Quiero resaltar de este poemario, Palabra del casuario (Alastor Editores), la reconciliación que existe entre las letras y las ciencias. Como sabemos, hubo un periodo de siglos en la actividad intelectual humana donde los poetas podían ser científicos y navegantes. No solo eso, podían ser, también, soldados, como fue el caso de Arquíloco en la antigua Grecia o como fue el caso Jorge Manrique durante el final de la Edad Media. Aquella vocación universal se consagró en filósofos como Aristóteles y Platón, nuevamente, durante el periodo helenístico, quienes heredaron el método de estudio de Sócrates. Los filósofos, por ese entonces, eran también astrónomos, matemáticos, biólogos, zoólogos y botánicos. Por ende, el conocimiento era total y no se dividía en letras y ciencias, como sucede actualmente.
Tal vez el periodo del Renacimiento es el que mejor puede confirmar aquello. Con el redescubrimiento de los textos clásicos, perdidos o guardados en las abadías por obra y gracia de la escolástica, Europa pudo avanzar hacia la Edad Moderna y dejar atrás, finalmente, el oscurantismo de la época medieval. Es entonces cuando aparecen genios como Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel Ángel, artistas italianos que, en diferentes disciplinas, expresaron el interés del periodo por las ciencias en general. Este ánimo heredado de la antigua Grecia y redescubierto por el Renacimiento también se dejó ver en el Romanticismo y en figuras como Alexander von Humboldt o en Goethe, por ejemplo, ambos alemanes que no solo fueron artistas, sino también científicos.
Pero es con la acentuación del capitalismo, gracias a las diversas revoluciones industriales durante el siglo xix en adelante, que aquello, poco a poco, fue terminándose. Como contraparte ahora tenemos una sociedad contemporánea que está dividida en función a lo que las grandes empresas, en la creación de bienes y servicios, necesitan. Para muestra un botón: derecho e ingeniería son dos de las carreras más rentables. Hoy existen decenas de tipos de ingeniería (ingeniería industrial, civil, química, electrónica, sanitaria, metalúrgica, de minas…) y decenas de especializaciones en derecho (derecho penal, civil, laboral, constitucional, empresarial, mercantil, de autor…). En consecuencia, tenemos miles de profesionales que solo pueden hacer una determinada labor en el ciclo productivo del capital. El resultado más evidente es la división que existe entre letras y ciencias, entre números y palabras, lo que ha significado, en la mayoría de los casos, un distanciamiento de las dos grandes ramas del conocimiento humano. Pero eso no es todo, incluso podemos decir que aquello, en la actualidad, ha llegado a la literatura, de modo que poesía y narrativa se comercializa de forma independiente, siendo esta última la que más vende para las grandes editoriales. Insistimos: cientos de años atrás el panorama literario era diferente, la épica, tal vez uno de los primeros géneros junto a la tragedia, narraba hechos extraordinarios en verso, es decir, poesía y narrativa tenían una sola fuente.
En esta noche quiero decir que Palabra de casuario bebe de aquella original fuente y vuelve a hermanar la ciencia con las letras. Es por ello que la naturaleza aparece no de una forma ornamental y en la superficie, como podría ser la poesía mal aprendida del Romanticismo donde, precisamente, la naturaleza vuelve a ser partícipe y fuente de inspiración para los poetas. La naturaleza y la ciencia desarrollan orgánicamente los hilos conductores de este poemario que marca diferencias, por su originalidad, con gran parte de la poesía actual, aquella agotada de repetir temas como el desamor, la soledad y el silencio producidas por la mayoría de literatos de una sociedad tan divisionista como la contemporánea.
