Miguel
Gutiérrez, en su séptima novela, revive aquella Piura casi virreinal de inicios
del siglo xx sepultada por la arena del desierto. Y del tiempo. Para ello
cuenta la historia de amor de dos hermanos, Xóchitl y Wenceslao, hijos ambos de
don Elías y Constanza, aquel un opulento señor de la tierra que le debe su
dinero a su primera esposa, Mathilde, ya muerta cuando contrajo nupcias por
segunda vez. Así, los hilos conductores de la novela son la relación incestuosa
de los hermanos y el acenso económico de don Elías, también llamado el
papá-abuelo, dado que siendo un anciano concibió a sus hijos en su último
matrimonio.
Sostengo que la
novela trata, principalmente, sobre el rescate de aquella Piura olvidada, pues
es lo más logrado que se nos presenta a nosotros los lectores, pese a que
propone otros temas siempre peliagudos, pero ambiciosos, en la literatura. Así,
y para empezar, el prólogo del propio autor demuestra ello, pues Gutiérrez confiesa
que siempre tuvo una deuda con el tema del incesto: “Esta historia de amor me
rondó por muchos años sin que me atreviera a escribirla, no por autocensuras
morales sino por inhibiciones artísticas”. Quizá no haya sido acertado colocar
el prólogo al inicio de la novela, y menos aún confesar que hubo un temor
respecto al desarrollo de la temática, temor que, con el correr de las páginas,
parece justificarse.
¿De qué hablamos
cuando hablamos de literatura? De contar una historia, sería la respuesta
colectiva en el caso de la narrativa. Pero aquello es insuficiente si no se toma
en cuenta que la buena literatura nos rebela un mundo oculto a nuestra propia
realidad, la que que nos acerca a los seres humanos y nos ayuda a entenderlos.
Pensemos, por ejemplo, en una mundialmente famosa novela como Lolita de Vladimir Nabokov. Al igual que
el incesto, la pedofilia es otro gran tótem abordado por la literatura. En
ambos casos el romance, la historia de amor prohibida se diferencia de las
demás precisamente por su carácter contra natura; es decir, el tratamiento ha
de ser distinto, de otro modo, no estaríamos hablando de incesto o pedofilia.
Gabriel García Márquez, por ejemplo, era consciente de ello y construyó, en Cien años de soledad, una historia
irrepetible.
Me parece que,
en este sentido, El mundo sin Xóchitl
no acierta completamente al tratar de singularizar el amor de Xóchitl y Wenceslao.
La prueba es que, si eliminamos el hecho de que sean hermanos, la relación se
siente convencional, de hombre a mujer sin aquella prohibición que modificaría
el romance. El mejor intento, en ese sentido, es el hermano menor, Papilio,
quien por su defecto de nacimiento se proyecta como el fruto incestuoso. Esta falencia
podría enlazarse con el odio que la pareja de hermanos sienten contra su propio
padre: no se lo comprende, o justifica, del todo. ¿Solo por tratar de
separarlos es el odio visceral que sentían contra el papá-abuelo? Si ellos
sabían que su relación era prohibida, ¿entonces por qué odiarlo? ¿Se justifica
que odien al hombre que les dio la vida y permitió que ambos existieran y se
amaran?, son algunas de las preguntas que quedan flotando en memoria al no
entender del todo la tirria insana que los adolescentes sentían contra su progenitor.
Se entendería, pienso, si ambos hubieran amado a su madre y se hubieran
indignado por cómo un anciano, gracias a su dinero, pudo casarse con una casi
adolecente. Pero la pareja, nuevamente, tampoco siente amor por su madre. Es
más, Xóchitl parece sentir celos por Constanza.
Lo que sí está
muy bien retratado, en mi opinión, es la atmósfera, ya desaparecida, de la
Piura de los años cuarenta: casonas, avenidas, teatros y cines que han sido
derribados para dar paso a la Piura contemporánea que nada conserva de aquellos
años señoriales. Otro logro son los personajes que habitaban tales escenarios,
empezando por el propio Elías, Mathilde y los demás caballeros, tales como el
señor Dumbar, el médico y el padrino de los adolescentes enamorados.
Sería mezquino
no señalar las bondades que tiene la novela: el poder de conversión y
escenificación de Gutiérrez al narrar. Es decir, en este sentido se siente un
registro particular del personaje, de tal modo que convence al lector que quien
escribe la historia, o sus memorias, es Wenceslao. En este punto, cabe señalar
que se percibe a alguien joven y no al señor maduro de casi sesenta años que
recuerda aquellos felices momentos. Lo mismo la escenificación, toda esa descripción
de las casonas piuranas combinadas con las artes, con la ópera en especial,
pues hay una cita profusa de cantantes de ópera a lo largo de la novela.
Aquello no es meramente decorativo, pues logra insertarse en la esencia de la
historia, de tal modo que impregna de un matiz particular y, en algunas cosas,
es la batuta de ciertos acontecimientos.
En resumen, El mundo sin Xóchitl se presenta como
una novela un tanto irregular, por los defectos y virtudes señaladas que
conviven a la vez en el texto. Al final, el motivo de la novela es el ascenso
social de don Elías a costa de Mathilde, su primera esposa. Gracias a ello, en
el umbral de su vida, pudo casarse con la joven Constanza, madre de los
enamorados incestuosos. Es decir, el gran villano de la historia es el
papá-abuelo, pues finalmente se lo presenta como aquel joven, talentoso y
culto, que poco a poco se hizo un espacio en la aristocracia piurana. A tal
punto, robó el corazón de muchas mujeres y finalmente se casó con la más
opulenta, de quien heredó toda su fortuna. Podría decirse que, esta mala decisión,
es el leit motiv en sí: cómo un
farsante logra su ascenso económico, social y cómo el cumplimiento de su
capricho —casarse con la joven Constanza, alguien que, por sus juegos
infantiles siendo adulta, no parecía mentalmente equilibrada— engendra tres
inocentes que vivirán su suerte sin alguien que los cuide realmente. Fruto de
ese azar e irresponsabilidad, es que se da el incesto y el último hijo,
Papilio, nace con una deformidad. Esa intención sufre el matiz del arte, de lo
señorial y de la técnica narrativa de presentarnos las memorias de Wenceslao
como si realmente otra persona, ajena al autor, las contara. Por último, la
novela quizá debió titularse “El mundo con Xóchitl”, pues son pocas las páginas
en que no aparece.