocurre con el
niño Remigio: descubierta la celada que le tendieron para entretenimiento de
los poderosos, abandona la comunidad. Convertido en el hazmerreír de todos, el
día de su supuesta boda con la niña consuelo nadie asiste, ni siquiera la
novia: los prestigiosos invitados y las altas autoridades brillan por su
ausencia y, de pronto, ese buen renombre que tenía al haberse acercado al poder
se esfuma. Es así que vuelve a ser el Feo Remigio.
Otra diferencia
con Redoble por Rancas es que Scorza
incluye diferentes textos que dan cierto toque inédito a la historia, como las
cartas que el niño Remigio escribe, los comunicados oficiales del Gobierno, los
comunicados oficiales de la hacienda, las notas de prensa sobre el inminente
conflicto y, previo al largo capítulo de la batalla, una breve recopilación de
los mitos andinos en Dioses y hombres de
Huarochirí. Es decir, Scorza juega con la información objetiva,
incluyéndola como apéndice de la ficción, de modo que atrapa la atención del
lector al convencernos de que estamos ante una historia que sucedió de verdad
en la vida real.
En resumidas
cuentas, la segunda novela de la saga La guerra silenciosa, sumando y restando,
es otro buen libro, aunque no a la altura de Redoble por Rancas. Por momentos le pasa lo mismo que a muchas
novelas: acumula varias páginas que circundan la historia principal en vez de
atravesarla por su centro y desarrollarla. Por otro lado, aparecen personajes
de la primera entrega, como el Abigeo y el Ladrón de Caballos. Precisamente,
este último convence a los equinos de sumarse a la rebelión de los campesinos,
y al primero lo asaltan imágenes de sangre en sus sueños, como una premonición.
Finalmente, por sobre la transformación de los personajes —que constituye un
cráter argumentativo: a partir de tales fenómenos el autor engrosa el libro, no
obstante, resulta un tanto previsible aquel dispositivo— y ese estilo que
rezuma un tono en primera persona, como una crónica de alguien que,
evidentemente, no es de Chinche, está el muy logrado uso del lenguaje. Hay un
ritmo, una sonoridad y una creación de símiles y metáforas que se convierten en
lo más atractivo de la novela, además de las escenas de fantasía que
constituyen respiros frente a lo real. Así, a la búsqueda de esas sentencias y
oraciones rebosantes de poesía es que uno termina de leer las trescientas
páginas del libro.
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