De esta forma, en el primer poema, precisamente aquel que le da nombre al libro, podemos leer una cita a un poeta clásico del siglo xviii, el armenio y políglota Sayat-Nová, quien no solo fue vate, sino también músico, de modo que apunta hacia esa universalidad que señalábamos inicialmente, lo que coincide con las muchas lenguas en las que escribió. Citemos, entonces, al poema: “No es que en todos se fermente la memoria/ como el dolor apocalíptico de un animal desnudo/ mordiendo los párpados cansados del arca/ que se niega a dejarlo pasar”. El casuario llama la atención especialmente por su aspecto, pues no vuela y tiene un casco como cresta y unas garras filudas como patas. Para entender mejor la naturaleza de esta ave debemos recordar que, en realidad, los dinosaurios no se extinguieron millones de años atrás, sino que para sobrevivir se adaptaron al nuevo medio. Tras la lluvia de meteoritos que estalló, inicialmente, en lo que hoy es la península de Yucatán, México, la geografía y clima terrestre cambió completamente, lo que llevó a la muerte a gran parte de la fauna. Algunos tipos de dinosaurios pudieron sobrevivir adaptándose al nuevo entorno, lo que nos remite a la teoría darwiniana de la sobrevivencia de las especies. De ahí que leamos en la cita “dolor apocalíptico de animal desnudo” y “párpados cansados del arca/ que se niega a dejarlo pasar”. Estamos, entonces, ante uno de los momentos cruciales de la vida en el planeta. Los dinosaurios, de esta forma, tenían la piel desnuda, piel que ahora recubren con plumas y tras lo cual pudieron ingresar a esa arca, en una clara referencia, ahora, al arca de Noé donde se salvaron todos los animales que pudieron ingresar en ella. De ahí que, en otra cita al mismo poema, leamos lo siguiente al dirigirse al Padre o a dios: “porque no fuiste tú sino el amor/ de tu simiente ángel exterminador/ quien los llevó al abismo”. La lluvia de meteoritos fue una acción de la naturaleza o del cosmos fuera de este planeta que habitamos y como tal fue un devenir, y no un accionar, del orden impuesto por aquel dios en su creación. De ahí que en el verso aparezca la palabra “simiente”, que también significa semilla, por ende, germina y brota y sigue su propio curso natural. La figura extraña y hasta solitaria del casuario, el momento evolutivo en que el yo poético logra contemplarlo, se puede leer en “yo soy el hijo bastardo más extraño/ yo soy el hijo extraño más extranjero”, pues además de no volar posee patas y frente de dinosaurio con alas, pico y cuerpo de ave.
Tanto en “Lobster” como en “El ángel”, los dos poemas siguientes del libro, los versos se inician, también, con citas a escritores que han desarrollado en sus trabajos el ritmo de la naturaleza. De esta forma, en el primero aparece Aurelia de Nerval y en el segundo Franz Kafka con, entendemos, La metamorfosis. El escritor francés fue un representante del Romanticismo, que rayó con la locura, al buscar una vida fuera de la realidad hostil, en este caso, en los sueños. Pero advirtamos que Aurelia también es un tipo de medusa marina, por lo que el título del poema hace referencia a la literatura y a lo biológico a la vez. De ahí que leamos: “Desearía hacer carne los dominios de la locura/ ir a dormir con el exoesqueleto de frazada”. Lo invertebrado vuelve a la carga en “El ángel”, cuando Gregorio Samsa se manifiesta en “metamorfosis de una cucaracha/ que se siente capaz de aplastar a todos/ y disfrutar oyendo crepitar/ la linfa por los huesos”. Aunque la figura kafkiana no sea una cucaracha, sino un escarabajo, lo que el poema busca expresar permanece incólume: la monstruosidad hermosa de un insecto por el solo hecho de ser parte de la naturaleza y existir en el planeta tierra en su paso evolutivo.
En este punto, quisiera detenerme en un poema donde lo biológico y la evolución logran un nuevo tratamiento a un tema largamente desarrollado en la poesía y en la literatura en general: la ausencia del padre. En “Un padre es manzana” la voz poética se pregunta por el origen paterno, es decir, por aquel que le heredó la posibilidad de existir. Citemos: “Una manzana alguna vez fue un pez/ mordido por crustáceos/ en el camposanto/ hasta ser devuelto humus en la tierra/ Un padre es una manzana/ que devoro con garras en los detritus/ del lenguaje”. Que la manzana sea comparada a un pez responde a que el origen de la vida viene del océano y que vida y muerte están relacionados como el mar y la tierra. De ahí que la manzana sea un fruto, pues del morir nace el existir y viceversa. El mar, en este caso, dio el fruto de la manzana que fue el inicio de la vida. Pero si sabemos que así se originó todo, entonces, por qué el poema se pregunta por el padre, pues es devorado “con garras en los detritus del lenguaje”. En otras palabras, no solo se está preguntando por el padre, sino que el fármaco del lenguaje busca crear un padre, de ahí que sea devorado para ser un eslabón que se engarce al proceso de la vida, porque para nacer se necesita de un padre y de una madre.
En síntesis, Palabra de casuario constituye una reconciliación para estos tiempos de capitalismo tardío que vivimos entre ciencias y letras. El poema elegido para dar título al libro sigue aquella línea: “palabra” que es lenguaje y “casuario” que es el biología o fósil vivo de la evolución constante que significa la vida en el planeta tierra. La materia, entonces, no está únicamente como metáfora sonora para los sentimientos del poeta, sino que los sentimientos del poeta se desprenden directamente de la materia. En ese sentido hay poemas donde la voz se define en género masculino, tal cual lo hiciera, por ejemplo, Blanca Varela en Ese puerto existe, gracias a lo cual Palabra del casuario trasciende la artificial división de “poesía escrita por mujeres”. Pues la buena poesía, como en este caso, es una sola.