Vi Killers of the Flower Moon tres días después de su estreno y en Indianapolis, Indiana, durante la tarde de un domingo, cuando concluyó la feria del libro de escritores en el Este de Estados Unidos a la que fui invitado, la Fil Indiana en su edición de octubre. El cine estaba al interior de uno de los museos más grandes y representativos de la ciudad: Indiana State Museum, al centro de un enorme parque y al lado de un canal que los gringos construyeron buscando emular a Venecia. La sala era inmejorable, de pantalla gigantesca y audio vibrante, de modo que aceleraban los latidos del corazón.
Killers of the Flower Moon es la enésima película de un director que no necesita presentación, dado que su nombre se inscribe entre las leyendas del cine, al lado de Steven Spielberg, Akira Kurosawa, Etore Scola, Luis Buñuel, Billy Wilder o Alfred Hitchcock. Y pese a ser el cine un arte joven al lado de, por ejemplo, la pintura o la poesía, en los casi ciento treinta años de su existencia se ha consolidado como uno de los espectáculos más cotizados, especialmente en esta era de imagen y tecnología. Como resultado, en el océano de esa basta oferta, han aparecido verdaderos maestros del género, género que, pienso, le debe mucho a la literatura, pues necesita una historia, o guion, y son incontables los films que se han adaptado de cuentos o novelas.
Killers of…, dentro de la cinematografía de su autor, se inscribe en las películas que han contado la verdadera historia de Estados Unidos, aquella que es secreta, proscrita y hasta tabú, y que anteriormente retrató en Taxi Driver, con las secuelas de la guerra de Vietnam, Good Fellas con las mafias de New Jersey, Casino con las mafias de Las Vegas o The Irishman, donde se narra el asesinato de un importante líder sindicalista al noreste de Estados Unidos. En esta reciente producción se cuenta la sistemática aniquilación de la comunidad de Osage, primeros habitantes de Norte América, en cuyas tierras se descubrieron importantes yacimientos petrolíferos. Robert de Niro y Leonardo Di Caprio interpretan a los típicos inversionistas blancos decididos a hacerse con una cuantiosa porción del pastel. Para ello no bastan los buenos negocios, las especulaciones de la bolsa y las alianzas bursátiles, sino la propia unión matrimonial (el personaje de Di Caprio desposa al personaje de Lily Gladstone, miembro de la comunidad de Osage). De esta forma, los esponsales le permiten tener injerencia en las acciones del petróleo, acciones que, motivadas por la ambición del dinero en el sistema capitalista, rondan el genocidio y el ilícito penal, en consecuencia.
No obstante, la historia da un giro y gana matices con la intervención del FBI en el caso (siendo la primera de la historia para estas investigaciones), y así no todo parece estar perdido. El personaje de un circunspecto Jesse Plemons es precisamente un agente del FBI que va juntando pruebas sobre la sistemática desaparición de los miembros de la comunidad de Osage. Aquel, al igual que los personajes de De Niro y Di Caprio, es blanco y parece poner por encima de los prejuicios raciales de la época la institucionalidad de un país como Estados Unidos, lo que marca una evidente diferencia con lo que sucede en Latinoamérica, donde las instituciones son muy débiles. Otro aspecto para resaltar del film es la representación de la cosmovisión de la muerte que tenían los primeros norteamericanos. Aquella ocurre con un repentino cambio de focalización, recurso cinematográfico que un cineasta como Scorsese domina, donde los personajes que están por morir tienen visiones y reciben la inesperada “visita” de diversos animales. Uno de ellos, de suma importancia, es el búho.
A sus más de ochenta años, reclutando nuevamente a Robert de Niro, el director de Mean Streets ha vuelto a dar una película para el mundo que revela los reales cimientos de la sociedad norteamericana. En ese sentido, resulta un pinchazo al sueño americano y los valores de libertad e igualdad (heredados, recordemos, de la cultura francesa) que buena parte del mundo entiende inherente a los Estados Unidos de Norteamérica. Desde esta trinchera literaria, le deseamos más producciones a don Martin. Killers of… prueba que sigue siendo un director vigente capaz de hacer películas de casi cuatro horas en épocas donde la brevedad de videos subidos a la plataforma de TikTok, por ejemplo, parece ser el tiempo promedio de concentración del homo sapiens sapiens del siglo xxi. ¡Larga vida a octogenarios de buena madera!